Por mucho que el tiempo pase, hay heridas que nunca terminan de cerrarse. Algunas cicatrices, como las que deja un crimen atroz, no solo afectan a las víctimas directas, sino que permanecen abiertas en la memoria colectiva. El caso de José Bretón, condenado por asesinar a sus dos hijos en 2011, es uno de esos episodios que aún estremecen. Ahora, más de una década después, la publicación de un libro que recoge sus confesiones ha reavivado el dolor, provocado un fuerte rechazo social y reabierto un profundo debate ético y legal en España.
La obra en cuestión, El odio, escrita por Luisgé Martín y publicada por la editorial Anagrama, recoge cartas y conversaciones con Bretón desde prisión. Según el autor, el libro no busca justificar, sino comprender la raíz del mal. Sin embargo, la polémica ha sido inmediata. Ruth Ortiz, madre de los niños asesinados, ha solicitado la paralización de su publicación por considerar que vulnera la intimidad y el honor de sus hijos. La Fiscalía de Menores de Barcelona respaldó su petición, alegando que este tipo de exposición puede suponer una forma de revictimización.
Pese a todo, el Juzgado de Primera Instancia número 26 de Barcelona desestimó la medida cautelar. En su auto, el magistrado argumenta que no existen motivos suficientes para suspender la distribución del libro y que hacerlo podría ser desproporcionado en relación con el derecho a la libertad de expresión. De este modo, aunque la obra se mantenía paralizada por cuestiones logísticas, no existe por ahora impedimento judicial para su publicación.
La editorial, por su parte, ha defendido su decisión, afirmando que la literatura no puede rehuir temas incómodos y que El odio no es una exaltación del asesino, sino un intento de comprender la violencia desde dentro. Sin embargo, la defensa ética de la obra no ha convencido a muchos. Varias librerías, como Picasso en Granada y Almería o El Jardín Secreto en Plasencia, han decidido no vender el libro. Algunas lo hacen por principios feministas; otras, por una cuestión de sensibilidad hacia la víctima y la sociedad.
Uno de los dilemas más incómodos que ha emergido en esta discusión es profundamente personal: ¿comprarías o leerías el libro de José Bretón? No se trata solo de un acto de consumo cultural, sino de una postura moral. Para muchos, abrir ese libro sería traspasar una línea, otorgar voz a quien cometió un crimen horrendo. Para otros, leerlo podría suponer una forma de entender lo incomprensible, de analizar cómo se construye el odio y qué lo alimenta. En este contexto, incluso el simple gesto de acercarse al libro en una estantería se convierte en una declaración.
La controversia ha dividido a la opinión pública. Algunos consideran que dar voz a un parricida supone darle protagonismo y, en última instancia, legitimar su discurso. Otros defienden que incluso las peores historias deben poder contarse para que no se repitan. ¿Hasta qué punto debemos proteger la libertad de expresión cuando lo que está en juego es la dignidad de unas víctimas y el sufrimiento de una madre?
