Los presidentes autonómicos del PP nunca están donde deben estar cuando la ciudadanía los necesita. Lo vimos cuando la DANA golpeó la Comunidad Valenciana y Mazón estaba en El Ventorro. Lo hemos vuelto a ver ahora, con las lluvias torrenciales en Aragón, mientras Azcón se iba de vacaciones. Y lo comprobamos también cuando crecía la tensión en Torre Pacheco y López Miras permanecía desaparecido. ¿Para qué sirven entonces? Siempre llegan tarde, mal o nunca. Son unos gobernantes que trabajan menos que el médico de los inmortales.

No es un error puntual, ni una anécdota aislada. Es la forma de actuar del PP. Y si alguna vez llegan al Gobierno de España, harán exactamente lo mismo: ausentarse, mirar hacia otro lado y dejar sola a la ciudadanía ante los problemas. Porque su modelo no se basa en la responsabilidad pública. Al PP nunca le han importado el bienestar de la gente. De hecho, Feijóo, en tres años que lleva al frente de su partido, no ha sido capaz de poner encima de la mesa una sola propuesta que mejore la vida de la gente. ¿Es eso lo que necesita nuestro país?

Miremos Aragón. Una DANA anunciada con días de antelación por AEMET golpea la comunidad y el presidente Azcón pese a todo, decide irse de vacaciones familiares a Menorca. No es la primera vez que ocurre. Lleva media legislatura entre Galicia y Madrid, casi sin sin pisar su tierra. Los aragoneses llevan dos años esperando a que su presidente empiece a trabajar. Su prioridad no es Aragón, es Génova 13. Y cuando más se le necesita, simplemente no está. ¿Puede haber mayor irresponsabilidad?

En Murcia, la historia se repite. Durante los disturbios racistas y xenófobos en Torre Pacheco, el presidente López Miras ni siquiera apareció. No dio la cara, no hizo un llamamiento a la calma, no condenó con firmeza los ataques. Tardó cuatro días en pronunciarse, y lo hizo de forma tibia, para no incomodar a sus socios de Vox. ¿Ese es el liderazgo que necesita una comunidad? ¿Dónde estaba? ¿En su particular Ventorro murciano? Porque para él, ser presidente parece consistir en cortar cintas, posar para la foto y poco más.

Cuando surge un problema, el primer responsable que debe actuar es quien gobierna. Pero los presidentes y presidentas del PP esconden la cabeza, como el avestruz, siempre de espaldas a su pueblo. ¿Y por qué? Porque no creen en el servicio público. Su prioridad no es proteger a la ciudadanía, sino protegerse a ellos mismos.

También lo vimos en Madrid, en lo peor de la pandemia. Con Ayuso en el Gobierno regional, se aplicaron protocolos que negaban la atención hospitalaria a miles de mayores en residencias. El resultado: casi 8.000 muertos, y más de 4.000 que podrían haber sobrevivido con una mínima atención sanitaria. ¿Ha dimitido alguien por aquello? No. ¿Han pedido perdón? Tampoco. La crueldad se convirtió en política institucional. Y nadie en el PP se inmutó.

En la Comunidad Valenciana, mientras miles de ciudadanos sufrían las consecuencias de una DANA y miles de ciudadanos estaban con el agua al cuello, Mazón disfrutaba alegremente en El Ventorro. Otro presidente del PP que decide que el ocio está por encima del deber. ¿Dónde estaban los medios de derechas para denunciar este abandono? ¿Dónde la exigencia de rendición de cuentas?

Y en Andalucía, Moreno Bonilla presume de buena gestión mientras dos millones de personas están en listas de espera sanitarias. Niños sin operar, pacientes sin diagnosticar, personas que mueren por falta de atención. Mientras tanto, la Junta de Andalucía recorta, privatiza y deriva fondos públicos a clínicas privadas. Eso sí, sonríen mucho. Con todo el cinismo del mundo. Como si no pasara nada.

Gobernar es estar. Gobernar es asumir responsabilidades. Gobernar es dar siempre la cara, también en los malos momentos. Y el PP no hace nada de eso. Se ausentan en los momentos clave, no por casualidad, sino porque no creen en lo público. Porque no se sienten obligados a cuidar de nadie. Porque siempre están pensando en otra cosa: en el poder por el poder.

Votar al PP perjudica seriamente la salud. Perjudica la convivencia, perjudica la protección social, perjudica la igualdad, perjudica la seguridad. Perjudica incluso la esperanza. Porque mientras ellos se reparten aplausos en cenas privadas, los pueblos se inundan, los hospitales colapsan, los discursos de odio crecen y la gente muere sin ayuda.

Y lo más grave es que, cuando se les exige rendir cuentas, se hacen las víctimas. Se indignan. Se escudan en excusas baratas. Pero ya no cuela. La ciudadanía empieza a ver lo que ya es evidente: cuando gobierna el PP, algo esencial se rompe. Se rompe la confianza, se rompe el principio de que quien manda debe cuidar, no desaparecer.

No estamos hablando solo de tormentas, incendios o tensiones sociales. Estamos hablando de un modelo político que falla siempre cuando más falta hace. Un modelo que desaparece en plena emergencia, que se borra cuando cuando hay que dar la cara. Un modelo que convierte a los ciudadanos en huérfanos del poder. Por eso, si el PP gobierna, lo único seguro es esto: cuando más lo necesitemos, no estará. Y eso este país no puede permitírselo.

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