Este viernes a partir de las 00:00 horas arranca la campaña electoral de manera oficial. La campaña de las campañas. Dos semanas decisivas tras las cuales se configurará el Congreso más variopinto de la historia de la democracia, tanto por los personajes que se sentarán en los escaños como por la diversidad de la paleta de colores políticos. Las elecciones generales de 2015 y el bis de 2016 dinamitaron el bipartidismo y, ahora, la extrema derecha se ha unido a la ecuación. Las estrategias ya están definidas, los equipos armados, los programas escritos y los argumentarios circulando. Comienza la carrera hacia la Moncloa y, por primera vez, no importa llegar el primero, sino que la clave será llegar acompañado.

El presidente del Partido Popular, Pablo Casado, es el novato. No es un principiante, ya que es un viejo conocido de la formación popular gracias a José María Aznar, Esperanza Aguirre y Mariano Rajoy. Pero de los cuatro grandes partidos que conforman el arco parlamentario saliente es el único que encara por primera vez una campaña para ser líder del Ejecutivo.

Y su estreno no está siendo precisamente bueno. Las encuestas le sitúan segundo, muy lejos de Pedro Sánchez y muy, pero muy lejos, del horizonte de los 137 escaños que le legó Mariano Rajoy. Los sondeos le sitúan en torno a los 80 escaños. El último CIS le otorgaba una horquilla de entre 66 y 76 diputados, prácticamente la mitad que al PSOE (123-138).

Con Sánchez fuera de su alcance, la estrategia de Casado pasa por aparcar aquel argumento popular de “que gobierne la lista más votada” y liderar un pacto a la andaluza. En otras palabras, ser la cabeza reinante de las tres derechas y pactar con Ciudadanos y la extrema derecha.

El desplome en las encuestas y las meteduras de pata han obligado a Casado a saltarse su propia estrategia de campaña

Para ello, Casado se fijó una estrategia clara: no pisar charcos y hablar de Cataluña y el 155 a todas horas. Así lo admitió en un corrillo con periodistas en los pasillos del Congreso de los Diputados apenas unos minutos después de que el bloque independentista tumbara los Presupuestos Generales del Estado (PGE) de Pedro Sánchez y abocaran a la legislatura a su final. El líder del PP aseguró que “todo será el 155” y que “no volveré a morder el anzuelo” con temas como el aborto o la exhumación de Franco del Valle de los Caídos. “Si me preguntan seguiré diciendo lo mismo”, precisó, pero matizó que no sería él quien tocara los temas motu propio para evitar polémicas innecesarias en las que, por cierto, ya se había visto envuelto.

Asimismo, afirmó que no agrediría a Vox porque poseen “el votante descarriado” del PP al que quiere re-enamorar; al tiempo que explicó que entraría en el cuerpo a cuerpo con el PSOE, pero no con Podemos porque sería darles alas y “eso sería peligroso”.

Poco le duró esta estrategia. Día sí y día también ha pisado charcos bien profundos y lo de no mentar a Vox para repescar a sus votantes ha quedado en el olvido.

Las pifias del PP

Casado no es que haya pisado varios charcos durante la precampaña, es que se ha revolcado y regodeado en ellos. En cuanto se ha desviado un ápice del discurso del 155 sine die para Cataluña ha metido la pata. Describió a los maltratadores como “personas que no se portan bien” con las mujeres; estableció paralelismos y similitudes entre la actual situación en Cataluña y ETA, cosechando así el reproche de asociaciones de víctimas del terrorismo; instó a las embarazadas a conocer “lo que llevan dentro” antes de abortar y atribuyó a un error de comunicación su propuesta de blindar temporalmente a las embarazadas sin papeles que entreguen a sus hijos en adopción. Y eso solo en diez días.

Lejos de poner prudencia, el PP profundizó en sus propios errores. El número dos por Madrid al Congreso, Adolfo Suárez Illana, se vio obligado a rectificar tras afirmar sin pudor alguno que “las mujeres tienen que decidir si quieren ser madres de un niño vivo o muerto”, que “lo que no es un embrión es un tumor” y que en Nueva York se había aprobado “el aborto después del nacimiento”.

Rivera está dando un clínic de cómo perder unas elecciones desde una posición ventajosa y se queda sin margen para maniobrar

El economista de cabecera de Casado, Daniel Lacalle, también se vio envuelto en un embrollo por la polémica suscitada tras insinuar que bajaría las pensiones; Isabel Díaz Ayuso, candidata a la Comunidad de Madrid, ha incendiado el debate al sugerir que los nonatos sean considerados personas y admitir que no había pensado mucho la propuesta y, como guinda del pastel para culminar una precampaña digna de estudio, el propio Casado anuncia que bajaría el Salario Mínimo Interprofesional y, después, culpa a los periodistas.

El clínic de Rivera sobre cómo perder unas elecciones

No obstante, Casado no tiene de qué preocuparse. No se va a ahogar en sus propios charcos. Su intención es ser el primero de las derechas y sumar escaños, un objetivo que no corre peligro por la sucesión de desdichas que está cosechando Ciudadanos.

Hace poco más de un mes la opinión mayoritaria entre los periodistas era que “Albert Rivera es una máquina electoral” y podría arrollar al PP y frenar el suflé ultra llamado Vox. Pero la actual situación de los naranjas es bien distinta.

Rivera ha dado un auténtico recital sobre cómo se pierden unas elecciones. Cualquier radiografía sociológica refleja que, desde su posición centrista, podía pescar tanto en el PSOE como en el PP. Pero de pronto, Rivera se autocercenó esa posibilidad al vetar cualquier tipo de pacto con los socialistas y mostrarse públicamente como la muleta del PP al tenderle la mano de manera tan abrumadora a Casado, a quien propuso un acuerdo para un Gobierno de coalición en plena campaña. Aquello sí que fue un auténtico tiro en el pie y no la propuesta de Vox sobre las armas.

De hecho, dio lugar a un intercambio de ofrecimientos esperpéntico. Casado poco menos que se mofó de Rivera proponiéndole ser su ministro de Exteriores. Al líder naranja no le quedó otra que recurrir al humor y proponer a Casado ser ministro de Universidades.

Rivera insistió en tenderle la mano a Casado porque, ¿qué mejor manera de subsanar un error que volviendo a cometerlo? Nótese la ironía.

Iglesias ha cambiado el catálogo de Ikea por la Constitución, un formato que suena a una suerte de constitucionalismo patriótico progresista para detener la sangría por Cataluña

A todo esto, habría que sumarle el desgaste de los naranjas por las irregularidades durante las primarias en varias autonomías, con mención especial para Silvia Clemente en Castilla y León; el caso de los espías; y en definitiva, su absoluta pérdida de protagonismo más allá de los escándalos que les rodean. De hecho, la propuesta más sonada de Rivera ha sido la inclusión de una asignatura sobre la Constitución (que también acabó volviéndose en su contra).

Ni siquiera los fichajes estrella han logrado levantar a los naranjas del valle que atraviesan en las encuestas. Incorporaciones sonadas que los críticos achacan a la falta de banquillo. Buen ejemplo de ello es la candidatura de Luis Garicano para las europeas: la número dos es la eurodiputada de UPyD Maite Pagazaurtundúa; la número tres la exsocialista Soraya Rodríguez; José Ramón Bauzá será número cuatro y el líder de UPyD, Cristiano Brown, número 11.

Podemos busca salvar los muebles

Han pasado tres años desde que Podemos soñaba con un sorpasso al PSOE para reivindicarse como la formación líder de la izquierda. Poco o nada queda ya de aquella época. Las encuestas no son nada halagüeñas para los morados, incluso hay sondeos que les sitúan por detrás de Vox. Y aunque lo nieguen en público, la preocupación es real.

Sus aspiraciones, ahora, se limitan a sumar más que la extrema derecha a fin y efecto de poder articular una mayoría suficiente para hacer presidente a Sánchez e influir y entrar en el Gobierno. Pueden parecer unos objetivos pobres, pero dadas las circunstancias…

Podemos se está desangrando. Su posición respecto al desafío soberanista en Cataluña le ha desgastado, y desde luego, las luchas internas no han ayudado. Nadie duda de que las purgas post Vistalegre han afectado, que la marcha con órdago de Íñigo Errejón incluido ha debilitado a un partido que cumplió cinco años en sus horas más bajas, y que Cataluña les ha puesto en un brete. Su postura, referéndum pactado, no ha sido bien recibida por muchos de sus electores. A los datos me remito.

En consecuencia, los morados han optado por cambiar por completo la estrategia con la que asaltó el Congreso en las elecciones generales de 2015 y el bis de 2016. Las propuestas tienen el mismo tinte social que el 26J. Todas y cada una de las iniciativas atajan (o lo pretenden) la desigualdad del país. Se puede estar de acuerdo o no, compartir o no, pero Podemos ha vuelto a impregnar su programa de tinte social: un plan estatal contra la violencia de género con una inversión de 600 millones de euros, cobertura gratuita para la educación infantil de 0 a 3 años, dentista gratuito, revalorización de las pensiones vinculándolas al IPC, reforma fiscal, reducción de la jornada laboral a 34 horas semanales, la intervención del marcado del alquiler y unos ingresos suficientes garantizados (de entre 600 a 1.200 euros mensuales).

Pero hay que diferenciar continente de contenido. Si Podemos empaquetó su propuesta electoral en 2016 en un formato rompedor e innovador como el catálogo de Ikea; ahora, ha apostado por hacerlo en formato Constitución Española, que suena a una suerte de constitucionalismo patriótico progresista. Un 'votadme, que os prometo que no soy indepe y que no voy a romper tanto los moldes'.

Un cúmulo de despropósitos

Y mientras PP, PSOE, Ciudadanos y Podemos se ponen a sí mismos palos en las ruedas, Vox sigue a lo suyo. La formación de Santiago Abascal es un despropósito per sé. Xenófobos, homófobos, machistas… Van contra todo lo que no se ajuste a su definición de “españoles de bien”. Es pro armas, proponen despenalizar la incitación al odio hacia los grupos minoritarios, abogan por eliminar las autonomías…

Salen a disparate por día y su discurso se limita a un nostálgico “¡Viva España!”; acumulan salpicados por pornografía infantil y abusos sexuales a discapacitados, líderes de grupos nazis… Y sin embargo, siguen subiendo en las encuestas y marcan la agenda. Abascal tiene la batuta de las derechas, y buena muestra de ello es que PP y Ciudadanos abrazan sus argumentos para no desangrarse. Ha tenido hasta que aparecer el innombrable y todopoderoso José María Aznar que “nadie me llama derechita cobarde porque no me aguanta la mirada”.

Sánchez mantiene un perfil bajo y opta por no arriesgar. Cabría preguntarse si la extrema derecha no dinamitará sus planes

Con este escenario como telón de fondo cabe preguntarse si hay algún partido que quiera ganar estas elecciones por méritos propios y no por demérito del rival político. Buena prueba de ello es el perfil bajo que está manteniendo Pedro Sánchez, que se limita a no arriesgar para asegurar su posición. Eso sí, cabría cuestionarse si su táctica funcionará de tal manera que pueda sumar con Iglesias para configurar un Gobierno frente a las derechas. La fórmula D’Hont será más decisiva que nunca.

Así las cosas, lo único seguro de la campaña electoral es que la Constitución y Cataluña jugarán un papel fundamental. Los constitucionalistas competirán por ver quién tiene la bandera más grande, quién es el gallo del corral; el PSOE se sacudirá las acusaciones de que venderán España a “los Puigdemont, Rufián y Torra para estar un minuto más en Moncloa”; y hasta Podemos ha entrado en el juego de la Carta Magna (los que querían romper con el régimen infecto del 78 ahora se presentan como los adalides de la CE).

Será una campaña plagada de reproches (“tú más”), de insultos (“prefiere pactar con los que tienen las manos manchadas de sangre”), de mentiras, de símbolos y emociones (la España de los balcones y Colón), de Cataluña, de EH Bildu… En definitiva, será la campaña de las entrañas y la Constitución.