En un gesto de concordia, el Gobierno de Pedro Sánchez cambió la hora una semana antes de que Alberto Núñez Feijóo se mudara a la capital de las Españas. A las 2 fueron las 3 y en Madrid volvió a sonar el despertador antes de que saliera el sol, para que el nuevo presidente del PP se sintiera como en Galicia y el aterrizaje fuera más suave. Pero no por mucho madrugar amanece más gallego y, cuando Feijóo despertó, el dinosaurio seguía aparcado en doble fila frente a la sede del PP, tal y como se lo dejó Pablo Casado.

Tras ser elegido presidente del Partido Popular en Sevilla, Feijóo bajó a la sala de prensa a saludar al respetable, entendido como aquellos que infunden respeto, a juzgar por el cordón sanitario de retoños de Nuevas Generaciones que impedían a los periodistas moverse por todo el pabellón. Libertad económica, pero no de movimientos. “¿Me daréis 100 días, no?”, preguntaba el gallego a los periodistas. Pretendía ser un chiste, porque Feijóo es consciente de que en estos tiempos líquidos que vivimos en 100 días te salen tres olas de pandemia, dos guerras y un volcán. Pero el chascarrillo camuflaba una declaración de intenciones sobre las cosas de palacio y el ritmo pausado que quiere imprimir a su nueva etapa nacional. “¿Me vais a dar 100 días?”, insistía. “100 no, pero le daremos diez, presidente”, contestamos algunos.

Pasados los diez días de cortesía desde el “reinicio” del PP, el panorama político es inmutable. El Consejo General del Poder Judicial sigue bloqueado y la excusa de Feijóo es que no está la cosa para cambiar jueces “con la que está cayendo”. Lo que caen no son entuertos legales para el PP por la compra de mascarillas, sino problemas económicos. Ninguno de los dos, ni entuertos ni problemas, tienen visos de despejarse en el corto plazo, y del aspirante a gobernar España se espera que sea capaz de hacer dos cosas a la vez. No hace falta que mire a Sánchez, se puede inspirar en su paisano Mariano Rajoy, que en 2013 renovó el CGPJ a su gusto y los datos económicos de entonces no eran mejores que ahora.

El gatopardismo es la máxima por el momento. El oasis gallego sin ultraderecha no ha pasado de El Bierzo y Vox ya gobierna en Castilla y León. La leyenda del Feijóo que jibarizó a la ultraderecha en Galicia palidece ante la posibilidad de acudir a la toma de posesión de Mañueco y ser retratado con Santiago Abascal. “Irá si su agenda se lo permite”, dice el PP, trasladando sin querer que no controla su propio calendario.

Para defender el pacto con Vox, la dialéctica desplegada por Génova afirma que Vox y Unidas Podemos son lo mismo y que nadie puede dar lecciones mientras acepte los votos de Bildu y ERC. Argumentarios viejos con diccionarios nuevos que ahora incluyen expresiones como “violencia intrafamiliar”, “inmigración ordenada” y sustituyen Memoria por Concordia.

Cambia, si acaso, el acento con que se dan las excusas y a los bandidos se les llama “pillos”. Ya no se mira con pudor esa Génova 13 reformada con dinero negro y se decide no cambiar de sede, que ya es un cambio en sí mismo.