Cuando empiezo a dar charlas de igualdad LGTB en cualquier centro educativo, y ya he impartido bastantes, lo primero que intento establecer es qué habría necesitado yo para poder considerarme a mí mismo que no era un monstruo cuando estaba sentado en el pupitre de los adolescentes que voy a tener enfrente. Pero además no solo pienso en los jóvenes que están descubriendo su orientación sexual o identidad de género, sino en cómo llegar a la mente de aquellos que están a su lado y para quienes ser lesbiana, gay, bisexual o trans es un motivo de risa, de humillación, o incluso de acoso: porque sí, muchos hemos sufrido un brutal acoso en el colegio por ser LGTB y muchos hoy en día desgraciadamente siguen sufriéndolo.

Cuando comienzo a dar una charla intento pensar en ese niño que nos llegó hace dos años al Observatorio y cuya abuela nos llamó porque se hacía cortaduras en ambos brazos del miedo y la ansiedad que pasaba en clase por ser gay, por el acoso que sufría y que escondía a toda su familia.

También pienso en otro niño, de 13 años, cuya madre me rogó hace unos meses que fuéramos a su colegio en un municipio de Madrid a dar una charla porque su padre le golpeaba por ser homosexual. Me escribió “le infló a bofetadas humillándole” y en su clase le llamaban “maricón” y le señalaban y le decían: "Qué asco das”. Cuando la propia madre me escribió para decirme: "Si no fuera por personas como tú, mi hijo se habría matado”, me hizo una vez más darme cuenta de lo trascendental que es para las y los adolescentes vernos, darse cuenta de que las personas LGTB existimos, somos felices y podemos ser nosotros mismos, algo que el niño Rubencín jamás pensó que podría pasar.

Por eso cuando entramos en un aula y me pongo a tratar de explicar qué es la orientación sexual o la identidad de género a las y los adolescentes, cuando pronuncio la palabra “gay”, “lesbiana” o “bisexual” como una palabra más junto a “heterosexual” me doy cuenta de que quizás algunos de esos alumnos es la primera vez en su vida que escuchan y ven a alguien no cis-heterosexual que les habla y no agacha la cabeza ni desvía la mirada. Y eso para ellos es una revolución.

Al preguntarles que si saben qué significa “salir del armario” y ver cómo todos saben lo que es, aunque sus miradas son completamente diferentes al hablar de ello, te das cuenta de la importancia de los conceptos que nunca les han explicado. Les planteas si es imprescindible salir del armario y les dices que no es obligatorio, que a veces es muy duro poder salir, dependiendo de la situación familiar y que nunca una persona LGTB tiene la culpa de estar “dentro del armario”. Entonces se quedan pensativos, reflexionando por qué no salen los LGTB al igual que ellos dicen que son heterosexuales.

Generalmente los que más hablan son las y los líderes de la clase, los que ya han tenido novias y son “muy masculinos”, tratando de explicar que ellos no son homófobos pero que… Y ahí tratas de eliminar los prejuicios que han ido captando de la sociedad, de la tele o de su cuenta de Instagram.

También les explicamos qué es el Orgullo y por qué muchas veces lo necesitamos para afianzar nuestra dignidad y nuestra autoestima, conceptos que no dominan demasiado. Y empiezas a eliminarles clichés diciéndoles que llevo yendo 21 años al Orgullo y jamás he ido en tanga (aunque tampoco hay nada malo en ello). Y les cuento la historia de cómo se forjó el Orgullo con las mujeres trans que dieron la cara en el Stonewall Inn en Nueva York por todo el colectivo LGTB, les explico que en España tenemos una situación legal envidiable pero que hay decenas de países en el mundo donde nos ejecutan por ser LGTB. Se quedan con la boca abierta.

Otro tema que les comento es el de la “pluma” y cómo se nos juzga a las personas LGTB y se nos humilla por ello. Les explico que es muy dañino reírse de alguien porque no sea lo suficientemente masculino o femenina para ti y que nadie tiene derecho a hacer eso. Y pienso en el chico cuya madre me rogó que diera la clase y que era muy femenino. Es entonces cuando me doy cuenta de la enorme responsabilidad de cada palabra que digo.

He leído dentro de todas las mentiras que se han publicado sobre las charlas que dan las asociaciones como Arcópoli que hablamos ¡de sexo!… La verdad es que nunca lo he abordado en una charla ni conozco a quien lo pueda tratar. De hecho los adolescentes seguro que ya saben más que yo de sexo, teniendo 24 horas su móvil y su tablet. Lo que me ha escandalizado es leer que hay gente que cree que segregamos las aulas en función de la orientación sexual de los adolescentes. Eso sería terrible, porque jamás preguntamos la orientación sexual de nadie y menos de alguien menor de edad. Esa violación de la intimidad podría destrozar la vida de determinados adolescentes en situaciones de vulnerabilidad. Los tratamos a todos de la misma forma, para que nadie pueda tener miedo a ser “señalado” y que después puedan surgir “comentarios” que incluso podrían ir a más. Todo lo contrario.

Por último hablamos también de referentes LGTB para ver a cuántos conocen y lo comparamos con los que conocen heterosexuales. Y reflexionan sobre el concepto de la visibilidad LGTB cuando les dices que Isaac Newton, el que les hace sufrir con la física; Luis Cernuda, Gloria Fuertes o Rimbaud, a los que analizan en lengua; o Keynes, al que estudian en economía, tienen algo en común: ser LGTB. Y se dan cuenta de lo más importante: que ser LGTB no es más que una condición más del ser humano. Y que se puede ser LGTB y ser ministro, ingeniera, pintor, bombera o presentador de televisión.

Y a cada diapositiva que les muestro pienso en la cara que habría puesto ese Rubencín que está ahora al otro lado. Lo que habrían significado para mí todas estas palabras cuando a los 13 años me di cuenta de que esa pesadilla de insulto que me habían llamado desde preescolar mientras me agredían, realmente no era solo un insulto, sino que yo era “maricón” aunque ellos lo supieran antes que yo... y entonces me imagino la inyección de felicidad que hubiera sido para mí saber que no significaba nada malo, sino una característica mía más. Quizás no habría perdido una década de mi vida intentando ser otra persona que no era y tratando de eliminar gestos y expresiones de mi cuerpo para poder cumplir los cánones de la imperiosa masculinidad que impregnaba mi entorno. Quizás habría podido empezar a rasgar las paredes de mi armario y poder soñar con ser feliz y que ser “maricon” no significaba defraudar a mis padres, mi hermano y mis tías. Y al terminar la charla me voy especialmente feliz pensando en que solo con haber ayudado a una sola persona, mi día habrá sido increíble.

Por eso para mí el tema del PIN o veto parental es crucial: es imprescindible poder hablar de personas LGTB al alumnado. Era un consenso social que aceptaba la ley de Educación de Wert. No podemos volver a retroceder, a permitir que los hijos de homófobos vivan una pesadilla continua: es vital darles un halo de esperanza con esa charla que les va a permitir soñar ser ellos mismos. No lo permitáis por favor. Lo necesitan. Hacedlo por ellos.

Rubén López - Activista LGTBI