La madrugada del 18 de agosto de 1936 callaron para siempre al poeta Federico García Lorca. O eso debieron pensar los que apenas dos días antes llegaron al número 1 de la calle Ángulo con una orden de detención.

Lorca pasó sus últimas horas previas a la llegada del ex diputado de la CEDA Ramón Ruiz Alonso, Juan Luis Trescastro, y el falangista Federico Martín Lagos en la vivienda de la familia también falangista del poeta Luis Rosales, amigo personal del dramaturgo más llorado de nuestro país.

De ahí fue trasladado en coche al Gobierno Civil y, más tarde, a La Colonia, un viejo cortijo de Víznar situado a unos siete kilómetros de Granada y que los franquistas utilizaban como escenario previo a los fusilamientos.

El crimen tuvo lugar a las cuatro de la mañana en las inmediaciones de Fuente Grande. El de Fuente Vaqueros recibió “dos tiros en el culo por maricón”. Si bien la frase obedece a una bravuconada de Trescastro, sí que fue la orientación sexual del escritor una de las razones que provocaron su fusilamiento. Las otras dos fueron su ideología (“rojo”) y los rumores que le vinculaban con la masonería.

Del recuerdo eterno...

Sin embargo, los que se levantaron en armas contra quienes defendían los intereses de la libertad no sabían, seguramente, que casi un siglo después el recuerdo en torno al poeta no solamente sigue intacto, sino que es símbolo de la lucha democrática día sí y día también.

Prueba de ello es que La Casa de Bernarda Alba, Bodas de Sangre o Yerma, entre otras, siguen siendo todo un éxito, y es que la obra del dramaturgo se recoge en los clásicos al uso y, desde hace unos años, a color e ilustrado, igual que los archivos que permiten saber más sobre él.

Su vida y su muerte se estudian en ocasiones más que su propia obra-adelantada, por otra parte, a la época que le tocó vivir-. Así las cosas, no falta en las escuelas la lección en torno al que para muchos es el dramaturgo español por excelencia.

Porque sí, Lorca era español por encima de muchas cosas y pese a la imagen que los que escribieron la historia por la fuerza quisieron proyectar. “Yo soy español integral, y me sería imposible vivir fuera de mis límites geográficos; odio al que es español por ser español nada más. Yo soy hermano de todos y execro al hombre que se sacrifica por una idea nacionalista abstracta por el solo hecho de que ama a su patria con una venda en los ojos. El chino bueno está más cerca de mí que el español malo”, sentenciaba en una entrevista cuyo mensaje ha pasado igualmente a la historia.

Incisos aparte, la imagen del poeta fue, es y será eterna. Más allá de la acogida que siguen teniendo sus libros, sus preocupaciones son todavía hoy la de mucha gente.

El ejemplo puede apreciarse claramente en Poeta en Nueva York, el grito crítico -uno más de su persona- con el que el dramaturgo clama contra el sistema capitalista, la deshumanización, las injusticias, las convecciones sociales e, incluso, la religión llevada al extremo.

Este eje narrativo se repite en la inmensa mayoría de sus escritos, así como en cierto modo en su compañía La Barraca, con la que intentó llevar la cultura a lo que en la actualidad se concebiría como la mal llamada España Vaciada, pero mucho más condenada que ahora.

Todo el mundo pone cara a Lorca, pero también tiene más o menos claro quién era y lo que representaba. Esto es gracias, evidentemente, a los documentos histórios y gráficos -es incluso imagen de prendas de ropa- y a los innumerables estudios que existen de él, pero también a las veces que ha salido de forma directa o indirecta en páginas de libros, escenas de películas o canciones.

En los últimos años han ayudado a ello Almudena Grandes, al escribir el apellido Lorca en alguna de sus líneas. También Alejandro Amenábar cuando contó la vida de Miguel de Unamuno e incluyó la muerte del poeta en Mientras dure la guerra. Siguiendo esta senda y sin ir más lejos, los primeros párrafos de este artículo pertenecen a Las trece últimas horas en la vida de García Lorca, libro con el que Miguel Caballero estudia el fusilamiento de su protagonista.

Y los aquí expuestos son solo algunos ejemplos, pues, ¿cómo dejar a un lado, ya en el apartado musical, a La Leyenda del Tiempo, del no menos eterno Camarón de la Isla o la Ciudad de los Gitanos, del mítico grupo de rock Marea?

Los honores a Lorca se suceden en el presente y en el pasado. La pequeña sala de teatro de un barrio o cualquier tablao de pueblo en el que se representa, aunque sea un fragmento de su vida o de su obra, contribuyen a ellos. Lo mismo que las palabras que le han dedicado escritores noveles y consagrados. Así, desde Antonio Machado hasta compañeros de la Generación del 27 como Rafael Alberti o el político y poeta chileno Pablo Neruda han llorado la muerte del autor de Romancero gitano y celebrado su vida.

... al odio persistente

La actriz Blanca Portillo se confesaba frente a la estatua de Lorca situada al lado del Teatro Español al cierre de 2021 con unas palabras que bien podrían reflejar la opinión de la mayoría social.

Lo hacía tras el asesinato homófobo de Samuel Luiz que conmovió al colectivo LGTBI hace ya un verano. “A ti te dijeron maricón al pegarte un tiro, y 85 años después siguen matando, gritando lo mismo”, lamentaba la intérprete al momento que habían ascendido en nuestro país los delitos de odio. 282 se contabilizaron en 2020.

El monumento frente al que habló Portillo ha sido aún en los tiempos presentes vandalizado, lo mismo que el que está ubicado en la Alameda de Santiago de Compostela o el busto del escritor en Víznar (Granada). En una de estas -en la de Madrid- arrancaron la alondra que Lorca sujetaba en sus manos. Eso por no hablar de que, todavía hoy, no hay un lugar al que llevar flores al andaluz.

Con todo, el recuerdo puede al odio y, obedeciendo a la misma declaración de la actriz, solo cabe decir: “Ten clara una cosa, Federico, hay mucha más gente de tu lado que del de los que odian”.