Llevamos varias semanas bombardeados con continuas informaciones, debates, polémicas, rumores y cotilleos en todos los medios, en la prensa rosa e incluso en los telediarios, sobre la gestación subrogada de una famosa actriz. Ana Obregón parece tener el poder de casi paralizar un país entero, y de que millones de españoles dejen de preocuparse por los gravísimos problemas que nos acechan, a nivel nacional, internacional y planetario, para centrar toda su atención en si la actriz y presentadora de televisión tiene o no derecho a ser madre o abuela por subrogación, o a hacer, o no, de su capa un sayo.

No importa que el planeta se esté desertizando, no importa que el hielo de los Polos esté desapareciendo, no importa que cientos de especies animales se estén extinguiendo, ni que se estén recortando derechos ciudadanos en medio planeta, ni que la extrema derecha esté sobre nuestras cabezas en el Parlamento, ni que el neoliberalismo y el ultra capitalismo lleven décadas destruyéndolo todo… No. Sólo importa que una mujer muy conocida ha traído al mundo a una nieta, utilizando los avances de la ciencia en materia de gestación, y haciendo lo que le ha dado la real gana.

Parece que el debate sobre la maternidad subrogada no existía antes de Ana Obregón, aunque no es nada nuevo. Miles de españoles han sido padres con estos métodos que el avance de la ciencia permiten hoy en día, en los países que legalmente lo permiten, porque en España es ilegal. ¿Cuántas madres que han perdido a su único hijo harían lo mismo?  Por supuesto, ese tema,  como tantos otros, merece un debate profundo a nivel político y público, pero no a costa del amarillismo que supone acosar y generar una caza de brujas respecto de una decisión privada de un ser humano en su vida personal.

¿Cuántas madres que han perdido a su único hijo harían lo mismo?

La intervención del Estado en la vida privada de la gente tiene unos límites que, si se traspasan, pueden llevar a lo abusivo y a lo grotesco. Es un debate muy clásico que, a estas alturas, me parece que debería estar superado. Se superó aquella indecencia del “Estado civil” en los DNI, como si la situación afectiva de las personas le interesara mucho al Estado o al funcionario civil de turno. Aun antes de tener uso de razón, me resultaba grotesco. Casado o soltero. Recuerdo preguntar a mi madre cuando era niña, al imaginar que ninguno de esos estados me parecía deseable: “¿Es que no hay ninguno más? Es como si la vida de las personas estuviera aprisionada con grilletes prefabricados para, con eufemismos y de manera solapada, imponer un único modelo y, de paso, restringir a mínimos la libertad.

Afortunadamente, las cosas han cambiado en las últimas décadas, pero no tanto como creemos, seguramente. Y salir de “las pautas impuestas y políticamente correctas” puede armar un revuelo de padre y muy señor mío, como si, repito, no hubiera otras cosas que analizar en este país de cotillas (ya lo decía Larra). ¿Acaso no tenemos claro que somos diversidad, que todos pensamos, sentimos, actuamos de manera diferente a los demás? Se trata de empatía, de ponerse en la piel del otro. Al menos yo me siento incapaz de juzgar el modo de vivir de nadie, a no ser que mate, robe o haga daño a los demás. Contra las malas hierbas todos los juicios y las críticas del mundo. Al resto hay que dejarles en paz, y no alimentar la mediocridad de los que se nutren de cotorrear sobre las vidas ajenas.

¿Inmoral? Me parece mucho más inmoral que tantas y tantas mujeres decidan ser madres por mimetismo o inercia social, dejándose llevar por un modelo impuesto que ni siquiera cuestionan; por más que, como bien dijo la activista y escritora Margaret Sanger en un artículo fechado en 1919, ninguna mujer puede considerarse libre hasta que pueda elegir conscientemente si ser o no ser madre. Desde mi punto de vista, traer hijos al mundo por motivos de inconsciencia o banalidad es  mucho más inmoral, ya digo, que cualquier maternidad subrogada, aunque sólo sea por ecologismo: el planeta está superpoblado.

La cuestión de la supuesta violencia contra las mujeres gestantes me parece realmente demagogia y feminismo mal entendido. Mucha más violencia es promover y aceptar las situaciones económicas y sociales que llevan a estas mujeres gestantes a alquilar su vientre. Mucha más violencia es acosar a quien se sirve de modelos alternativos, en lo afectivo, en lo familiar o en lo social; o que se sigan financiando desde el Estado a quienes siguen promoviendo el mito de Eva y la manzana, un mensaje tremendo de misoginia y de odio a las mujeres; y que el feminismo oficial cierre los ojos y no haga nada al respecto. Por no hablar de negocios de venta de niños, o de tráfico de adopciones ¿De qué violencia o inmoralidad estamos hablando?

La capacidad de ponerse en el lugar del otro antes de emitir un juicio es una de las más grandes funciones de la inteligencia. Y, como decía con mucha frecuencia mi padre, no hay nada mejor para estar tranquilo y en paz con uno mismo que vivir y dejar vivir. No es tan difícil.