“Todo se va, todo cae, todo fina”, citó Manuel Fraga en su despedida. El tiempo es dueño de todos nosotros. Tumba de nuestras expectativas y expiación de nuestros pecados. El tiempo sana viejas heridas. El tiempo es condena y absolución. En política, el tiempo lo es todo. Rencor o desmemoria. Todo cae, decía. Todo poder deviene en bruma. El PSOE ha perdido Andalucía. No es sólo un asunto electoral. No es un gélido análisis de votos, porcentajes y escaños. Es algo más. Lo que ha pasado esta noche de víspera estival es ya historia de esta Comunidad. Andalucía ha confiado con contundencia en el candidato del Partido Popular, en un representante del centro-derecha, en el ´El Coco´. Porque esa ha sido la política comunicativa del socialismo en estos últimos ocho años: ´Cuidado, que viene El Coco´. Y llegó. Y no sólo no se comió a los niños, sino que les dio más oportunidades, más prosperidad y mejor futuro. Y eso no lo digo yo, lo dicen todos los indicadores, todos los datos y todos los mercados. Y no lo digo yo, lo dicen también los millones de andaluces que con su voto han apoyado la gestión de Juanma Moreno Bonilla, el gran protagonista de hoy.

Lo han leído en esta humilde firma desde que Moreno hizo pública la fecha de los comicios: se estaba gestando algo grande. Los aciertos del equipo del presidente eran aún más voluminosos viendo lo trapisondistas que se mostraban el resto de partidos. El PSOE se decantaba por un candidato de perfil bajo, Juan Espadas, borrando el susanismo y abrazándose a la imagen de Pedro Sánchez en plena subida de precios. Vox, que partía en una muy buena posición, se traía a una candidata de Alicante, Macarena Olona, y fichaba a un jefe de campaña sin experiencia, Álvaro Zancajo. Entre la falta de tono de la primera y la falta de pericia del segundo, el suflé cayó escandalosamente. Juan Marín hizo lo que pudo con un partido que ya sólo es un hatillo de huesos y estatutos. Me entristece su caída. Buena parte de su trabajo lo ha devorado su socio de Gobierno. Pero la política, como el fútbol, no es un deporte de merecimientos. En la otra parte del arco ideológico, los partidos de izquierda se enzarzaron en una riña de gatos que les restó credibilidad aún antes de salir a jugar el partido. Por Andalucía fue un quiero y no puedo constante. El tuit de hoy de Podemos recordando a sus posibles votantes cuál era su papeleta resultaba trágico. Adelante Andalucía se defendió patas arriba gracias a la solidez de su candidata, Teresa Rodríguez, pero la cosa ya no daba para más. Moreno Bonilla, como los grandes atletas del medio fondo, sólo dependía de sí mismo, de su confianza, de su respiración y de su entusiasmo.

Las elecciones se ganaron el 12 de abril. En plena Semana Santa. Martes santo. El presidente de la Junta de Andalucía aún no había decidido la fecha de las elecciones, pero sabía que se adelantaría al verano. Aquel día fue al barrio del Cerro del Águila, un caladero de voto de izquierdas. Uno de esos sitios donde los asesores aconsejan dar por perdidos. Pero él insistió. Llegó a la Iglesia Nuestra Señora de los Dolores, desde donde tenía previsto salir la Hermandad del Cerro del Águila, y presenció la decisión de no realizar su estación de penitencia ante la predicción de lluvias para las próximas horas. "El cariño de un barrio de Sevilla que no ha podido ver a su Virgen por las calles este Martes Santo me lo guardo para siempre. Para mí ha sido un orgullo y un honor compartir este día con vosotros. Gracias de corazón al Cerro del Águila", escribió en un tuit. Aquella tarde supo que Andalucía sería azul.

Ya lo viví en primera persona con Juan Ignacio Zoido y ya lo aprendió Javier Arenas, traduciéndolo en los mejores resultados del PP en Andalucía hasta hoy: Hay que pisar la calle sin complejos. El voto no es de nadie. Andalucía no tiene patentes, por más que Espadas haya apelado a ese soberbio "Si votamos, ganamos" que tan exiguo resultado le ha dado. Los barrios son permeables si la propuesta es honesta. Si se sabe a qué se va. El chau-chau se ve venir. Las promesas frágiles. Los golpes en el pecho. Pero si vas al barrio a explicar con sensatez tu proyecto, te escuchan. Y a Juanma le escucharon. Ahí y en toda Andalucía. Una mayoría absoluta no es un balón de Nivea que te ha caído del cielo. Una mayoría absoluta es un trabajo de años. Orfebrería política. La campaña estaba diseñada sin pasión, sólo gestión. No se apelaba a la divinidad, sólo al trabajo. Ha sido una campaña fría y concisa. Andalucía necesita superar el letargo socialista, Andalucía, en ese camino, no puede experimentar con gaseosa, no puede confiar en un partido tierno como Vox para afrontar los retos que quedan por delante. Lo dijo muy claro en la primera semana de hostilidades: Juanma buscaba la absoluta, el dique a la ultraderecha sería el Estatuto, si era necesario votar dos veces, se votaba, pero su plan de futuro no iba a estar sometido al capricho de Olona o las ocurrencias de su clá.

¿Qué queda por delante? Pienso en el perdedor, en Juan Espadas. El PSOE merece una reflexión más profunda, apostar por el talento, desprenderse de ese halo de derrotismo y fragilidad. Espadas ha sido un mal candidato. Pedro Sánchez ha pensado, de nuevo, en sí mismo, y no en Andalucía. La izquierda de la izquierda espera que Yolanda Díaz aterrice en esta tierra. Veremos qué tiene que enseñar la gallega a la vieja IU, que será hegemónica frente al rescoldo de Podemos. Vox quizá ha tocado techo. Lo tuvo en su mano, y lo dejó caer. El futuro de Andalucía ya es del PP, y lo será durante muchos años. De Juanma Moreno y su equipo depende ahora no dilapidar esta bárbara confianza. No perderse en vanidades. Seguir sumando. Que la tentación del abandono no sobrevuele sus cabezas. Que no se echen a perder. Que no pierdan el pulso que les ha hecho ganar unas elecciones con unos resultados con los que, hace un año, nadie soñaba.