El terrible impacto social y económico del coronavirus ha abonado el terreno a negacionistas, movimientos identitarios y una ciudadanía que fruto del cansancio empieza a impacientarse con la diferencia de criterios entre administraciones, los mensajes reversibles y la sensación de que el final se antoja lejano. España vuelve a estar en el grupo de países que peor lo está pasando durante la segunda ola: en marzo, pese a los indicios que llegaron primero desde China y luego desde Italia, se actuó tarde. Se permitieron manifestaciones, actos multitudinarios y no se contó con el material ni los profesionales necesarios. La tibieza condujo al desastre. Y la ecuación ha vuelto a repetirse.

Cada vez cuesta más entender las medidas que se adoptan para contener la pandemia. También su tardanza. Alemania, Irlanda o Reino Unido se han adelantado con un semiconfinamiento que supone un auténtico cerrojazo a la hostelería y al ocio. Europa y los principales organismos médicos a nivel internacional establecen criterios basados en la Incidencia Acumulada y la saturación hospitalaria muy por debajo de las cifras que ya registra España. Algunas CCAA ya solicitan un confinamiento domiciliario para salvar la campaña de Navidad, otras cierran perimetralmente “por días” amparándose en que es mejor tomar medidas “quirúrgicas” y, entretanto, los plenipotenciarios de la gestión a nivel nacional piden tiempo, calma y confianza.

Pero se acaba. Y a medida que crecen las voces discordantes con la forma de proceder del Gobierno aumentan las protestas ciudadanas. Lo que empezó con un grupo de vecinos sintiéndose la resistencia en el acaudalado barrio de Salamanca de Madrid -movimiento que fue extendiéndose de Núñez de Balboa a distintos puntos de la región-, ha derivado en reivindicaciones diversas a lo largo y ancho del panorama nacional: por motivos económicos (feriantes, comerciantes, hosteleros…), por disparidad de criterios frente a las restricciones (reivindicaciones de los barrios populares de Madrid contra Ayuso), ideológicas (marcha en coche de Vox) o negacionistas (convocatoria de Miguel Bosé). 

Nada comparable a la beligerancia mostrada el pasado fin de semana en las principales ciudades del país. Concentraciones esporádicas, donde grupos ultras se aprovecharon del descontento social para provocar disturbios que abrieran telediarios. La canalización de la ira, el miedo y los problemas económicos es la única vía que queda a grupúsculos que beben de la ruptura y se aprovechan especialmente de los más influenciables: “Hay mucha frustración, mucha angustia, mucha incertidumbre… y esto afecta especialmente a los jóvenes, que es uno de los colectivos más afectados por esta pandemia”, explica en declaraciones a ElPlural.com Ana Sofía, profesora de Derecho y Ciencia Política de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) y profesora asociada en la Universitat Pompeu Fabra (UPF).

“No creo que detrás haya una gran elaboración ideológica que haga que estos grupos estén de forma consistente en contra de las restricciones porque tengan una ideología concreta. No diría que hay detrás una respuesta ideológica, más bien oportunista”, prosigue la docente, explicando que, en situaciones de crisis, siempre se activa “este batiburrillo de gente de grupos que ya existen”.

La juventud, especialmente vulnerable por su influenciabilidad

La mayoría de las personas que participan de estos altercados son jóvenes; algunos de ellos, incluso, menores de edad, siendo este uno de los colectivos más afectado por la situación actual. “Tenemos que pensar que uno de cada dos jóvenes no trabaja y preguntarnos qué futuro les espera a nuestros jóvenes”, cuenta Ana Sofía.Tienen pocas oportunidades y sobreviven con pequeños trabajitos que, a lo mejor, son los más afectados en un momento como este. Esta es una parte de la historia”, añade.

En declaraciones también a El Plural, el especialista en gestión y resolución de conflictos, Xavier Pastor, apunta en otra dirección.  El experto considera que los actos vandálicos que comenzaron la semana pasada y se sucedieron durante el fin de semana en algunas ciudades de nuestro país (reproduciéndose imágenes similares de lo que pasó anteriormente en otros países de Europa) cuentan con tres dimensiones: una claramente político-ideológica, una económica y una social.

Respecto de la primera, el politólogo señala que la lucha partidista entre gobernantes y oposición ha saltado del Congreso a la calle: “La oposición utiliza cada decisión que reduce las libertades para expresar su opinión públicamente y en la calle con manifestaciones o concentraciones”, señala. Sobre la cuestión económica, ambos expertos coinciden en que son las pequeñas y medianas empresas, los autónomos y los jóvenes quienes más están pagando las consecuencias monetarias derivadas de la pandemia.

Por último, Pastor analiza un fenómeno sociológico preocupante, refiriéndose a una máxima que se repite siempre entre quienes participan de estas protestas y que dota (o disminuye aún más) de sentido al uso de la violencia. “Hay jóvenes que desde el punto de vista de pasarlo bien destruyen mobiliario urbano, queman contenedores y se suman a estas protestas, quejas y luchas contra la policía”, destaca. Una erótica de la violencia que, mayoritariamente en jóvenes sin estudios, se reproduce peligrosamente otorgando el caldo de cultivo necesario para la entrada en escena de movimientos organizados y peligrosos si el trascender del malestar los legitima.

La extrema derecha rentabiliza el malestar general

Mientras el Gobierno pide altura de miras y responsabilidad individual, muchos son los que consideran que los motivos para la manifestación no son pocos. Es el caso de Natalia Cantó, socióloga, profesora de Artes y Humanidades de la UOC y doctora en CCSS. Consultada por este medio, la experta señala que “desde un punto de vista sociológico no parece muy sorprendente que la gente se manifieste ante la situación”: “Yo creo que ha habido poca protesta, poca manifestación, lo que ha pasado ha superado muchísimo a mucha gente. Ha cambiado el día a día, la forma de relacionarnos, de trabajar y para algunos la forma de ganarse la vida”.

Defendiendo que durante los primeros meses la ciudadanía buscaba sobrevivir a los cambios sociales derivados de la covid-19, la doctora considera lógico que las protestas empiecen a producirse con más asiduidad en este momento de la pandemia: “Lo que pasaba en marzo y abril era un estado de shock, y un estado de shock no da para manifestarse, por eso es normal que sea ahora y no en marzo”, señala.  

“La gente que lo está pasando mal se está expresando a través de muchos canales y distintos medios. La ciudadanía no se siente bien informada ni priorizada”, añade, explicando que hay un interés explícito de la extrema derecha, “que tiene un interés claro y pactado de vincularse con los movimientos de protestas por medidas contra la covid”.

“Tengo claro que la extrema derecha busca beneficiarse de esto, no que sean los únicos que están ahí. Hay mucha gente descontenta pero la extrema derecha lo está vinculando a su favor”, sentencia Cantó.

 

Este artículo es el primero de una serie de reportajes sobre las protestas. Una radiografía que aúna los motivos sociológicos y el perfil de los difusores de las revueltas, así como la indagación numérica de la cantidad de los disturbios producidos, las detenciones y su posible solución. Este domingo, en elplural.com, la segunda parte: Juventud y atracción a la violencia, el peligro de la escalada de tensión: “Si los radicales triunfan, ganarán adeptos"