El Centro de Mayores Gran Residencia, en el barrio madrileño de Carabanchel, tiene capacidad para unos 460 ancianos, aunque estan operativas 420 plazas. Desde que se inició la crisis sanitaria por el coronavirus han muerto 70 residentes y en este momento hay más de 120 contagiados, detectados con test.

La residencia ya cuenta con tres módulos enteros de residentes aislados por la propagación del virus, que no se evitó a tiempo. Desde marzo, después de cerrarse la entrada de familiares, los ancianos circulaban con total libertad por las instalaciones y se relacionaban entre ellos en espacios comunes, como la sala de la televisión, y la dirección prohibió al personal sanitario llevar mascarillas para no alarmar a los residentes, según relata a El Plural una trabajadora que es técnico en Cuidados de Enfermería.

Esta trabajadora se encuentra ahora de baja. “He tenido fiebre, me mantengo en cuarentena hasta nueva orden, pero no me han hecho el test. Compañeros que han estado de baja se han tenido que incorporar a trabajar sin haber confirmado que dan negativo”.

“Nos prohibieron usar mascarillas para no alarmar”

“Al principio, la directora prohibió usar mascarillas a algunos compañeros que las llevaron por propia iniciativa, porque decía que se alarmaba a los residentes. Luego nos dieron una mascarilla para una semana y bolsas de basura para ponernos encima del uniforme porque no teníamos bata. A partir de ahí empezaron los síntomas en algunos residentes y en compañeros”, continúa narrando esta trabajadora, que lleva cuatro años en el centro.

Se ha fomentado el contagio

“Algunos residentes fueron trasladados al hospital, pero han vuelto al centro porque los hospitales estaban saturados  y había que aligerar camas. Nuestro hospital de referencia es el Gómez Ulla. Trajeron de allí a un residente que venía fatal, para que falleciera en el centro. A otro lo devolvieron diciendo que sólo tenía neumonía y ha seguido en contacto con el resto de residentes y con el personal. Luego resultó estar contagiado”, explica la trabajadora.

No comprende por qué Fiscalía no investiga todos los centros. “Los trabajadores no quieren denunciar porque siempre te están amenazando con sanciones, y claro la gente tiene su familia, es su trabajo. Deberían entrar y ver cómo está funcionando el centro. Siempre ha funcionado mal, con poco personal y la higiene no es la adecuada”.

Efecto dominó

Ha sido testigo de que en el centro “no ha habido un protocolo y han ido haciendo las cosas sobre la marcha. Se traslada a los residentes de un lado para otro. Que no hay sitio aquí, que muevo a este otro. Es una locura”.

“Una compañera ha pedido material de protección y la dirección dijo que no era necesario más que un gorro y una bata de papel porque esa área ya estaba limpia. Cuando mi compañera llegó al módulo había un residente con síntomas y uno que había dado positivo compartía habitación con otro que dio negativo. Es un efecto dominó”.

Imagen de la Gran Residencia en Carabanchel. Fuente: Comunidad de Madrid

La Gran Residencia cuenta con tres plantas y en cada una de ellas hay un pasillo largo. A ambos lados hay puertas que se abren a dos habitaciones y un baño, que comparten cuatro residentes. “En los módulos hay que recorrerse un pasillo de 30 metros para lavarse las manos en un aseo. Cuando un residente da positivo y hay que trasladarse, si está encamado, hay que levantarle, pero las camas no caben por la puerta, así que hay que sentarle en una silla de ruedas”.

“Los abuelos están desorientados y tristes”

“¿Los abuelos? Uff, la mayoría, muy tristes. No pueden ver a su familia, no saben por qué no les dejan a entrar. De repente, lo sanitarios van con mascarillas, empiezan a preguntar. Les explicas el riesgo de contagio. Han ido viendo la alarma, que los sacaban de sus habitaciones y módulos habituales, que los ponían con compañeros que no son los de siempre, que fallecían personas con los que compartían cafetería, terapias”.

“La falta de personal también les afecta. Con las bajas hay la mitad de técnicos y el ritmo de trabajo es frenético. No les puedes dedicar tiempo para hablar con ellos. Cosas cotidianas, que pueden parecer una tontería, pero que para ellos son importantes. Cuando te hablan, tienes que cortarles. La comida, los medicamentos y poco más. Se desorientan y se ponen mucho más tristes”, lamenta la técnico de Enfermería.

“Ahora ya están aislados en su habitación. Pero se les sigue moviendo por el centro. Si uno da positivo, se le cambia y así constantemente. No se mueven ellos, pero le movemos nosotros”.

“No me gustaría que mi madre tuviera que vivir esto”

"Con los familiares se pasa muy mal. No podemos darles información. Intentas decirles que están bien, cuando sabes que están regular. Me pongo en su piel. Al inicio no tengían información y estaban a expensas de lo que dijeran los medios de comunicación. No hay una cercanía con ellos. Los familiares tienen derecho a saber cómo están las cosas dentro. Si mi madre estuviera en una situación así, no me gustaría que la estuviera viviendo”, admite la trabajadora.

Son personas, no ordenadores estropeados

“La mayoría de los compañeros no estamos nada contentos con la forma que se ha gestionado esto, pero hay algunos que tienen miedo. Es mi centro de trabajo. Tengo derecho a decir lo que me parece que es indigno. Estamos hablando de personas, no de ordenadores en una oficina que funcionan mal”, lamenta.