No, no se trata de una parodia cinematográfica de una de las partes de El Señor de los anillos, aunque podría serlo, porque parte de toda esta vergüenza institucional del Rey Bribón, Juan Carlos I, al que yo apodé cuando empezó todo esto el Rey Demérito también tuvo un anillo en juego. El de esa señora que todo el mundo llamaba “amiga entrañable”, y que todos sabemos que lo que era es una señora de compañía pagada por el erario público, por mucho que la prensa del corazón lo edulcorase con portadas retocadas, y títulos de opereta. Dicen los defensores de la monarquía que la izquierda quiere erosionar la imagen del Jefe de Estado y de la Constitución”.  

No necesitan los republicanos muchos esfuerzos. Al buen trabajo, por el momento, del rey Felipe VI, al frente de la jefatura del país, no le hace falta peores enemigos que su padre, sus hermanas, alguno de sus sobrinos y sus cuñados. Ellos se están encargando solitos de dilapidar el capital histórico, innegable, que jugó la monarquía durante la transición española y, desafortunadamente, la vuelta del rey Juan Carlos, y sus maneras, chulescas, desabridas, desafiantes, antes las legítimas preguntas de la prensa de si iba a dar explicaciones, han sido respondidas con un arrogante y nada arrepentido “explicaciones de qué”.

Esto sucede, claro, porque sus borbonadas habituales, les han salido gratis, previos apaños legales y con hacienda, el despilfarro, el enriquecimiento personal, y el golfeo con colegas y rubias varias. Asunto que, además de un escándalo institucional, demuestra que, desgraciadamente, no somos todos iguales ante la ley.

Todos sabíamos que algo olía a podrido en Dinamarca cuando apareció la falsa princesa Corinna zu Sayn-Wittgenstain, una comisionista de origen germano-danés cuyo verdadero nombre es Corinna Larsen, en los muy campechanos aledaños del entonces jefe del Estado español Juan Carlos I. En todas las cortes existieron cortesanas y cortesanos, eufemismo que enmascaran verdades más turbias, y a los peones de corte encargados de edulcorar la realidad se les ocurrió llamarla “amiga entrañable” aunque la entraña real de la que se encargara estuviese entre la entrepierna y la cartera regia.

Los tiempos son otros a los que conocemos por la historia y la literatura en las que los Borbones sembraban de bastardos reales los camerinos de los teatros, las casas de putición y mancebías. El arribismo de la falsa princesa era evidente, pero también que la máxima responsabilidad la detenta quien tenía atribuciones de jefe del estado español con cargo a los presupuestos generales del Estado.

Mucho más en el caso del rey que, en una monarquía parlamentaria como la nuestra, es el jefe del estado. Su solvencia, valor y vigencia lo serán en tanto en cuanto ellos lo sean. Queda claro que, en este momento, el peor enemigo de la institución monárquica, detentada por el rey Felipe VI es el anterior jefe del estado, su padre,  Juan Carlos I.

Hubo incluso, en una cuestión excepcional, que concederle el ridículo título de “Rey Emérito”, otra anomalía institucional,  pues, ante los escándalos que le salpicaron, en su dislate cazador en Botswana, acompañado de la rubia peligrosa, el marido consentidor de la misma y adornado por la corona principesca del título y su hijo, en el momento de casi intervención económica de España, su abdicación causó más de un roce con su hijo y sucesor con el que ha tenido una distancia sanitaria de dos años, y no ha sido por el Covid.

El circo legal y mediático, con el excomisario José Manuel Villarejo en la Audiencia Nacional, Diego de Egea que se reunió con la amiga del rey, y demás enjuagues, parece más un sainete que realidad, lo que aún agrava más el desprestigio del monarca y su figura, La cuestión aquí no es si esto se trata de una guerra sucia de los imputados para dañar a la institución, o al anterior jefe del estado español.

La cuestión es si la conversación entre Corinna y el rey emérito publicada en medios de comunicación, y ya ratificada como auténtica, en la que también se escucha presuntamente al expresidente de Telefónica Juan Villalonga, y que fue grabada en Londres en 2015 es constitutiva de delito.

En ella Corinna afirma que el Rey Juan Carlos tiene cuentas opacas en Suiza y que fue utilizada como testaferro para ocultar su patrimonio en el extranjero. No sirven ya aquí la página de los servicios prestados al país por el rey Juan Carlos I; reconocidos y amortizados están, con todos sus privilegios también, lo que no puede ser carta blanca para convertir el CNI y los fondos reservados en coto privado de solaz y caza.

Tampoco queda claro si, aquel discurso de “todos somos iguales ante la ley”, que esgrimió en su discurso de navidad el rey Juan Carlos ante el escándalo de su yerno Iñaki Urdangarín era una cortina de humo para ocultar sus propios negocios en paralelo. No hay más que acudir a las hemerotecas para comprobar los actos en los que Rey, “amiga entrañable”, cuñado, e incluso “La profesional” reina Sofía, coincidían sonrientes y cómplices…

De aquellos polvos, nunca mejor dicho, con diamantes millonarios en portadas de revistas, estos lodos… No se le hace daño al Estado ocultando la verdad debajo de la alfombra, sino aclarándola y exigiendo responsabilidades a quienes las tienen.

Por el momento parece que el campechano rey Juan Carlos se va ganando un nuevo título, el de Rey Demérito. Si además su actitud va a ser esta intolerable chulería y no asunción de errores, ya que no delitos según los arreglos judiciales, más vale que se quede en el exilio dorado de Abu Dabi, por el bien de nuestra democracia, y de la propia institución que dice defender.