El Partido Popular ha escogido un mal día para dejar de fumar, que diría Steve McCroskey (Lloyd Bridges) en Aterriza como puedas. Cocinó la sesión de control con esmero para arrojar el caso Koldo a la fachada del Gobierno. Nadie pudo prever, sin embargo, que 24 horas antes, le estallaría esa bomba de relojería en la cara a través de la pareja de Isabel Díaz Ayuso. Los socialistas salieron indemnes de la cacería conservadora, desviando los misiles hacia la Puerta del Sol y desgajando la narrativa de Alberto Núñez Feijóo y los suyos, que fracasaron en su ofensiva con el caso Koldo -y la amnistía en menor grado- como ariete.

El PP orbita sobre el caso Koldo. Desde que los medios inundaran sus portadas con las averiguaciones de una trama que amedrentaba a Moncloa, los conservadores han centralizado su acción de oposición en un campo de batalla con la corrupción como su arma principal. El destino es caprichoso. Ya no sólo por la ironía de ver a los populares proyectándose como garantes de la pureza política, sino por la mala fortuna de coincidir en tiempo y en espacio con la sombra que amenaza de nuevo a la presidenta de la Comunidad de Madrid. Sus padres primero, después su hermano y ahora su pareja.

Mal timing para los conservadores, que fraguaban una sesión de control mortal de necesidad para un Gobierno “acorralado” por la corrupción del exasesor del desahuciado José Luis Ábalos y la amnistía. Sobre estos dos pilares edificaron la estrategia para este miércoles, pero la actualidad la ha derribado con suma facilidad. El caso Koldo no queda orillado, pero sí que ha servido para desarticular la andanada de misiles que salían desde la bancada popular.

De Casado a Marcial Dorado

El Gobierno se ha aferrado a la “credibilidad” como principal línea de defensa. No a la propia, sino a la ajena. El primero en escenificar la contraofensiva fue el presidente. Sánchez repelió el alud de “escándalos” que Feijóo le intentaba atribuir a su administración, situándole además como epicentro de todos y cada uno de ellos. Pero el escándalo que una vez más salpica a la presidenta de la Comunidad de Madrid no ayudó a los conservadores.

Sánchez resucitó al decapitado Pablo Casado, quien en su momento se atrevió a denunciar la corrupción de Ayuso. La que en tiempos fuera su amiga bajó el pulgar y lo condujo hacia el patíbulo, con la aquiescencia de Feijóo. El resto es historia. Sánchez lanzó el cuchillo que más duele en Génova; el de una baronesa plenamente capacitada para derrocar dinastías. “Sea coherente, apártense de la ley del embudo y exija la dimisión de Isabel Díaz Ayuso, aunque le cueste el puesto como a Casado”, proyectó el jefe del Ejecutivo desde su escaño.

Tras Ayuso, la segunda bofetada. Ante el arroyo de acusaciones de un Feijóo que le responsabilizaba de “elevar el tono” del debate, Sánchez sacó lustre a la retranca y le propuso un “ejercicio” teórico. El presidente se puso en la piel de un presidente de la Xunta que, durante cinco años, entabla una estrecha amistad con un renombrado “narcotraficante”. Marcial Dorado salió a escena. De nuevo, varapalo a la “credibilidad” del PP, surgido de la suciedad que su antiguo líder intentó sacar de debajo de las alfombras.

Pese al primer beso a la lona, Juan Bravo y Cuca Gamarra no soltaron el hueso. La exportavoz parlamentaria incluyó la amnistía en su cerco a María Jesús Montero, en un intento por desbaratar el recetario social de la coalición. “¿De quién se ocupa este Gobierno? Sólo buscan salvarse a sí mismos”, lanzaba la secretaria general del PP. Entre tanto, el parlamentario conservador entendía que los “ataques a Ayuso” son la “prueba más evidente” de que el caso Koldo ha enraizado en el entorno del presidente.

El chiringuito de Abascal y los bulos

El Partido Popular no ha estado solo. Vox ha aportado su granito de arena en lo que a priori se concebía como un arrinconamiento al Ejecutivo. Primero, el presidente de Vox situó a Sánchez como el “capo” de la trama, centralizando su pregunta sobre la mujer del presidente, Begoña Gómez, y las presuntas reuniones con el comisionista del caso Koldo. El ultraderechista dibujó al Gobierno como un refugio “para delincuentes, criminales y enemigos de España”.

Pero Abascal midió mal y, replicando la táctica con Feijóo, acudió al pasado del hoy líder de Vox. En primer término, Sánchez le recordó que la democracia no es cuestión de testosterona. “Cuentan los votos, no las bravuconadas que pueda decir desde su escaño”, resolvió, antes de refrescar su memoria con aquel chiringuito que regentaba en la Comunidad de Madrid “sin saber muy bien a qué se dedicaba” y por el que cobraba 90.000 euros.

Vox y PP también fueron al unísono contra el ministro del Interior. El departamento de Fernando Grande-Marlaska, según se refleja en el auto, está salpicado por el caso Delorme. La bancada de la derecha le ha tratado de imputar el supuesto borrado de pruebas de la trama. “Dejen de difundir bulos y elevar acusaciones falsas sin ningún elemento objetivo”, reprendía el titular del ramo a los diputados Agustín Conde (PP) y Pepa Millán (Vox). A partir de ahí, Marlaska ha defendido la “legalidad” de todos los contratos de mascarillas. “No fueron fakes”, remató, para poner la guinda a una de las sesiones más broncas -a pesar de la sorpresa- que se recuerdan en la Cámara.

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