El consumo responsable de carne es una tendencia al alza en todo el planeta. No se trata de una experiencia snob dirigida a un sector selecto de consumidores con un poder adquisitivo elevado. El mito de que el consumo de carne ecológica es una cosa de pijos urbanitas es rigurosamente falso.

Cada vez somos más los que, con independencia de nuestra ideología, nos preguntamos de dónde procede y de qué forma ha sido obtenida la carne que tenemos en el plato.

Y en este nuevo hábito de consumo, en esta creciente tendencia de mercado, se halla una de las claves para detener el gran impacto medioambiental que genera la ganadería industrial: uno de los sectores que emite más gases con efecto invernadero responsables del cambio climático; especialmente metano, hasta 20 veces más perjudicial que el CO2.

Los sistemas de desarrollo agropecuario español y europeo han estado orientados hacia la producción industrial desde los años cuarenta. Tras la Guerra Civil española y la Segunda Guerra Mundial, el principal y casi único objetivo de las autoridades era garantizar el acceso de la población a la proteína animal para combatir la escasez de alimentos y la desnutrición. Un propósito que coincidió con el desplome del sector primario (hasta 1930 el 50% del PIB español procedía de la agricultura, la ganadería y la pesca) dando paso al gran éxodo de la población rural a las grandes ciudades.

Es importante tener en consideración este importante aspecto de nuestra reciente historia, ya que muchos expertos señalan que el abandono del campo por parte de los ganaderos tradicionales fue una de las claves que propiciaría el auge de las instalaciones industriales que acaparan el sector hoy en día.

Para multiplicar el rendimiento de las explotaciones se alentó a los ganaderos a recurrir al uso de piensos enriquecidos y hormonas de crecimiento en granjas mecanizadas de producción intensiva, unas malas prácticas que han causado algunas de las crisis de seguridad alimentaria más graves de los últimos tiempos.

No se trata de dejar de comer carne sino de realizar un consumo más moderado, sostenible y responsable, que respete los derechos de los animales que nos sirven de alimento

Las grandes naves industriales de ganado acabaron cosifican a los animales hasta convertirlos en maquinaría, mientras los métodos tradicionales de cría de ganado, los antiguos corrales, las pequeñas granjas mixtas rodeadas de pastos y los ranchos dedicados a la cría extensiva, han menguado hasta casi desaparecer.

Por otra parte, la perfecta simbiosis que se había dado entre labradores y pastores, en la que los cultivos rotaban para servir de alimento al ganado, cuyo estiércol servía de abono para el cultivo de alimentos, dejó de funcionar y empezaron los conflictos derivados de la sobrecarga de las deyecciones ganaderas de la macrogranjas porcinas.

Estas auténticas naves industriales de hasta 5.000 cerdos, que con el apoyo de la Política Agraria Común de la Unión Europea (PAC) florecen por las comarcas ganaderas de toda España, están arruinando tierras de cultivo, contaminando los acuíferos, clausurando las fuentes y causando un grave impacto ambiental en el campo.

Pero la contaminación por purines ganaderos es tan solo uno de los problemas medioambientales derivados de la producción de carne a bajo precio a nivel industrial.

El actual modelo de producción de carne a nivel industrial es radicalmente contrario al que propone el desarrollo sostenible: aquel que permite satisfacer nuestras necesidades actuales sin agotar las de las generaciones futuras. No se trata de dejar de comer carne sino de realizar un consumo más moderado, sostenible y responsable, que respete los derechos de los animales que nos sirven de alimento.