El reciente fallecimiento de la monarca británica Isabel II continúa abriendo portadas de medios y cabeceras de los informativos. Con la muerte de la segunda reina más longeva del mundo, los rotativos no han dejado de arrojar informaciones sobre los 70 años de reinado. Entrando de lleno en el ámbito económico, la única similitud que Isabel II heredó de su padre, Jorge VI, y la que lega al ya actual monarca británico, Carlos III, es una economía marcada por el ritmo de la guerra.

Las siete décadas de reinado de la reina eterna han venido acompañadas de un espléndido crecimiento económico. El PIB británico en el comienzo del reinado de Isabel II era una mínima parte del actual, de apenas 15.000 millones de libras, frente a los más de dos billones actuales.

La década de los 50: consecuencias de la guerra

Cuando una jovencísima Isabel II es coronada con apenas 26 años a principios de los años de 50, la economía de Reino Unido se encontraba en las antípodas de la situación actual. En la década de los 50, el país británico aún arrastraba los efectos del racionamiento y de la Segunda Guerra Mundial. Tras la pérdida progresiva de numerosas colonias, el país decidió cambiar el rumbo y establecerse de nuevo como potente economía manteniendo una doble alianza con EEUU que dura hasta nuestros días.

Sin embargo, con este viraje económico la corona inglesa no perdió de vista su mirada económica sobre el Viejo Continente, pero al mismo tiempo reforzó sus relaciones comerciales con Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial se erigió como principal potencia económica mundial, hecho que le ha permitido mantener un sólido crecimiento a lo largo de la segunda mitad del Siglo XX.

La economía de Gran Bretaña durante los 50 era heredera directa de la revolución industrial, el tejido productivo británico se apoyaba en una potente industria manufacturera que conservaba aún vestigios de potencia comercial y exportadora.

De la hegemonía de lo público al Thatcherismo

En la década de los 60, Reino Unido trató de incorporarse sin éxito a la Comunidad Económica Europea (CEE), principalmente por la oposición de Francia ya que el presidente francés por aquel entonces, Charles de Gaulle, albergaba serias dudas sobre el compromiso británico con el proyecto europeo. No fue hasta 1970 que la candidatura de ingreso en la CEE fue aceptada, gracias, en parte, a la política europeísta del Primer Ministro británico Edward Heath.

Durante dos décadas, desde 1950 hasta 1970, la economía británica mantuvo un alto nivel de presencia del sector público, asumiendo una enorme política expansiva y social, sector público que llegó incluso a representar entre el 35% y el 40% del PIB. Sin embargo, esta economía progresista fue fulminada con la llegada al poder de Margaret Thatcher.  

La Dama de Hierro acometió una durísima reforma de la política económica británica, aplicando políticas liberales que redujeron el papel del Estado y reformaron el modelo del sistema de protección social.

Durante los 11 años que la líder conservadora residió en Downing Street, el PIB per cápita creció un 35%, superando así a Alemania y a Francia, mientras que la inflación cayó de un 13,4% en 1979, durante la crisis del petróleo, hasta el 9,5% en 1990. No obstante, al mismo tiempo que la economía británica experimentaba un auge, la desigualdad de la renta también aumentaba, reduciéndose el bienestar social de la población.

Durante el mandato de los tories, el país británico experimentó serios cambios en su tejido productivo. El motor económico de la década de los 50 y 60 pasó de ser la potente industria manufacturera que daba empleo a uno de cada tres trabajadores, a situarse en apenas una milla cuadrada en el corazón de Londres, la City.

Desde el mandato de la premier británica el país ha apostado por las finanzas, convirtiéndose en el centro de los principales bancos y firmas de inversión. Los servicios ya representan más del 80% de su masa laboral, frente al apenas 7% al que ha caído la industria.

El siglo XXI: La Gran Recesión, el Brexit y la Covid-19 en menos de dos décadas

Con la entrada del nuevo milenio, Reino Unido decía adiós al convulso siglo XX para darle la bienvenida al siglo XXI. Con un crecimiento económico imparable en los 80 y los 90, y con políticas económicas que recuperaron el bienestar social gravemente dañado durante el mandato de Thatcher, el país británico encaraba con optimismo la entrada al nuevo milenio.

No obstante, la bonanza económica no tardó en agotarse. Desde el 2007-2008, se produjo la denominada Gran Recesión, que se alargó hasta el año 2015. Entre esos años, marcados por la crisis económica global, el Reino Unido registró la mayor disminución de los salarios reales (ajustados por inflación) de todos los países avanzados, al mismo nivel que Grecia cuyos salarios reales acusaron un descenso del 10,4%.

La Gran Recesión disparó la inflación en el país británico por encima del 25%, agudizando la debilidad de la libra y disparando la deuda pública. Deuda pública con la que el Gobierno británico gasta más de 1 billón de libras esterlinas para rescatar a los bancos privados.

No pasarían más de cinco años desde la recuperación de la Gran Recesión en el 2015 hasta el estallido de la pandemia provocada por la crisis del Covid-19. De esta forma, el tejido productivo británico acusó un parón como en el resto de las economías. Sin embargo, Reino Unido experimentó un hándicap añadido, en plena crisis pandémica, el país británico hizo efectiva su desconexión de la Unión Europea, culminándose el llamado Brexit y confirmando las dudas que décadas antes anticipaba De Gaulle.

Tras un año de Brexit y con los efectos de la pandemia todavía coleando, Gran Bretaña contabilizó en marzo del 2021 una deuda del 103,6% de su PIB. El déficit del país suponía 380.000 millones de euros, un 15,1% del tamaño de su economía.

A día de hoy, el legado de Isabel II en materia económica no resulta fácil de gestionar. De nuevo con la guerra como telón de fondo marcando el compás de la economía, unas elevadas tasas de inflación y unos altos precios de la energía, los retos a los que se han de enfrentar el nuevo monarca Carlos III y la recién estrenada premier británica Liz Truss, no son pocos.

En cuanto a datos económicos, la inflación de Reino Unido se sitúa ya por encima del 10%, a lo que se suma una deuda pública disparada en el 140% del PIB, unos tipos de interés sobre la libra que se sitúan en el 2,1%, intercambiándose la divisa por poco más de un dólar.

Otro reto al que tendrá que enfrentarse el Ejecutivo y la Realeza británica es la crisis poblacional típica de las economías desarrolladas. Isabel II ha pasado de gobernar sobre poco más de 50 millones de británicos a más de 67 millones. No obstante, las cifras no apuntan a que esta explosión demográfica pueda conservarse durante el reinado de su hijo. La ratio de hijos por mujer ha pasado de casi tres en los 50 a 1,5 en la actualidad, de acuerdo con los datos de la OCDE. Actualmente, la tasa de paro se sitúa en el 3,8% y el sueldo medio está ligeramente por encima de los 50.000 dólares al año.

Volviendo al leitmotiv de la inflación que, junto con la guerra de Ucrania, marcan la agenda económica mundial, del 10% que marca Reino Unido en la actualidad al 11% que se cifraba en 1952 cuando Isabel II era coronada y las consecuencias de la guerra acosaban a la economía, parece como si entre los 70 años que la reina eterna lleva en el trono británico, nada hubiera ocurrido.