En Madrid, nuestros gobernantes sufren un problema endémico de poder adquisitivo que ríete tú de los pensionistas. Gobernar una Comunidad Autónoma será un honor y un privilegio en el resto de España, pero en Madrid, pese al factor de capitalidad y las acusaciones de dumping fiscal, ocupar la más alta autoridad es un sacrificio y un calvario que acaba haciendo mella en las cuentas bancarias de la mayoría de nuestros presidentes. Aunque ahora todo apunta a que Isabel Díaz Ayuso ha encontrado un útil apaño a los gastos y penurias que conlleva regir los destinos de 7 millones de madrileños gracias al lujoso apartamento que le ha cedido un empresario hotelero en pleno Plaza de España.

De penurias en las altas esferas, en Madrid sabemos mucho, desde que Esperanza Aguirre nos llorase a los madrileños por lo caro que le salía vivir en su palacete del barrio de Malasaña. En una de sus biografías señalaba que “lo que peor llevo es la factura de la electricidad, tengo unos techos altísimos y la calefacción es eléctrica, ¡un horror!”. Ya se sabe que el techo alto beneficia la recuperación de coronavirus, pero te pone el recibo por las nubes. 

De hecho, Aguirre señalaba que “no es que haga números a final de mes; es que muchas veces no llego”. Luego supimos por los medios que la Comunidad de Madrid se habría hecho cargo de la factura doméstica de la luz de Esperanza Aguirre. Entre 20.000 y 30.000 euros que habrían pagado los madrileños, aunque la presidenta lo negó con unas facturas de 2009 para justificar las acusaciones que cubrían una década de gobierno.

Entre los presidentes madrileños, el único que destacó en la asignatura de economía doméstica fue Ignacio González. El sucesor de Esperanza Aguirre cobraba un sueldo que no llegaba a los 6.000 euros mensuales, pero vivía en un chalet de Aravaca con un valor superior a los 2 millones y, sobre todo, asombró al mundo haciéndose con un ático de lujo en la zona noble de Marbella con un valor de entre 700.000 y 1,5 millones. El asunto ha estado en los tribunales, cruzado entre sus múltiples acusaciones de corrupción, pero todo apunta a que se quedará en agua de borrajas.

Cristina Cifuentes también ha sufrido en su piel el alto coste de ser presidenta madrileña. El armario de Cifuentes era la envidia de las madrileñas y objeto de reportajes en las mejores revistas de moda. “Cuando estás representando a los ciudadanos, tienes que hacerlo con dignidad, y eso incluye cuidar tu aspecto físico. Pero también es verdad que a las mujeres políticas se nos exige más. Cuando un hombre va a un acto, la noticia es lo que dice. Cuando va una política, a veces, se destaca más lo que lleva puesto”. Quizás por eso Ignacio González pudo permitirse invertir en bienes inmuebles y Cifuentes tenía que recurrir a la picaresca para mantener su cutis.

De hecho, Cifuentes también recurrió a victimizarse en materia económica. Cuando ella y Francisco Granados se cruzaban acusaciones de corrupción, la presidenta madrileña salió al quite con esta defensa: “¿A quién van a creer, al tenía un millón en el altillo o a mí, que vivo alquilada y con 3.000 euros en la cuenta?”. Al margen de esta defensa censitaria, la frase llamó la atención. La dijo en 2018 y era imposible de contrastar, porque Cifuentes escondía por sistema su declaración de bienes desde 2015, cuando declaraba más de 26.000 euros en cuenta. Nunca se supo en qué dilapidó el dinero, sobre todo con un sueldo de casi 110.000 euros, pero estaba claro que la presidencia madrileña era deficitaria.

Todo esto ya lo vio venir Isabel Díaz Ayuso, que siempre estuvo cerca de estos padrinos políticos, o bien como viceconsejera fugaz de Cifuentes o llevando la cuenta de Twitter de Pecas, el perro de Esperanza Aguirre. En campaña electoral, cuando era casi una desconocida, Ayuso ofreció una entrevista a El Mundo. Posaba risueña, sin emular a Bernarda Alba, pero ofrecía más detalles íntimos de los que cuenta ahora, como el piso donde vivía, que no aclaraba si estaba en Chamberí o Malasaña, porque ambos barrios dan caché y seducen a electorados diversos.

“El piso se nos queda pequeño (unos 50 metros cuadrados), la misma mesa donde trabajo es donde cenamos. Siempre vivo acorde a los salarios que tengo, y ahora mismo no sé cuál va a ser mi vida. Si tengo otras responsabilidades cuando sea presidenta de la Comunidad evidentemente necesitaré una casa de mayor tamaño, con un estudio donde trabajar y armarios más grandes, porque te cambias muchas veces de ropa al día”, avisaba ya Díaz Ayuso. Le ponía el trapo el periodista en la siguiente pregunta: “Si busca algo más grande, lo mismo en Galapagar…” Y embestía Ayuso: “Ojalá pudiéramos, pero no me afilié a Podemos”.

Isabel Díaz Ayuso, en su despacho de la Puerta del Sol, desde el que sí puede trabajar.
Isabel Díaz Ayuso, en su despacho de la Puerta del Sol, desde el que sí puede trabajar.

A Ayuso no le ha hecho falta afiliarse a Podemos para mejorar su estilo de vida. Ahora vive en un lujoso apartamento de la cadena de hoteles de Kike Sarasola, el empresario que ha ofrecido a Madrid varios de sus establecimientos para atender a pacientes y sanitarios durante la pandemia del coronavirus. Durante este tiempo, la Comunidad ha ocultado la localización y el coste de este alojamiento que Díaz Ayuso empezó a ocupar tras infectarse por coronavirus, con la excusa de estar en cuarentena.

Pero Díaz Ayuso se curó, y siguió ofreciendo entrevistas desde esa localización. La supuesta protección de su pareja, se cayó también. La Comunidad entonces alegó que se había montado un dispositivo en la habitación para que la presidenta pudiera teletrabajar y que tenía mejor conexión. La excusa logística era llamativa, porque Díaz Ayuso sí realizaba las conferencias de presidentes desde su despacho en el Palacio de Correos y choca que la sede del Gobierno madrileño, en plena Puerta del Sol, tenga una conexión deficiente a internet.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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El baile de excusas no tiene sentido cuando la explicación es más sencilla. Aunque su webcam mostrase un reducido cubículo, Ayuso tiene a su disposición 88 metros cuadrados, casi el doble que en su apartamento. Tiene unas vistas espectaculares repartidas en dos terrazas, un comedor con cocina integrada y una habitación con vestidor, su sueño de candidata que debería ser la excusa perfecta para defenderse. Porque a nadie nos importa dónde vive o deja de vivir, pero sí quién se lo paga, porque la Comunidad de Madrid asegura que no sale de las arcas públicas. Y eso solo deja dos opciones: o los 6.000 euros al mes salen del bolsillo del empresario hotelero,  lo que incumpliría varios códigos éticos y rozaría algún que otro delito; o Ayuso lo paga con su sueldo mejorado, que todo el mundo tiene derecho a prosperar, aquí o en Galapagar.