Se abre el telón y aparece Moreno Bonilla, Juanma para los amigos, con un perro en las manos. “Mis hijos me han pedido que presente a un miembro de la familia”. El animal parece de algodón, pero del que enseñaba el mayordomo del anuncio tras pasarlo por una encimera sucia. Es “un bichón maltés”, explica el presidente andaluz, pero bien podría ser un perrete sin pedigree, lo que siempre se ha llamado chucho. De hecho, lo encontró abandonado y lo adoptó pese a tener un tumor que el candidato se encargó de curar. Encima está ciego y cojea mientras lo pasean los tres hijos de Moreno Bonilla que nos recuerdan, sutilmente, que son familia numerosa. Para colmo, el perro se llama Toby. Ese día, pensé, Juanma se pasó el juego.

Era inevitable acordarse aquel día de Lucas, el perro que Albert Rivera nos restregó por la cara pocos días antes de hundir su partido en la repetición electoral de 2019. Lucas colgaba paralizado de las manos del líder de Ciudadanos, casi secuestrado, mientras Toby no para de lamer la cara de Moreno Bonilla. Lucas era un cachorro, “aún huele a leche” de caniche toy, la raza que creó la nobleza en el siglo XVII porque el caniche enano no era suficiente cuqui. Toby, en cambio, es un desastre de perro, pero el desastre que todos hemos tenido o conocido alguna vez.

El vídeo de Moreno Bonilla era la quinta esencia de su campaña. Era moderación, transversalidad, simpatía, familia, identidad y, sobre soto, sutileza. Toda lo que pretendió y no consiguió con aquella impostada fotografía comiendo en McDonald’s con Pablo Casado en las pasadas elecciones y que le llevó al peor resultado en la historia del PP en Andalucía e, irónicamente, a la Junta por primera vez en su historia.  

Moreno Bonilla, el nuevo protector del andalucismo

Con estos mimbres, el PP ha conseguido un resultado histórico en Andalucía. Y no basta con deducir que se ha comido a Ciudadanos: hay más, mucho más. En 2015, el PP tenía un millón de votos, el PSOE 1,4 millones y Ciudadanos, que apoyó a los socialistas, 370.000. En 2019, el PP cayó a 750.000, Ciudadanos subió a 660.000 y el PSOE bajó a un millón. Ahora, el PP ha llegado a 1,6 millones, más del doble, y Ciudadanos solo se ha dejado medio millón. Y todo con Vox, pese a su gran fracaso de expectativas, sumando 100.000 votos respecto a la anterior cita, cuando se presentó en sociedad con 12 diputados.

Moreno Bonilla se ha enfundado en la bandera del andalucismo del día a día, no en la versión épica que pinta Teresa Rodríguez, y se ha conseguido erigirse en el guardaespaldas del Estatuto de Andalucía que denostaron sus padres políticos de Alianza Popular. Aquel “andaluz no te dejes engañar, este no es tu referéndum” de UCD que catapultó al PSOE de Felipe González y Alfonso Guerra. Pero el relato se ha dado la vuelta y poco dicen ya estas siglas, menos cuando el candidato ganador, y nuevo protector del andalucismo, ha ocultado las suyas, las del PP, durante toda la campaña.

Feijóo, entre Moreno Bonilla y Ayuso

La buena noticia, para la política en general, es que ha ganado la moderación. Harían bien en tomar buena nota en Génova 13. Para enfrentarse a Vox y a su discurso de odio solo existen dos estrategias: ofrecer sosiego o más odio. Andalucía o Madrid Y no son compatibles, como desmostró Casado con sus vaivenes. Feijóo, en su primer cara a cara en el Senado con Pedro Sánchez, eligió la primera opción y ambos tuvieron un debate sobre las cosas del comer y no una gymkana por ver quién colaba más zascas. Haría bien en seguir ese camino y no el de la confrontación desnortada de Ayuso, que hoy tacha en el calendario una de las fechas rojas en su tregua con Feijóo.

Los andaluces han dado libertad total al PP para implantar su modelo económico y social. Totalmente legítimo y siempre es preferible que se vendan los derechos a que se borren del mapa, como empieza a pasar en Castilla y León. El trabajo de ofrecer un modelo diferente le toca a la izquierda. Incluso le puede venir bien, visto que la estrategia del miedo a Vox se ha agotado y el votante necesita algo más. Algo que no ha tenido enfrente Moreno Bonilla durante toda la campaña.

La matrioshka de la izquierda

La matrioshka de la izquierda ha vuelto a fracasar en el enésimo ejemplo de conseguir resultados diferentes con estrategias de ruptura idénticas. Juntos, Adelante Andalucía y Por Andalucía habrían desactivado con sus votos la mayoría absoluta del PP. En campaña han hablado de los bolsillos, pero de los suyos. Teresa Rodríguez llegaba este domingo a su sede ufana, casi celebrando que iba a tener grupo parlamentario (con las prebendas que conlleva) y ni eso ha conseguido. Y recuperar ese grupo fue lo que exigió como condición sine qua non para hablar con Por Andalucía, la coalición que no llegó a tiempo a registrar a todos sus miembros y perdió una semana discutiendo cómo se repartirían las subvenciones electorales.

El PSOE, en cambio, ha centrado su campaña en dos ejes. El primero, vender los logros del Gobierno nacional y la llegada de fondos europeos, que eran la gran esperanza de Moncloa para cuando llegasen las elecciones nacionales. El fracaso está a la vista y en Ferraz deberían replantearse por qué no engancha su relato: sus rivales tapan sus datos de paro con cualquier polémica ridícula, nadie se entera de que hayan salvado miles de empleos en Palencia frente al desprecio de Vox y la investigación a una vicepresidenta en Valencia genera ríos de tinta mientras que la imputación de Rajoy, Fernández Díaz y Montoro en Andorra queda como una anécdota.

El otro eje del PSOE, que lleva explotando desde 2019 con Vox, y desde hace décadas con el PP en Andalucía, es alertar de que viene el lobo. Y, esta vez, el lobo no ha entrado en los corrales de San Telmo y el PP ha estado cuatro años sin comerse las ovejas, al menos a ojos de la mayoría absoluta de los andaluces. El cuento se ha acabado porque el dóberman furioso ha resultado ser un perro con pinta de mil leches, cojo y ciego que se llama Toby.