Cuando se habla de turismo en España, los nombres que más resuenan son los habituales: Barcelona, Madrid, Sevilla, Valencia, Bilbao o San Sebastián. Sin embargo, hay ciudades que permanecen en un segundo plano a pesar de contar con una gran riqueza patrimonial, playas de calidad y un nivel de vida notablemente más económico que el de los destinos tradicionales. Entre todas ellas, hay una que destaca por méritos propios y que, sin embargo, sigue siendo injustamente subestimada: Tarragona.

Tarragona: historia, mar y modernismo
Situada a apenas una hora en tren de Barcelona, Tarragona reúne todo lo que uno podría buscar en unas vacaciones —o incluso para establecerse a largo plazo— sin las aglomeraciones ni los precios más elevados de la capital catalana. Con una población que ronda los 141.000 habitantes, Tarragona ofrece una experiencia mucho más relajada, pero igualmente rica en cultura, gastronomía y naturaleza.
Lo que hace especial a Tarragona es su capacidad para combinar elementos que, en otros lugares, parecen incompatibles: restos arqueológicos romanos que son Patrimonio de la Humanidad, edificios modernistas de arquitectos como Antoni Gaudí (responsable del altar y el manifestador del Santuario de Nuestra Señora del Sagrado Corazón) o Josep Maria Jujol, además de playas tranquilas de arena dorada y una oferta gastronómica excelente a precios muy razonables. Todo ello, en un entorno amable, seguro y bien conectado.

Playas para todos los gustos
Tarragona tiene más de 15 kilómetros de costa y algunas de las mejores playas urbanas del Mediterráneo. La Playa del Miracle, a solo unos minutos andando del centro histórico, es perfecta para quienes quieren darse un baño después de una jornada de turismo. Si se busca algo más salvaje y natural, la Playa Larga o La Savinosa ofrecen entornos más tranquilos, rodeados de pinares y sin edificios a la vista.
La calidad del agua, la limpieza de la arena y la facilidad de acceso hacen de las playas tarraconenses una opción ideal para familias, parejas o viajeros solitarios. Además, muchas de ellas cuentan con servicios como duchas, chiringuitos y accesos adaptados, lo que las convierte en un plan perfecto para todo el año, incluso en primavera y otoño.

Un modernismo poco conocido
Aunque Barcelona se lleva todo el protagonismo cuando se habla de modernismo, Tarragona también tiene su propia ruta modernista, y es una joya por descubrir. El arquitecto Josep Maria Jujol, estrecho colaborador de Gaudí, dejó aquí algunas de sus obras más personales, como la Casa Ximenis o la Casa Bofarull (en el cercano municipio de Els Pallaresos), donde se aprecia un estilo más libre y espontáneo que el de su maestro.
Además, paseando por el centro de Tarragona es fácil encontrarse con fachadas ornamentadas, forjas delicadas y balcones llenos de fantasía que recuerdan que, durante las primeras décadas del siglo XX, esta fue también una ciudad en plena efervescencia artística.
Patrimonio romano y ambiente local
Tarragona es también la antigua Tarraco, una de las principales ciudades del Imperio romano en Hispania. Su anfiteatro romano junto al mar, el foro, las murallas y el acueducto de Les Ferreres son testigos de un pasado glorioso que se respira en cada rincón. Además, el Museo Nacional Arqueológico y el festival Tarraco Viva, que se celebra cada mes de mayo, ayudan a mantener viva esa conexión con la historia.
En definitiva, Tarragona ha logrado conservar su esencia gracias a su discreción. No ha querido competir en fama, sino en calidad. Pero ese anonimato tiene los días contados: cada vez más viajeros la descubren y caen rendidos a sus encantos. Porque pocas ciudades en Europa pueden ofrecer lo que Tarragona concentra en tan poco espacio: playas, arte, historia, buena comida y precios asumibles.