Coinciden en las librerías dos obras autobiográficas que nos muestran otros rostros (menos conocidos) de un tema inagotable: la Segunda Guerra Mundial. No son libros sobre situaciones bélicas ni sobre la toma de puestos fronterizos, sino que retratan el trasfondo de algunos escenarios, las zonas donde había más rutinas y aburrimiento que fuego de artillería. Se trata de La cartilla militar, de Max Frisch (publicado por Las Afueras, que recupera la traducción de Luis González-Hontoria del 84), y de Las soldadesas, de Ugo Pirro (publicado por Altamarea, hasta ahora inédito si no me equivoco; con traducción de Gerardo Matallana Medina). De ello se han encargado dos editoriales nuevas e independientes, cuyos catálogos y futuras novedades no deberíamos perder de vista.

El escritor suizo Max Frisch no necesita presentación entre los lectores de raza. Autor de libros como Homo Faber, Montauk, El hombre aparece en el Holoceno o Digamos que me llamo Gantenbein, fue uno de los grandes estilistas en lengua alemana del siglo XX, como demuestra La cartilla militar, que puede ser un punto de partida perfecto para quien no haya leído antes nada de su cosecha. Frisch va enlazando recuerdos de su estancia en el ejército, recuerdos que arrancan por dos motivos: el encuentro con tropas mientras él viaja en limusina por el Tesino y la conservación de su cartilla militar, en la que confluían sellos, notas médicas e inventarios. El resultado, evocador y con suficiente carga desmitificadora, no es un ensayo y tampoco una novela, pero posee algo de ambos. Porque hay posturas sobre lo absurdo de pertenecer a un ejército en el que se debe cumplir el servicio militar obligatorio, y porque Frisch va contando detalles y anécdotas que parecen propias de la ficción. Su narrativa participa del detalle, que es exhaustivo pero jamás cansa. Así, el narrador va pasando revista a todo: las marchas, la descripción del incómodo uniforme, los olores característicos del ejército (grasa de armamento, peladuras de patatas, calcetines húmedos, sopa y ceniceros…), el vacío existencial de cada hombre, las maniobras, la relación con los oficiales, las rutinas castrenses, el agotador sueño sobre la paja o dentro de un almacén… Nada se le escapa a Frisch. Sin olvidar las menciones a Hitler: porque, siendo Suiza neutral durante la contienda, era inevitable sacar el tema… Pero de Hitler hablaban poco. Lo que trata de enseñarnos el autor es que Hitler quedaba muy lejos, como una amenaza lejana a cuyos hombres los suizos darían su merecido si se atrevían a atacarlos. La cartilla militar es uno de esos libros que introducen a fondo al lector en entornos castrenses, casi como si nos prestaran botas y uniformes para saber lo que se siente al dormir al raso y con los pies empapados. Magnífico libro.

No menos magnífico, aunque se aproxima más a la novela que al estilismo de Frisch, es Las soldadesas. Pero al escritor y guionista italiano Ugo Pirro tal vez tengamos que presentarlo porque no todo el mundo lo conoce o recuerda su nombre. Tal vez su momento más álgido fuera en 1972, cuando fue nominado doblemente al Oscar por los guiones de El jardín de los Finzi Contini e Investigación sobre un ciudadano libre de toda sospecha; no obtuvo ninguno de ellos. Suyos también son los guiones de películas antaño célebres y aplaudidas, y hoy quizá olvidadas: La herencia Ferramonti, Operación Ogro, El día de la lechuza o La clase obrera va al paraíso. En España se tradujo su libro Celuloide (la novelización del rodaje de Roma, ciudad abierta), que yo tengo desde hace años en mi biblioteca… aún pendiente de lectura. Las soldadesas fue llevada al cine con Anna Karina, Lea Massari y Tomas Milian en el reparto, pero Pirro no participó en el guión. También basado en sus experiencias durante la Segunda Guerra Mundial, en este caso en escenarios griegos, el narrador es un soldado al que encargan recoger a unas cuantas prostitutas nativas para distribuirlas entre los soldados italianos de distintos campamentos. Aunque al principio le parece una tarea más, pronto lo que ve y oye y siente por algunas de esas mujeres va calando en él, haciendo mella en su identidad, construyendo a su alrededor una coraza. Porque lo que ve es a hombres que abusan de esas mujeres, o que las maltratan, o que las asesinan si están heridas (con la misma crudeza y la misma frialdad con las que un cowboy mata a su caballo porque se le rompe una pata). Lo que ve y sufre, también, es el tedio de las ciudades, el acoso de las chinches, la miseria de los chiquillos, la brutalidad de algunos soldados… Las mujeres a las que acompaña, a las que denominan "reclutas", son tan jóvenes, tan inexpertas y tan inmaduras que el propio narrador siente vergüenza: Las miré de soslayo y no sabía qué decir ni cómo comportarme: eran quince muchachas para nuestros soldados, para nuestros prostíbulos militares. Aquí, al contrario que en los recuerdos de Max Frisch en una Suiza neutral, lo que encontramos es una Italia fascista de cuyos conflictos Ugo Pirro volvería sintiéndose culpable: no en vano a su regreso se convirtió en un escritor antifascista.