Las conocidas en el sector sanitario como Tcae (Técnico en Cuidados Auxiliares de Enfermería) y a las que de manera tradicional llamamos auxiliares de Enfermería, están en la primera línea de las residencias de mayores desde que empezó la guerra del coronavirus. Sin apenas información y sin las armas que se requerían, ellas no se escondieron ni huyeron, se han mantenido junto a los ancianos cuidándoles de la mejor manera que han podido.

"Llevo con estas personas 10 o 15 años"

“Se están muriendo personas con las que llevo muchos años, porque en las residencias no son pacientes de paso, son personas con las que interactúas durante todos los días de tu vida durante muchas horas. Llevas con ellas 10 o 15 años y les tienes un afecto, y se están muriendo allí solas, sin nadie. Eso es lo más tremendo de todo”. Así relata Rosa su experiencia, mientras contiene el llanto.

Ella trabaja desde hace tres años en el turno de la noche en la Residencia de Vista Alegre, en Madrid, un centro cien por cien público, con capacidad para 146 residentes, pero cuando empezó esta crisis había en el centro 141. Han muerto desde entonces ocho ancianos, al menos son los confirmados de Covid-19. Se les ha hecho el test ya al resto y 38 han dado positivos.

La residencia está en un edificio de seis plantas y en cada una de ellas hay 24 ancianos, salvo en la baja, donde residen 30 mayores. Hay dos Tcae para atender cada planta. Además, una decena de enfermeros diplomados y dos médicos, en total. En el caso de este centro, la inmensa mayoría de los residentes son grandes dependientes. “Los autónomos no llegan a la decena, al resto hay que hacerles todo”, explica Rosa, que defiende que hay que medicalizar las residencias.

“Hemos sido la última pieza”

“Ha sido un error y continúa siéndolo porque las residencias hemos sido la última pieza cuando debíamos haber sido la primera. Ha sido una locura. Nos hablaban de que podía ser una pequeña gripe, que no pasaba nada, que como tantas otras. Lo único… teníamos que tener más precaución con la higiene en la entrada y la salida. Que no necesitábamos mascarillas”, narra la trabajadora de la Residencia de Vista Alegre.

“Cuando los hospitales empezaron a saturarse, comenzó nuestra hecatombe. Nos dieron una mascarilla quirúrgica para varios días. Absurdo, cuando tienes una jornada por la mañana de 7,5 horas y por la noche, de 10. Te conviertes en una potencial contaminante”.

“Muchos ancianos terminan enloqueciendo”

“Al principio, se lo intentas explicar a los mayores para que no se asusten al vernos así, que debes ir con mascarilla para protegerles a ellos, que vamos a hacer todo lo posible porque se sientan bien y a gusto [Rosa se echa a llorar]. Que no tengan miedo. Que esto va a pasar y entre todos vamos a solucionar. Pero ellos tienen miedo, sus penas, su agobio por estar encerrados. Muchos terminan volviéndose locos porque son muchas horas de encierro para ellos en la habitación”.

“Para nosotras, una angustia tremenda. Una planta que en teoría está bien y salta con muchos positivos. Y tú has estado con una mascarilla y una bata de papel de fumar. Entonces te preguntas: ‘¿seré asintomática, estaré contaminada y podré estar contaminando a los demás?’. Porque no me han hecho ningún test”.

“Y los residentes… Es tan penoso y triste lo que está ocurriendo, que no puedo verbalizarlo. Es un sentimiento que nadie me va a quitar y estoy padeciendo día tras día”, reconoce Rosa.