Ya es un hecho. Sumar ha dejado de escuchar para ser escuchado. Yolanda Díaz sentó las bases de su proyecto el domingo, en el pabellón Antonio Magariños, cuna de talentos descomunales del baloncesto español y también de Pedro Sánchez, sin la presencia de Podemos. La brecha crece con los morados, máxime cuando el propio presidente del Gobierno ha promocionado a su vicepresidenta segunda, cediéndole espacio en la moción de censura para presentar una suerte de ticket de cara a las próximas elecciones generales. Una estrategia que insufla cierto aire a una izquierda fragmentada –de momento- en tres. En Ferraz saben que Díaz ha de ser su compañera de viaje para retener la Moncloa, pero a su vez asumen que si no replican la fórmula de la derecha -en dos bloques- el objetivo de reeditar la coalición se aleja. Sánchez y Díaz suman juntos en el corto plazo, pero, en un horizonte lejano, podría ser contraproducente.

La historia nos dice de la dificultad que entraña derribar los muros de los dos grandes partidos del arco parlamentario. PSOE y PP son los dos buques insignia de la política española. Así lo acreditan más de 40 años de historia democrática, con el consiguiente arraigo e implantación territorial que ello imprime. Hecho diferencial que ha impedido que los dos titanes resistan las embestidas de los nuevos actores políticos. Esta tesis induce a pensar que, salvo hecatombe bíblica, ninguno de los dos caerá ante irrupciones como, por ejemplo, la de Yolanda Díaz, que es la que hoy compete. Hay que partir de esta base, por muy obvio que resulte y el sistema D’Hont tenga lo suyo.

Reformar, pero sin aspavientos

El proyecto de Díaz nace con relativa fuerza. La vicepresidenta segunda ha ahormado una suma de las diferentes sensibilidades a la izquierda del PSOE, replicando -grosso modo- el surgimiento de Podemos, mientras al mismo tiempo se desvinculaba de estos. Sumar no es sino una resignificación del actual partido morado. Dicho de otro modo, una suerte de vuelta a la casilla de salida, al Podemos que canalizó el descontento de un país asfixiado por las crisis económicas y el neoliberalismo marianista, con el beneplácito de una Europa indiferente al hastío de las calles.

En otras palabras, Yolanda Díaz quiere devolver a la gente al eje del debate. Recuperar y crear nuevos derechos sociales para los más desfavorecidos en un contexto post pandemia y que vuelve a padecer las penurias de una crisis acrecentada por los delirios imperialistas de un autócrata ruso. Ese es el engranaje que aspira a mover la maquinaria de una plataforma concebida para reconectar con las calles y repoblarlas de ilusión. Reformismo exento de moralinas paternalistas.

En cierto modo, eso fue el acto del domingo y es lo que define a la Yolanda Díaz vicepresidenta segunda y ministra del Trabajo. Diálogo y negociación como únicas vías para luchar por políticas expansivas en materia de derechos sociales y dotar al pueblo de esa emancipación tan ansiada tras años de tijeretazos. Condimentos que adornan un plato apetecible, como en su día fue Podemos, pero eludiendo el regusto cansino de la hipérbole.

La izquierda, ‘cuasi’ unida

Esa visión de la política ha permitido a Díaz dotar de una subrayable transversalidad a su proyecto. He aquí otra de las patas de la mesa que representa Sumar, auspiciado por una Izquierda Unida que ha puesto a disposición de la plataforma todo su potencial en materia de implantación territorial, catalizador que facilita un mayor crecimiento a un proyecto de nueva creación como este. Otro paralelismo con el Podemos de antaño y un punto a tener en cuenta desde el prisma aspiracional.

La transversalidad, en apariencia, de Sumar supondría el segundo pilar para robustecer el armazón inicial. Está concebido para canalizar una sustancial representatividad de las formaciones de izquierdas del país y el acto de lanzamiento del domingo así lo escenificó. Una puesta a punto con emisarios notorios de fuerzas como En Comú Podem (Ada Colau, Jaume Asens…), la propia Izquierda Unida, el PCE, Más País, Más Madrid, Compromís y un largo etcétera de agrupaciones de perfil progresista y verde que elevan la lista hasta la quincena. Fuerte respaldo para, a priori, garantizarse un notorio colchón de votos, aunque la afrenta abierta con Podemos impide elaborar un boceto más o menos fidedigno -dentro de los márgenes que permite una política líquida- de un futuro cortoplacista.

Es la madre del cordero para Sumar, pero también para el PSOE, que sabe de la necesidad de aglutinar sensibilidades para reeditar una coalición progresista. Sin un espacio a su izquierda perfectamente organizado y delimitado, las cuentas cambiarían sobremanera. Las opciones de retener la Moncloa se desvanecerían frente a una derecha y ultraderecha perfectamente definida y acotada en sus respectivas atmósferas sociológicas. El acuerdo con Podemos es crucial para ello.

Todas estas aristas construyen -o lo harían- un bloque de izquierdas fuerte, bien definido y con dos formaciones capitalizando el arco. Escenario idílico sobre el papel, pero hay un matiz sobre todo cuando se compara con aquel Podemos en su máximo esplendor y no es otro que Díaz. He aquí el quid de la cuestión. Es una figura que beneficia a la izquierda, la cose y la revitaliza hasta el punto de que el PSOE la ha vigorizado. Sin embargo, ¿puede esta estrategia ser contraproducente? La respuesta en el corto plazo es un no rotundo, lógicamente, pero si se mira más allá, la cuestión se complica.

¿Beneficioso para el PSOE?

Yolanda Díaz es el factor diferencial de este proyecto. Como se ha repetido hasta la saciedad, es el nexo de hasta una quincena de formaciones de izquierdas. Reminiscencia, a brochazo gordo quizás, con una época en la que Pablo Iglesias vertebraba el discurso de ese espacio sociológico. Pero la virulencia de su argumentario incluso podría generar cierto rechazo en sectores progresistas oscilantes entre la socialdemocracia y el centro.

Ahora bien, la imagen que proyecta Díaz es bien distinta, capacitada para liderar negociaciones y llegar a puntos de consenso entre sectores radicalmente dispares. Una figura que basa su acción y su discurso en la calma, en una dulcificación quizás del relato, sin perder la contundencia en el debate con el adversario desde la objetividad que aportan los datos. Lo hace sin ruido, un estilo totalmente alejado del que en tiempos le designó como su sucesora y “futura primera presidenta de este país”. Mandato cumplido, por cierto, aunque le pese.  

Había miedo a Pablo Iglesias en ciertos sectores de la izquierda, pero no lo hay con respecto a Díaz. De hecho, es este punto el que podría suponer un problema en el largo plazo para el PSOE, de no taponar con solvencia posibles fugas -que las habrá- al proyecto de la gallega o de perder la química inherente a Pedro Sánchez con el electorado. Representa -o al menos proyecta- una transversalidad que no solo podría rentabilizar en su parcela sociológica, sino también en ciertos espectros más moderados de la izquierda, capitalizados por los socialistas. Aún es pronto para que esto ocurra, pero es un factor a tener en cuenta de cara al futuro, máxime si el proyecto de la vicepresidenta segunda enraíza entre los ciudadanos.