Hace cuatro años matándose y hoy dándose besos de tornillo. El 40 Congreso Federal bien podría pasar a la historia del Partido Socialista con el sobrenombre de Congreso de la Euforia. El PSOE maltrecho, desesperanzado y convulso que heredó –y contribuyó a crear– Pedro Sánchez es hoy un partido unánime, optimista, compacto, una organización reconciliada consigo misma tras sobreponerse al doble vértigo de gobernar con los herederos de Julio Anguita y de aliarse con los correligionarios de Carles Puigdemont.

Del 40 Congreso que concluye este domingo en Valencia apostando fuerte por políticas verdes y feminsitas sale un PSOE convencido de haber recuperado sus capacidades para mejorar la vida de los ciudadanos y hacer de España un país más próspero, equitativo y habitable, como si después de su penoso destierro felipismo y zapaterismo hubieran vuelto a casa y, tras aceptar sanchismo como animal socialista –tan socialista como ellos–, hubieran ocupado de nuevo sus sillas para continuar la partida que habían dejado a medias.

Necesidad y virtud

El hecho de estar gobernando tan ricamente con Podemos –al que 48 horas antes de las elecciones había negado no menos veces de las tres que el otro Pedro negó a Cristo– y de estar sostenido parlamentariamente por el separatismo catalán –al que estigmatizó sin paños calientes durante la campaña– da buena cuenta de la elasticidad programática de Sánchez, pero también de su talento para convertir en virtud estratégica lo que, merced al descomunal error de cálculo de repetir las elecciones de 2019, era urgente, pura y dura necesidad táctica.

Es cierto que el discurso gubernamental que enaltece una España cuya principal virtud residiría en su pluralidad nacional se ha construido a partir de la necesidad imperiosa de contar con los votos del independentismo catalán, pero lo que inicialmente pudo ser un descarnado ejercicio de supervivencia política ha acabado contribuyendo en grandísima medida a apaciguar las tensiones con Cataluña y en Cataluña: lo que las derechas insisten en pregonar como delito de lesa patria, a la postre ha venido a operar justamente como todo lo contrario.

De la República al Imperio

Con “la penetrante mirada instrumental del pragmático perfecto” que Rafael Sánchez Ferlosio atribuía al conquistador Cortés, el 4M Sánchez olió el peligro y actuó en consecuencia. Las elecciones madrileñas que encumbraron a Ayuso y enterraron al difunto Gabilondo fueron el 4 de mayo: pues bien, apenas ocho semanas después Sánchez ejecutaba fríamente una profunda remodelación del Gobierno, preámbulo a su vez del movimiento orgánico de reencuentro con el partido que el 40 Congreso ha oficializado e institucionalizado.

Pedro no va dejar de tener los poderes que tiene, pues no en vano fue investido de ellos en unas primarias que, como el asesinato de César, han enterrado para siempre la República para dar paso al Imperio. Como en la antigua Roma, en el Partido Socialista sigue existiendo un Senado, se llame Comisión Ejecutiva o Comité Federal, pero las primarias lo han convertido en una sombra de lo que fue.

Tras el 40 Congreso, Sánchez no va a dejar de tener tales poderes, desde luego, pero es probable que los ejerza de manera más sobria, precavida y atenuada. Se acabaron los Iván Redondo. Vivan los Óscar López.

El tránsito del ‘Yo, Pedro’ al ‘Nosotros, el PSOE’ ha sido veloz y certero. Nadie dispara tan rápido como Pedro cuando se decide a desenfundar. Con humor chocarrero y rijoso, un dirigente políticamente muy incorrecto resumía en privado el viraje sanchista en estos términos: “Parece que Pedro ha renunciado al derecho nabal, con b de nabo, que regía sus decisiones y ha vuelto al derecho común, al intercambio colegiado de opiniones antes de imponer su voluntad”.

Fuego graneado

Trabadas por el rencor, las derechas nunca le perdonarán que en 2018 les arrebatara el poder con una moción de censura sin mácula alguna de ilegitimidad. En cuanto a la vieja guardia socialista, no sin fuertes resistencias no solo se ha resignado al hecho incontrovertible de que con Pedro el partido ha sabido recuperar y conservar el poder, sino que ha acabado transformando en aquiescencia su visceral rechazo de 2015, 2016, 2017 y 2018 a que el PSOE, su PSOE, se coaligara con comunistas, tuviera tratos con separatistas y hasta no hiciera ascos a que antiguos paladines del terror facilitaran con su abstención que un socialista se mantuviera en la Moncloa.

Las derechas se frotan las manos con los augurios demoscópicos que, salvo el del CIS, las sitúan a un paso de la Moncloa, pero no van a bajar la guardia ni a recuperar la deportividad propia de quien acepta de buen grado su derrota porque son muy conscientes de que un hombre con el historial de resurrecciones y audaces giros de guion que acumula Pedro Sánchez no es fácil de liquidar.

Sus divisiones mediáticas llevan tres años y medio escupiendo fuego graneado contra el presidente “ilegítimo y felón”, al que en la primavera de 2020 creyeron poder abatir situando cobardemente su artillería sobre la montaña de cadáveres de la pandemia, pero ni aun así. El tipo es duro de pelar. La euforia del 40 Congreso tal vez no sea infundada.