Vivimos la medianía o Ecuador de la Feria del Libro de Madrid. Quien no la conozca se pierde uno de los eventos, alrededor del libro, los escritores y los lectores, más insólitos del mundo. Considerada la segunda más grande a nivel internacional, en su categoría e importancia, sólo detrás de la de Guadalajara en México, supone todo un acontecimiento anual de intercambio entre editores, autores, librerías y, sobre todo, lectores. Digo esto porque, a pesar de los complejos nacionales, resulta que, dos de los fenómenos literarios más importantes a escala mundial suceden en español. Lejos de otras ferias, como la de Frankfurt, o la de Miami, más enfocadas a los agentes literarios y las editoriales, la de Madrid se ha convertido en una tradición para que los madrileños y los foráneos que ya la conocen o la descubren, acudan a encontrarse con sus escritores favoritos, o a conocer nuevos. Digo esto porque esta Feria, con el mundo de la escritura en su centro, se ha convertido en una fiesta de la ciudadanía, del pueblo de Madrid, especialmente, y sus visitantes, como las Fiestas de san Isidro o la Paloma.

Esta edición ha escapado, por fin, de las anomalías impuestas por la maldita pandemia, ni esta “nueva anormalidad”, concepto que acuñé en uno de mis artículos en este periódico hace muchos meses y luego he visto utilizado, por no decir “apropiado” como título de un libro, precisamente en la Feria pasada, sin citar fuentes. Cosas de la contemporaneidad literaria más canalla…La Feria ha estrenado, entre otras cosas, nueva directora. La periodista y activista Eva Orúe que, además de experiencia y profesionalidad, le ha puesto sentido del humor y una sonrisa a todo, que no está mal con la que nos ha caído.  Digo esto porque, entre las exigencias municipales, parece ser que “la Feria” hacía mucho ruido, contaminaba acústicamente el parque y aledaños. Por esa razón su directora ha eliminado la megafonía, y ha puesto personas indicando las firmas, tablones, códigos qr, todo lo necesario para no molestar a esos mismos que luego colapsan la ciudad cada vez que este o aquel equipo de fútbol juega un partido, y no digamos ya si gana una copa.  Debe ser que, en Madrid, con sus actuales regidores en el ayuntamiento y en la Comunidad, la “libertad” es para hacer botellones o para tomar cañas en el interior de los locales, para celebrar cuestiones deportivas, pero no para encontrarse, al aire libre, con los escritores. Lo comprendo; los escritores somos gente peligrosa, críticos, hacemos pensar, y eso no les conviene a los apóstoles y beneficiaros de la posverdad, también llamada mentira emotiva. Debemos estar controlados, porque pensar críticamente es más contagioso que un virus…

Pero centrémonos en los autores y editores. Autores que pelean por su voz y su espacio como Marina Casado, Olira Blesa, María Estévez, entre otros. Frente al virus de estulticia ha pululado por muchas casetas entre televisivos, no me refiero a los que escriben sus propios libros sino a los que ponen la cara a los que les escriben otros, youtubers, instagrammers, influencers y fauna varia de la mentecatería contemporánea, que está degradando el ecosistema literario. Una enorme responsabilidad la tienen los grandes grupos editoriales. Epidemia de no-literatura que engordan las grandes editoriales e incluso algunas que tuvieron prestigio. Ante esta corriente de anti-intelectualismo, de anti-literatura que está gangrenando el tejido artístico y literario de nuestra sociedad quiero fijarme en pequeñas editoriales que ocupan el espacio de la literatura real, apostando por escritores, descubriéndolos o apoyándolos. Me refiero a editoriales como Ediciones La Palma, que lleva décadas reeditando los primeros libros de maestros como José Hierro, Pablo García Baena, Francisco Brines, Rafael Morales o Antonio Gala, editorial fundada por la poeta y antropóloga palmera Elsa López, que acaba de recibir el premio Canarias de Las Letras. Dirigida ahora por su hijo, David Cabrera, y con otro nuevo sello Ediciones el Drago, apostaron por el joven escritor Marcos Dosantos, que ha sido otra de las sensaciones de la Feria. Cuadernos del Laberinto con su fundadora y editora al frente, Alicia Arés, es otro de esos sellos que, en narrativa y poesía está abriendo camino y apostando por literatura, incluso la hispanoamericana, con propuestas como Welcome to mí, del poeta cubano Eduardo Herrera Baullosa, cuya edición ha cruzado el charco y cosecha éxitos en las librerías estadounidenses de Miami. Otra de esas editoriales que han cobrado peso en los últimos años son Valparaíso y Poéticas, que aunque con direcciones distintas comparten caseta y distribución, y se han hecho fuertes tanto en la divulgación de nuevas ediciones de los clásicos como en las nuevas voces españolas e hispanoamericanas, como Jorge Pozo Soriano y su recién salido “Hogares Impropios”, Jota Santatecla y su “Año de la Grava”, y otros muchos autores interesantes como Santiago Antona. Otras históricas, como Egalés, con la editora y activista Mili Hernández al frente, se han convertido en la editorial referencial en la literatura LGTBIQ+ tanto en nuestro país como fuera. Inconformista, siempre, ha añadido bajo el paraguas de Egalés un nuevo sello editorial, Flores Raras, donde incluir ediciones un poco más especiales, como los “Un amar ardiente. Poemas a la Virreina” los poemas de amor que Sor Juana Inés de la Cruz dedicó a la Virreina de Nueva España (México). Sirvan estas breves nombradías para apoyar el trabajo de algunos sellos y editores, así como de autores, que siguen manteniendo viva la llama del talento y la inteligencia frente a tanta conjura de necios. Yo celebro, siempre, que en primavera Madrid es una Feria del Libro.