Andalucía ha dicho no a la ultraderecha este 19 de junio en unas elecciones que serán recordadas por el rotundo éxito del Partido Popular. Andalucía ha elegido moderación frente a radicalidad. Y ha optado por un candidato que ha huido de las siglas de su partido, de la sobreideologización y que ha abrazado la mesura. 58 escaños para el PP y 14 para Vox.

Los andaluces no se han fiado de Vox ni de su candidata alicantina, que se ha negado a renunciar a su acta en el Congreso de los Diputados, hecho que dejaba claro su poco compromiso con el pueblo andaluz. Se despidió del Parlamento español citando a Jose Antonio Primo de Rivera, ¿qué dirá cuando vuelva con el rabo entre las piernas? Dijo que iba a defender la bandera "con alegría" desde Andalucía. Pero, ¿solo durante la campaña electoral? No defender a su partido desde el parlamento autonómico es una traición a los andaluces.

El electorado no ha comprado su discurso criminalizador de los inmigrantes, de la pobreza y las minorías. También han sido conscientes de lo perjudicial que sería Vox para los trabajadores. Los andaluces sabían que Olona es seguidora de Marine Le Pen, cuyas políticas habrían sido fatales para el campo andaluz. Sabían de su apoyo a Donald Trump, un líder que con su subida de los aranceles en las exportaciones extranjeras, arruinó a los trabajadores del aceite. Andalucía ha elegido a la derecha menos derecha y ha dado un golpe de realidad al partido de Santiago Abascal.

En Vox se veían a sí mismos ganando las elecciones y a Moreno Bonilla como su vicepresidente. Apostaban por superar los 20 escaños. Olona empezó la campaña equiparando al presidente de la Junta con el PSOE y acusándole de corrupto. Ante un hype tan alto, es lógico que la sensación en la formación ultraderechista sea la de fracaso. Porque lo es. Aunque maquillen el mensaje, Vox ha fracasado en Andalucía y este resultado puede ser demoledor en sus intereses nacionales.