Al igual que todos los años, en febrero el prestigioso medio The Economist publicaba su famoso índice de democracias. En él, se muestra una lista de todos los países del mundo ordenados según la libertad de su régimen. Turquía, un país que se define a sí mismo como europeo, aparecía en esta lista clasificado como un “régimen mixto”, es decir, con un gobierno algo autoritario, pero que aun presenta algunos aspectos de una democracia convencional. Pocas semanas después el presidente que gobierna desde hace más de una década, Recep Tayyip Erdoğan, ordenaba la detención del alcalde Estambul, Ekrem İmamoğlu, en un ejercicio para calcular hasta donde podía ejercer su poder autoritario. La detención de İmamoğlu desató una ola de protestas en toda Anatolia, desde Estambul a Ankara, en las que decenas de miles de jóvenes exigían la liberación del que encabezaba las encuestas como el principal candidato opositor a Erdoğan.
Bajo la acusación de corrupción y pertenencia a una banda terrorista, Erdoğan encerraba al alcalde de la capital turca en prisión, sin pruebas y sin un juicio que demostrase la culpabilidad de İmamoğlu. En ese momento, lo que más temía sus partidarios era la derogación de un juicio que estableciera una sentencia clara, algo que podría suponer una estancia en la cárcel que se prolongase meses e incluso años. Ahora, un tribunal ha dictado una condena de 20 meses de cárcel para quien podía arrebatar el poder al presidente turco.
En los 11 años que lleva en el cargo, Erdoğan le ha cogido gusto al poder, y no quiere soltarlo. Con la disolución del PKK ―principal partido kurdo y opositor― y la garantía de una ayuda estadounidense para reforzar su ejército, el presidente turco estaba moldeando el país a su antojo, tan solo le faltaba una cosa: deshacerse del hombre que podría arrebatarle el poder en las elecciones de 2028. Entonces, el 19 de marzo de este año, la policía turca detenía a İmamoğlu, y Erdoğan ordenaba la retirada de su titulo universitario. En Turquía, la ley establece que solo los graduados universitarios pueden presentarse a las elecciones.
Con todos sus enemigos locales fuera del juego, Erdoğan tan solo tiene que mirara al exterior para poder reforzar su poder internacional. Las relaciones que mantiene el presidente turco con sus aliados internacionales no son tan solo buenas, sino que son variopintas. El país que hace de puente entre Europa y Asía juega a dos bandas, manteniendo una relación de amistad con Estados Unidos y la OTAN, pe ro sin dejar de mirar al Este y tendiendo la mano a China.
En cuanto a Oriente Medio, el enfrentamiento dialectico con Israel continua, pero favorece su posición con su vecino más inmediato: Siria. La caída del dictador Bashar al-Assad en diciembre de 2024 dejó un vacío de poder que ahora ocupa Ahmed al-Shraa, un antiguo combatiente yihadista. Ahora, el presidente turco cuenta con todo un país colchón en su patio trasero por sus buenas relaciones con los yihadistas. Durante años, el Gobierno de Erdoğan ha financiado grupos terroristas para hacer frente a los kurdos sirios y turcos en la región siria de Rojava y al sur de Truquía.
Ahora, el panorama se muestra completamente favorable para el presidente turco, aunque su política dura hace resquebraja los cimientos de la democracia turca poco a poco. Estos saltos entre la democracia y el autoritarismo podrían ocasionar que el país euroasiático caiga numerosos puestos en el índice de democracia de 2025.