Después de un día normal en la oficina llego a casa, enciendo la televisión y en la parte derecha superior de la pantalla han colocado un minutero que crece a raudales y a cada segundo. Sin haber sido bueno en matemáticas, dejo un momento lo que estoy haciendo y comienzo a contar ceros. En paralelo, hacía unas horas ha nacido en República Dominicana al que le han puesto de nombre Damián. Él no lo sabe, pero se convertía en un hito en el momento mismo de venir al mundo. Con su llegada, ya somos 8.000 millones de personas. Esto pasó el pasado fin de semana, y ahora conviene reflexionar sobre qué supone esto.

El acontecimiento supone un antes y un después en la historia de la humanidad, por exagerado que pueda sonar. Con ello, y pese a que un hecho de estas características siempre es motivo de alegría, el pequeño que ocuparía portadas al día siguiente hace las veces de aviso a navegantes.

Así las cosas, el escenario que se vislumbra es, si no complicado, al menos diferente. O quizá lleva demasiado tiempo siendo igual y necesitamos que sea noticia para tomar cartas en el asunto. En cualquier caso, superpoblación y envejecimiento han sido siempre dos problemas que, aunque ahora parecen alcanzar un grado mayor, han estado sobre la mesa y que, como casi todo en esta vida, hay que analizar desde un punto de vista de diferencia de clases.

ElPlural.com se ha puesto en contacto con Rebeca Cordero, socióloga y docente de la Universidad Europea de Madrid. “No es correcto decir que estamos abocados a un envejecimiento como planeta (de hecho, se estipula que tardaremos otros 15 años en llegar a los 9.000 millones de habitantes), pero sí que existe una tendencia a que se vaya aminorando el crecimiento poblacional a nivel global”, expone como primera idea. “En cualquier caso, este se tiene que ralentizar para poder cumplir, entre otros compromisos, con la agenda 2030”, añade.

Distintos actores, deferentes recetas, mismo objetivo

Es imprescindible que todos nos arremanguemos en pos de una sostenibilidad que se está viendo mermada por el problema del crecimiento poblacional y está siendo a la vez causa del mismo, así como que trabajemos conjuntamente en aras de una igualdad real entre géneros y territorios. “¿En el mundo tenemos los recursos suficientes para cubrir las necesidades de 8.000 millones de personas?”, lanza al aire. Ante un pequeño silencio surgido, posiblemente y de manera indirecta, de la duda de la que el propio sistema ha impregnado a un servidor, la propia experta responde tajante: “A lo mejor, si hacemos un reparto justo y equitativo de la riqueza, sí”.

Eso implicaría, claro está, que los que más tienen se ofrezcan a compartirlo. Poco menos que una utopía en los tiempos que corren. Pero la línea de actuación no va solamente en el sentido de lo material para actuar sobre lo medioambiental, también ha de orientarse hacia lo puramente ideológico: “Hay otra parte que tiene que ver directamente con la consciencia que deben tomar los estados empobrecidos sobre el papel y que pasa por la necesidad de impartir políticas que tengan que ver con la relación sexual, con la suma importancia de que la mujer se empodere y tenga los mismos derechos que el hombre”.

Aunque el cambio de paradigma planteado parece todavía hoy una ilusión y ni los que más tienen más dan ni ciertos intereses quedan conformes con que algunas personas lleguen a unos mínimos de dignidad, la experiencia nos emplaza a confiar: “En Guatemala las mujeres tenían una media de cinco hijos y ahora la cifra está en tres. Lo mismo sucede en Etiopía, donde se ha pasado de los siete hijos a los cuatro. Por lo tanto, se puede controlar la natalidad de forma equitativa y sin imponer nada por la fuerza ni actuar tampoco bajo el otro extremo obligando a alguien a no tener hijos".

Los países desarrollados tienen también deberes en esta línea. En su caso, contra el envejecimiento y la llamada pirámide invertida. Evidentemente, tal y como apunta Cordero, los problemas a resolver no son los mismos para ambas partes del mapa. “No es equiparable que esté permitido violar a una mujer con la brecha de género”, deja claro nuestra experta. Si bien, no hay que eludir que hay tarea por delante, y mucha, en los países europeístas o los Estados Unidos, entre otros.

A colación de lo mencionado, en los últimos días han visto la luz los datos de la Agencia Tributaria que reflejan un sueldo superior de base con el que parten las mujeres de más de 36 años respecto a los hombres de la misma edad. Hasta superar la treintena, prácticamente el trabajador y la trabajadora cobran lo mismo como norma general. Sin embargo, a partir de entonces los varones reciben un 8% más de ingresos, cifra que se dispara hasta un máximo del 30% después de los 65. “Aquí sucede a la inversa, las mujeres se enfrentan a graves consecuencias en el término laboral como son los suelos pegajosos, los techos de cristal u horarios que te impiden conciliar. Todo ello dificulta la natalidad”, advierte.

Aferrarse a la Historia y desconfiar de ella

La Historia es una cara con su cruz. Si bien hay ejemplos como los de los países ya expuestos que llaman a aferrarse a ella para creer que algo es posible, también hay casos que invitan a todo lo contrario. El más clarividente es la actual Guerra de Ucrania, seguramente inimaginable en el siglo y lugar donde se sitúa.

El conflicto bélico no está de más para echar más leña al fuego, de tal manera que los conflictos bélicos suelen guardar fuertes vínculos con los populismos y estos mantienen como su biblia particular los principios de guerra del expropagandista nazi, Joseph Goebbels.

¿Y qué tiene que ver esto con los problemas poblacionales? Más allá de los retos demográficos a los que se enfrenta cualquier territorio que haya pasado por las armas por costes humanos evidentes, los radicalismos afloran nuevamente en forma de partidos políticos en buena parte del mundo: Santiago Abascal, Viktor Orbán, Giorgia Meloni, Donald Trump, Jair Bolsonaro… Muchos de ellos pasarán a mejor vida en el escenario político, pero su ideología perdurará, siendo una de su máxima un sentimiento extremadamente nacionalista.

Se puede pensar que, en el futuro, exista una necesidad de rejuvenecer los territorios en los que estos políticos tienen representación, lo cual ayude a una apertura migratoria y, dicho sea de paso, de miras. Sin embargo, Cordero no contempla el escenario, a menos a corto y medio plazo. “Lo que está ocurriendo es justo lo contrario. No vemos al inmigrante como solución para que nuestra pirámide poblacional se enderece, sino el problema de muchas otras cosas. Ese enemigo único”, comenta entristecida.

“Necesitaremos un reemplazo poblacional, pero es un debate con muchos claroscuros en el que entran además otros factores que no son baladí, como la necesidad de una seguridad”. El análisis, urde decir, se ampara bajo la idea de la inmigración controlada, porque lo estrictamente contrario “sería insostenible”, ya que “tampoco habría recursos suficientes”.

En cualquier caso, aspectos económicos, culturales, políticos… son muchos los frentes abiertos para revertir la situación sobre la que el pequeño Damián ha vuelto a poner de forma indirecta el foco. ¿Lo más positivo? Que hay tiempo. Ahora falta lo más difícil: la disposición.