Esta semana el futbolista del Real Madrid Dani Carvajal se deshacía en elogios hacia la presidenta de la Autonomía, Isabel Díaz Ayuso, por estar haciendo de la región una “comunidad fantástica” y añadió que “no ha tocado techo nunca”.
Está claro que el jugador blanco bien forma parte de ese Madrid que mira las siete estrellas desde un ático en Chamberí -en su caso desde una urbanización VIP de Boadilla del Monte- y que no representa la realidad que vislumbra una ciudad que siempre fue para vivirla por sus gentes, pero cada menos habitable por culpa de sus gobernantes.
Igual que el ahora presidente de la Asamblea, otrora consejero de Educación del gobierno ‘popular’, Enrique Ossorio, nunca vio a los pobres, ni Ayuso ni Carvajal verán nunca -o no querrán hacerlo- a quienes comparten un cuchitril con varios compañeros o están obligados a volver con sus padres (los que tuvieron la suerte de emanciparse de ellos en algún momento). Ninguna de estas personas, por más que el neoliberalismo más déspota que representa la primera y gobierna para el segundo venda la mentira de la meritocracia, son capaces de tocar techo propio.
Y del abandono de la juventud que representa la crisis de la Vivienda, al de los mayores. Las 7.291 víctimas que fallecieron en residencias por los bautizados como ‘protocolos de la vergüenza’ que impidieron el traslado de ancianos a hospitales sin obedecer ningún criterio médico vuelve a estar de actualidad -aunque, en realidad, nunca dejó de hacerlo- con motivo de la imputación de tres antiguos altos cargos cuya declaración, por el momento, tendrá que esperar.
La presidenta de la Comunidad de Madrid está acostumbrada a ganar bolas de partido en lo judicial, no así en lo social. El pasado domingo, la marea blanca volvía a desbordar el centro por los cuatro costados en defensa de una sanidad pública y de calidad, esa que la administración Sol se empeña en asfixiar.
De poco sirven los anuncios cuando la práctica dista mucho de la teoría. Y de propaganda, la lideresa regional y su equipo saben un rato. Para empezar, el Zendal; un hospital fantasma que en 2023 acogió un paciente por día, del que no hay datos en 2024, que Ayuso prohíbe visitar y que sirve poco menos que de telón de fondo para que Alfonso Serrano haga performances.
Para seguir, el falso milagro de IFEMA, un centro sanitario con capacidad teórica para 5.500 camas, de las cuales se activaron únicamente 1.300, según un extracto de la macrodenuncia que 109 familias de 115 víctimas de geriátricos firmaron contra la gestión de Ayuso en 2020 y que ha servido para sentar a antiguos altos cargos en el banquillo.
Triunfalista, pero un pufo (otro) en la práctica, ya fuera del ámbito sanitario, fue el circuito de Fórmula 1 que tanto la responsable de Sol como su homólogo en el Ayuntamiento, José Luis Martínez-Almeida, prometieron a la ciudadanía madrileña a coste cero. Palabras que en seguida recordaron a las de Francisco Camps en Valencia y que no tardaron en incumplir: el asfalto de Valdebebas acumula ya, al menos, el 60% -más de 190 millones- de despilfarro del que supuso el del expresident que ahora llama a la puerta de Carlos Mazón.
Si una comunidad fantástica no se entiende sin su sanidad, tampoco se entiende sin su otro pilar fundamental: la Educación. Si unas líneas más arriba se hacía alusión a la marea blanca, a la verde no la frenó el apagón para reclamar las mejoras de todos sus ciclos, desde Infantil -donde las ratios no se cumplen- hasta la universidad, etapa en la que cada vez más afloran las privadas con el beneplácito de la administración madrileña y en contra incluso de los rectores de las facultades. La dignidad estudiantil a la que cantaba Ismael Serrano, reflejada en esta ocasión en los encierros -forma habitual de protesta no solo bajo la batuta de Ayuso sino también de su predecesora, Esperanza Aguirre- y las acampadas, en su caso por Palestina; las mismas que la política ‘popular’ pretende vetar.
Resulta paradójico que la mandataria que más veces habla de libertad en nuestro país sea también la más censora. Sin entrar en su censura a la cultura que le incomoda mientras abandera la defensa de la tauromaquia, la lideresa madrileña es la que menos permite preguntar en la Asamblea; 30 veces menos que sus homólogos en la Comunidad Valenciana, Andalucía, Murcia o Extremadura. Por cierto, la persona que preside la Cámara de la capital es la misma a la que salpica el fraccionamiento de contratos de Formación Profesional (FP).
Porque en el Madrid de Ayuso no te encuentras con tu ex, pero todos se conocen. Casualidad o no, el piso y el ático de Alberto González Amador comparten notarios con la sede del PP en Génova y el ‘caso Avalmadrid’, en el que los padres de la presidenta dejaron a deber 400.000 euros a la institución financiera. Casualidad o no, Ayuso no sabía de los negocios de su pareja. Es lícito no terminar de conocer a la persona que tienes al lado, lo que no lo es tanto es negar la mayor cuando hay pruebas recalcitrantes de que es un defraudador confeso.
Quien tiene padrino se bautiza y quien conoce de primera mano a la presidenta puede enriquecerse en pandemia saltándose cualquier ética, bien en forma de comisiones o contratos a dedo. De madridista a madridista, a esta ciudad no le hacen grande el fútbol y las cervezas, sí la gente con la que tomamos las cañas durante tus partidos y al día siguiente sigue peleando para que quepamos todos en igualdad de condiciones.