Rusia y Occidente preparan a sus ciudadanos para una guerra larga, de consecuencias desconocidas y cuya repercusión se hará notar directamente en el bolsillo del contribuyente. La forma de encarar el conflicto está siendo diferente entre ambos bloques, rearmados bajo un nuevo telón de acero en el que todos los agentes internacionales están siendo forzados a posicionarse claramente. No es tiempo para la equidistancia, el primero en tropezar perderá: las bolsas no permiten pasos en falso, la inflación ahoga a los ciudadanos y las sanciones económicas dejan al Kremlin al borde del precipicio.

Pese a que Ucrania y Rusia han alcanzado un preacuerdo sobre el que tratar de articular la desescalada bélica, en el que se incluye la resignación de Kiev en su propósito de entrar en la OTAN, entre otras cuestiones, ambos bandos siguen firmes en su estrategia por el relato a fin de obtener la popularidad del pueblo y la posibilidad de mantener las espadas en alto durante un tiempo que, por el momento, resulta imposible de concretar. Vladimir Putin decidió desde el primer momento reflejar un escenario en el que Rusia está siendo sancionada con el fin de convertir al viejo imperio en un agente inservible en las relaciones internacionales; por el contrario, tanto EEUU como la UE insisten en que la invasión rusa ataca los valores de Occidente y el respeto fronterizo.

Mientras Rusia ha quedado escorada, relegada al ostracismo internacional y con un pueblo cuya rebelión se reduce a base de propaganda y silencio informativo, el papel de Europa y Estados Unidos está siendo totalmente distinto: su modo de defensa, de supervivencia incluso, está cimentado en la unión procedimental. Hablar desde una misma voz, de forma coordinada y ejerciendo sobre el Kremlin toda la presión que permite la soberanía de una gran coalición.

De esta forma, en la supervivencia de una popularidad que no está siendo fácil de retener, al menos para los dos grandes agentes que mueven sus fichas con toda la precisión posible, puede estar la llave para conseguir redoblar al adversario con las mejores previsiones de crecimiento posibles. Mientras Vladimir Putin silencia a los díscolos a golpe de sanciones y disturbios, el propio Joe Biden se enfrenta a las primeras críticas por la inflación disparada que le está tocando vivir, así como por las nuevas relaciones diplomáticas que está teniendo que articular para abastecer las reservas de petróleo después del cerrojazo a las importaciones provenientes de Moscú.

Si durante los últimos años Washington había decidido apostar por Juan Guaidó como interlocutor en Venezuela, posicionándose así frente a la tiranía que aprecian en el régimen de Nicolás Maduro, el varapalo y las dificultades económicas que experimenta el pueblo norteamericano han obligado a la diplomacia de la Casa Blanca a mover ficha y pactar con el enemigo. Rusia, sin embargo, ni siquiera tiene enemigos a los que recurrir por puro interés. Únicamente China, según EEUU, estaría pensando ofrecer viabilidad económica para salvaguardar sus propias inversiones en Rusia, enfrentándose así al resto de potencias que no dudarán en limitar el impacto chino con sanciones masivas al Gobierno de Xi Jinping.

Si bien tanto Biden como Putin siguen realizando ímprobos esfuerzos por mantener su imagen intacta, en Europa el posicionamiento unitario está dando sus frutos: Emmanuel Macron, que se presentará a la reelección frente a la extrema derecha en 2022, ve cómo el pueblo francés avala su papel como interlocutor haciéndole crecer en las encuestas; lo mismo sucede con el canciller alemán Olaf Scholz, quien, después de suceder a la omnipresente Angela Merkel, aprecia en sus decisiones un respaldo masivo que le está proporcionando el relato necesario para asegurar su imagen de hombre de Estado. En España, por el momento, el PSOE aguanta el tirón pese a las desavenencias con sus socios de Gobierno y Pedro Sánchez saldría reforzado en caso de adelanto electoral según los últimos informes demoscópicos, incluido el renovado CIS de Tezanos, quien le sitúa por encima del 30% aumentando la ventaja sobre sus competidores. En el conjunto de la Unión Europea, las decisiones comunitarias también están contando con el respaldo ciudadano. En Alemania, uno de los países que más sufrirá el cierre de las importaciones de gas ruso, el respaldo al envío de armamento a Ucrania ha subido, según datos de The New York Times, de un 38 a un 69%.

Con las cifras sobre la mesa, el Viejo Continente y la OTAN ven como su enemigo, en una especie de efecto boomerang, puede acabar siendo el hilo conductor sobre el que cimentar una nueva era basada en la diplomacia, en la idea de solidaridad, en la europeidad como modelo de subsistencia. La necesidad de sumar esfuerzos está limitando el impacto del euroescepticismo y el canto de tinieblas de la denominada derecha alternativa. Los antiglobalistas por excelencia, de hecho, están fracturándose en su forma de proceder: si bien la Hungría de Viktor Orbán, el Frente Nacional de Marine Le Pen o La Liga de Matteo Salvini se han mantenido firmes en no mandar armamento a Ucrania, otros partidos como Vox en España o Ley y Justicia en Polonia han apoyado desde el primer momento el apoyo armamentístico a las tropas de Volodimir Zelenski.

Una fractura que se evidenció aún más este miércoles después de que el viceprimer ministro polaco, Jaroslaw Kaczynski, pidiera abiertamente introducir tropas de la Alianza Atlántica sobre el terreno de la guerra, acercando así la posibilidad de iniciar una guerra nuclear que el propio Putin ha adelantado como una posibilidad en caso de que la OTAN opte por enviar tropas a Ucrania.

Contener el impacto económico, única llave para limitar las revueltas

En la contención del desgaste económico estará la llave. Europa lidera en estos momentos los ánimos ciudadanos, pero controlar a más de una veintena de países, con su idiosincrasia particular, una inflación desbocada y una capacidad de resiliencia frente a la dificultad no del todo acreditada no será sencillo. La situación comparada se prevé dramática, en diferente rango, para todos los implicados: las últimas estimaciones de la OCDE ya hablan de una caída del 1,4% del PIB europeo y 2 puntos más de inflación por la guerra de Ucrania; por contra, la situación rusa ya ha ocasionado que Putin declare una economía de guerra e imponga un corralito durante seis meses después de que se hayan esfumado cerca de 30.000 millones de dólares del PIB ruso, según datos de Bloomberg, cuyas estimaciones apuntan a una contracción de su economía de cerca de un 9% en 2022.

Con este contexto detrás, el propio Putin ha tenido que reconocer ante su ciudadanía que la situación “no será fácil”. El presidente ruso, que no esperaba una escalada de sanciones como la que llevó a cabo Europa desde el primer momento de invasión, ha variado su mensaje en apenas unas semanas, pasando de reírse de las llamadas al ahorro de Josep Borrell a los ciudadanos europeos a criticar que el revés a su economía impuesto por Occidente tiene paralelismos “con los pogromos antisemitas”.

Concretamente, el gobernante ruso se refiere a los cuatro paquetes de sanciones impulsados paralelamente por EEUU y la UE. El último de ellos, anunciado el pasado martes, extiende las represalias contra los oligarcas rusos, aumenta los bloqueos a las transacciones con sectores estratégicos, implanta un embargo a las importaciones y exportaciones de productos de lujo y supone el inicio de una campaña para suspender el trato a Rusia como “nación favorecida” en la Organización Mundial del Comercio (OMC). Antes de ello, y desde el primer paquete de sanciones realizado por Occidente, Rusia ya ha sufrido medidas como la congelación de los activos de cientos de oligarcas rusos o la exclusión de siete bancos rusos del acceso a SWIFT, mermando así su capacidad para realizar operaciones al quedar desconectados del sistema financiero mundial.

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Comparativa del precio del rublo con el euro y el dólar. Datos del 17/03 de Investing.com

Para contener el descontento generalizado de una población que ya ha hecho tambalear la popularidad de Putin, no solo por su protagonismo en la guerra sino por su propio modelo de poder, el presidente ha anunciado una subida de los sueldos y las pensiones con la que paliar la inflación y facilitar la resistencia a medio plazo.

Frente al modelo ruso, Europa y EEUU están tratando de implantar una renovación del articulado de los suministros energéticos que proporcione mayor autonomía frente al Kremlin. El Consejo Europeo de los próximos 24 y 25 de marzo se prevé capital, aunque por el momento es tiempo de negociaciones y de tratar de centralizar un modelo que por el momento no es unitario: mientras el bloque del sur, como sucedió con los fondos europeos, opta por desacoplar el precio del gas en el mercado energético, los países frugales, además de Alemania, se resisten por el momento. El propio Pedro Sánchez encabeza la delegación sureña en una gira a contracorriente para recabar apoyos a una medida que, según las estimaciones del Gobierno, podría reducir el precio de la factura eléctrica de cada hogar de forma significativa desde el minuto uno.

España, además, insiste en su apuesta por potenciar las renovables convirtiéndonos en un agente de primer nivel en la exportación de energía en un momento de desabastecimiento y nuevos suministradores. Además, el papel español podría verse todavía más reforzado si Europa decide apostar por el gas natural licuado (GNL), ya que España cuenta con una dependencia del gas ruso mucho menor que el de los países vecinos, tiene una capacidad de abastecimiento superior al de la media europea y sobresale respecto a sus competidores gracias a las seis plantas regasificadoras a las que tiene acceso -de las 20 totales en Europa-.

Así, en un momento en el que está prohibido errar si se pretende salir vivo de una crisis económica que llega justo en el momento en el que se empezaba a ver salida al túnel de la pandemia, mientras Rusia promete más dinero a sus ciudadanos y Europa trata de encontrar en la innovación la fórmula del éxito, EEUU ha optado por apostar por un modelo de economía restrictiva incrementando los tipos de interés en 25 puntos básicos. Algo que, atendiendo a los precedentes, conseguirá acabar a corto plazo con la espiral inflacionista que pone contra las cuerdas a Biden a costa de un posible descenso del dinero en circulación, una bajada del consumo, pérdida de empleo y repercusiones notorias para los norteamericanos a medio plazo.