Haití se encuentra en una encrucijada crítica, sumida en una crisis humanitaria que amenaza con desbordar cualquier intento de estabilización. La violencia de las pandillas armadas, la inestabilidad política constante y la grave crisis humanitaria han convertido al país en un polvorín a punto de estallar. Las calles de Puerto Príncipe, la capital del país, una vez bulliciosas y vibrantes, ahora están dominadas por el eco ominoso de la violencia y el temor.

Desde hace más de un año, Haití ha estado atrapado en una tormenta perfecta de problemas socioeconómicos, políticos y humanitarios. Las familias luchan por encontrar alimentos y agua, mientras que la atención médica se ha convertido en un lujo inalcanzable para muchos. La violencia y la inestabilidad han obligado a miles a abandonar sus hogares, buscando desesperadamente un refugio seguro en un país que parece estar desmoronándose ante sus ojos.

Una situación catastrófica que se ha intensificado desde finales de febrero de 2024, con un aumento de la violencia relacionada con las actividades de las pandillas en Puerto Príncipe y áreas cercanas -las bandas asaltaron la Penitenciaría Nacional de Puerto Príncipe y se fugaron 3.600 reclusos-. La escalada de violencia reciente ha alcanzado niveles alarmantes, y se reportan decenas de muertos, secuestros, violaciones sexuales a mujeres y niñas, y el desplazamiento forzado de más de 35.000 personas desde inicios de 2024.

En respuesta, se ha declarado un Estado de Emergencia para el Departamento Oeste, incluyendo Puerto Príncipe. La Oficina de las Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA) estima que alrededor del 80% del área metropolitana de Puerto Príncipe está bajo el control o influencia de grupos armados. Sin embargo, las medidas de seguridad han dejado a la ciudad paralizada, con el flujo de bienes y servicios vitales interrumpido y las personas atrapadas en medio del conflicto.

Los hospitales, en primera línea de esta crisis, luchan por mantenerse a flote. El personal médico se enfrenta a enormes dificultades para llegar a sus lugares de trabajo, mientras que la falta de suministros y recursos agrava una situación ya desesperada. Además, las comunidades afectadas se enfrentan a una grave escasez de agua potable, agravando aún más la crisis sanitaria. El resurgimiento del cólera, una enfermedad que parecía haber sido erradicada después de más de tres años sin casos confirmados, ha vuelto a sembrar el pánico entre la población.

En medio de todo este contexto, la reciente dimisión del primer ministro Ariel Henry resuena como un capítulo más en la turbulenta historia política de Haití. Su llegada al poder, en medio del caos tras el asesinato del presidente Jovenel Moïse, se vio ensombrecida por la creciente presión internacional y una violencia descontrolada. Henry anunció su renuncia en un contexto de pérdida de apoyo clave, especialmente por parte de Estados Unidos, mientras que las pandillas armadas y la violencia desenfrenada socavaban las estructuras gubernamentales y el tejido social. Reconociendo la urgencia de restaurar la calma y la paz, Henry declaró que su gobierno cedería el paso "inmediatamente después de la inauguración del consejo" de transición.

Una inestabilidad con largos precedentes

Pero esta situación no es nueva en Haití. Este país lleva décadas sufriendo la peligrosa inestabilidad política, económica y sanitaria, además de la natural. Haití es el único país de América que ha tenido más de 20 gobiernos en 35 años, ya que ha sufrido sucesivas crisis de poder, elecciones y golpes de Estado desde que la dinastía de los Duvalier fue derrotada.

La actual fase de tensión comenzó en julio de 2021, cuando un comando armado asaltó el palacio presidencial y asesinó al presidente Jovenel Moïse, que días antes había nombrado como nuevo primer ministro a Ariel Henry. Meses después, la situación se agravó, creciendo los enfrentamientos entre bandas criminales.

Prácticamente tres años a partir de entonces en los que la inflación de precios, las luchas por el poder y el aumento de la violencia pandillera han sido los protagonistas. Sin olvidar los durísimos achaques naturales que han azotado al país más pobre de América Latina y del Caribe. El más reciente, también en 2021, cuando un terremoto de magnitud 7,2 registrado en el suroeste del país causó más de 2.200 muertos y 12.000 heridos.

Fue en 2010 cuando se registró el más devastador, el que dejó más de 220.000 muertos y más de 300.000 heridos. Unos desastres naturales que Haití sufre con constancia, ya que por su ubicación geográfica le afectan huracanes, tormentas tropicales, lluvias torrenciales, inundaciones y terremotos.

Los daños humanos y materiales que estos fenómenos producen, unido a la inestabilidad política, obstaculizan el crecimiento de la economía, que tiene que estar en constante estado de reconstrucción. Según estima el Banco Mundial, el 90% de la población haitiana está amenazada por los desastres naturales.

Crisis humanitaria

En este 2024, la crisis humanitaria en Haití se sigue agravando debido al aumento de esta violencia. Y es que la violencia de las bandas ha desplazado ya a más de 362.000 personas de sus hogares, una cifra que en tan solo diez días aumentó este mes de marzo en 15.000 personas. De estas, una de cada tres son niños, niñas y adolescentes. De igual forma, los servicios esenciales, tales como la atención sanitaria, el acceso a agua potable y a suministros básicos de socorro se han visto interrumpidos.

Frente a todo ello, la migración en busca de oportunidades en el extranjero. Desde mediados del siglo XX, la migración de haitianos hacia Estados Unidos ha sido la respuesta mayoritaria de los ciudadanos que han optado por buscar un futuro en el extranjero. Según datos de 2022, aproximadamente 731.000 inmigrantes haitianos residían en Estados Unidos, lo que les convertía en la decimoquinta población extranjera más grande del país. No obstante, esta cifra es mucho más elevada, ya que conviene señalar los datos del último año y de los haitianos que se han trasladado de forma irregular a territorio estadounidense, que en 2023 se estimó en más de 100.000.

UNICEF calcula que 5,5 millones de personas, de los cuales 3 millones son niños y niñas en todo Haití necesitarán ayuda humanitaria en 2024 debido a la escalada de violencia, la desnutrición, el resurgimiento del cólera y unos servicios básicos al borde del colapso.

Desplazados por la violencia en Puerto Príncipe. EP.
Desplazados por la violencia en Puerto Príncipe. EP.

 

Pobreza y deuda frente a la potencia del pasado

Pese a que es la economía más pobre de América y del Hemisferio Occidental, es decir, el país con menor PIB per cápita y uno de los más desiguales y empobrecidos del mundo, Haití fue una potencia del café y del azúcar en el pasado.

Su PIB per cápita fue de tan solo 3.306 dólares en 2022, según el Banco Mundial, mientras que la media de América Latina y el Caribe fue de 19.269. Del mismo modo, Haití ocupa el puesto 163 de 191 en el Índice de Desarrollo Humano que elabora la Organización de Naciones Unidas (ONU), y más de la mitad de la población vive por debajo del umbral de la pobreza y la esperanza de vida apenas supera los 64 años, debido especialmente a las pésimas condiciones de vida y a la fragilidad del sistema sanitario.

Esta pobreza se traduce en que, en torno a tres millones de niños en 2023 necesitaban ayuda humanitaria en Haití, donde casi uno de cada cuatro niños padece desnutrición crónica. Y, para colmo, el Índice de Percepción de la Corrupción del sector público de Haití ha sido de 17 puntos, con lo que se coloca entre los países con mayor corrupción en el sector público.

Lejana esta situación de lo que un día fueron estas tierras. Y es que Haití fue una de las posesiones coloniales más rentables para la colonización europea, especialmente para Francia en el siglo XVIII. Contaba entonces con 800 plantaciones de azúcar, 3.000 de café, 800 de algodón y 2.950 de añil. Tanto el café como el azúcar, especialmente, fueron fundamentales para establecer la economía agrícola del país, sin embargo, en la actualidad estas dos producciones están relegadas al final de la lista de producción, sustituidas por el mango y el cacao, que son los cultivos más explotados.

El legado colonial y la intervención extranjera

Pero, ¿cómo ha llegado Haití a tal punto de colapso? Pues bien, al igual que la gran mayoría de regiones del continente americano, la respuesta la encontramos en un binomio formado por el legado colonial y la omnipresencia de Estados Unidos.

Para ser más precisos, la isla de Quisqueya, conocida hoy como Haití, fue habitada por los taínos antes de la llegada de Cristóbal Colón en 1492, quien la bautizó como La Española. La colonización europea trajo consigo enfermedades y esclavitud, diezmando a la población indígena y transformando radicalmente la sociedad y el medio ambiente.

En el siglo XVII, mientras el interés español en la isla decaía, los franceses se establecieron en la parte occidental, que pasó a llamarse Saint-Domingue. Bajo el dominio francés, Saint-Domingue se convirtió en una de las colonias más ricas debido a la producción de azúcar, café y algodón, basada en un brutal sistema esclavista.

Tras décadas de un abuso sistemático por parte de los franceses, la revuelta de esclavos de 1791, liderada por figuras como Toussaint Louverture, culminó en la independencia de Haití en 1804, convirtiéndose en la primera república negra libre y la segunda nación independiente del hemisferio occidental después de Estados Unidos. Sin embargo, la libertad llegó con un alto precio. En 1825, Francia exigió una indemnización de 150 millones de francos oro para reconocer la independencia de Haití, una suma destinada a compensar a los colonos franceses por la pérdida de propiedades y esclavos. Esta deuda fue posteriormente reducida a 90 millones de francos, pero aún así, Haití tardó hasta 1947 en pagarla, lo que obstaculizó gravemente su desarrollo económico durante más de un siglo.

No obstante, la intervención extranjera en Haití no se limitó a Francia. En el siglo XX, Estados Unidos desempeñó un papel significativo en la política haitiana. La ocupación estadounidense de Haití (1915-1934) fue justificada como una medida para restablecer el orden y estabilizar la región, pero también respondió a intereses económicos y estratégicos de EE.UU. Durante este período, Estados Unidos controló las finanzas y la administración pública de Haití, lo que generó resistencia y sentimientos antiestadounidenses entre la población haitiana.

Además, la deuda con Francia llevó a Haití a contraer préstamos con bancos estadounidenses, aumentando su dependencia financiera. En 1911, el gobierno de EE.UU. financió la adquisición del Banco Nacional de Haití, y en 1922, el resto de la deuda de Haití con Francia fue transferida a inversionistas estadounidenses, perpetuando así el ciclo de deuda y dependencia que perdura hasta la actualidad.

La enorme brecha entre Haití y República Dominicana

Por su parte, otro aspecto a destacar es la enorme diferencia en la calidad de vida que existe entre Haití y la República Dominicana, pese a que ambos comparten la misma isla. Y nuevamente hay que volver a la época colonial para entender las raíces de esta desigualdad.

Históricamente, ambas naciones fueron colonizadas por potencias europeas: Haití por Francia y la República Dominicana por España. Sin embargo, la manera en que se llevaron a cabo estas colonizaciones y la forma en que cada país logró su independencia sentaron las bases para sus futuros divergentes.

Como se ha explicado en las líneas anteriores, Haití logró su independencia después de una larga y brutal lucha contra el dominio colonial francés y a costa de hipotecar su futuro. En contrato, la República Dominicana logró su independencia de España en 1821, aunque más tarde volvería a ser colonizada brevemente por Haití y luego recuperaría su independencia en 1844. Esta relativa estabilidad política y su posición geográfica estratégica permitieron a la República Dominicana consolidar su independencia y avanzar en el desarrollo económico en el siglo XIX.

En términos de desarrollo económico y calidad de vida, las diferencias entre Haití y la República Dominicana son abrumadoras. Mientras que la República Dominicana ha experimentado un crecimiento económico sostenido en las últimas décadas, con avances significativos en sectores como el turismo y la manufactura, Haití ha luchado con la pobreza generalizada, la falta de infraestructura básica y la inestabilidad política.

El turismo, por ejemplo, ha sido un motor importante para la economía de la República Dominicana, atrayendo a millones de visitantes cada año a sus playas y resorts de clase mundial. En contraste, la industria turística en Haití ha sido históricamente subdesarrollada, afectada por la inestabilidad política y la percepción negativa de la seguridad.

Además, la República Dominicana ha invertido en infraestructura y educación, logrando avances significativos en la reducción de la pobreza y la mejora de los indicadores de salud y educación. Por otro lado, en Haití, la falta de inversión y la corrupción generalizada han perpetuado un ciclo de pobreza y desigualdad, con una gran parte de la población viviendo en condiciones de extrema pobreza y sin acceso a servicios básicos como agua potable y atención médica adecuada.

"Ausencia de un compromiso decidido de la comunidad internacional”

Una espiral de violencia, pobreza y caos que ha provocado la reacción de diferentes agentes internacionales. “Esta crisis es el resultado de décadas de inestabilidad política, pobreza extrema, desastres naturales, debilitamiento de las estructuras estatales y ausencia de un compromiso decidido de la comunidad internacional, que han dejado a la población vulnerable a la violencia. Las soluciones militares o intervenciones externas no han abordado las causas de la crisis y por ello, lejos de avanzar hacia una estabilidad sostenible, han dejado a su paso un legado de violaciones de derechos humanos e impunidad que continúa”, declaraba recientemente Ana Piquer, directora para las Américas de Amnistía Internacional. “Las imágenes de violencia que nos deja esta crisis son aterradoras. Las bandas criminales que están sembrando el terror deben saber que la gravedad de sus acciones conlleva una responsabilidad y que por ello pueden ser perseguidos por crímenes de derecho internacional y graves violaciones de derechos humanos. El sufrimiento de tantas personas no puede quedar impune”, añadía.

“La comunidad internacional debe proveer asistencia humanitaria inmediata para aliviar el sufrimiento de aquellas personas que han sido desplazadas y afectadas por la violencia. Solo a través de un enfoque que privilegie el diálogo con la sociedad civil y actores políticos claves, el liderazgo de las comunidades afectadas y una respuesta internacional enfocada en el respeto a los derechos humanos, podremos empezar a construir una solución duradera en Haití”, instaba Piquer.

Por su parte, el secretario general de la ONU, António Guterres, apelaba a todas las partes a actuar de manera "responsable" y avanzar hacia acuerdos que permitan "restaurar las instituciones democráticas" del empobrecido país caribeño. En este sentido, reclamaba “elecciones pacíficas, creíbles, participativas e inclusivas” y transmitía su “solidaridad inquebrantable" con el pueblo haitiano, apelando a su derecho a vivir con unas condiciones mínimas y "con dignidad".

Asimismo, la ONU, se ha comprometido a "seguir apoyando a Haití en su camino hacia las elecciones", después de años marcados por el vacío institucional, especialmente a raíz del asesinato en julio de 2021 de Jovenel Moise.

Síguenos en Whatsapp y recibe las noticias destacadas y las historias más interesantes