Reducir la jornada laboral por debajo de las 40 horas semanales se ha convertido en uno de los temas de la política en los últimos meses. La medida, impulsada por Yolanda Díaz y Sumar, se ha convertido en una propuesta clave para cerrar el acuerdo de Gobierno entre los socios.

Una cuestión que es "esencial" para los magentas y que en el PSOE toman con cautela. "Es indudable que las negociaciones sobre el tiempo del trabajo van a estar muy presentes en los próximos años, pero está claro que la prioridad para la próxima legislatura tiene que ser acabar con el desempleo, esa lacra que arrastramos desde hace décadas y pone a España en una posición anómala respecto al resto de países europeos y lograr el pleno empleo efectivo (8%). Tenemos 21 millones de personas trabajando y está aflorando la economía sumergida", indicaba la vicepresidenta del Gobierno, Nadia Calviño.

En contraposición, Sumar plantea una ley para establecer una jornada laboral máxima de 37,5 horas semanales en 2024 y reducirla progresivamente hasta fijarla en 32 horas, con diálogo social y sin merma en el salario. La vicepresidenta ha argumentado que esta medida es clave para "aumentar la productividad", frente a la "vergüenza" que supone tener "la misma jornada laboral en los últimos 100 años". "El tiempo de trabajo es vital para la gente, para vivir mejor, para poder ser más felices", ha afirmado este fin de semana en un acto en Valencia Yolanda Díaz.

Pacto con empresas y poner en valor el tiempo

Aún quedan claroscuros por matizar en la aplicación de esta medida. En materia económica, el exministro de Industria, Turismo y Comercio, Miguel Sebastián, pone el acento en cómo aplicar la reducción de la jornada laboral a la práctica. “No puede hacerse por decreto, se tiene que pactar con las empresas y trabajadores, nunca generalizado”, sostiene en conversaciones con ElPlural.

Si se hace de forma pactada, aumentará la productividad porque la gente ganará un día y, los otros cuatro días, serán más productivos. El día restante será para ocio, formación o descanso. También habrá ahorro energético por desplazamientos, que quitan muchos atascos, además de que se mejora el consumo energético de los que van a trabajar. También la aparición de nuevos bienes y servicios de ocio”, explica el economista. Pero, ¿dónde situar las contras? Sebastián explica que, en términos generales, los mismos sectores que rehusaron del teletrabajo. “El sector de la restauración, que es muy potente, vive de la presencialidad”, subraya.

El principal freno que existe aún para materializar esta medida son las diferencias de fondo entre sectores. El economista, a modo de ejemplo, resalta el caso de la educación: “Tiene que funcionar cinco días a la semana, como poco. En el sector educativo no sería de aplicación”, añade.

Hay ciertos aspectos que ya abordó el economista Joan Sanchis en una entrevista con este periódico hace un año atrás, cuando el proyecto comenzó a ponerse sobre la mesa tras su prolongado debate en el ámbito social y político. “Se trata de buscar medidas de innovación organizativa, que es la más efectiva y barata, es decir, cambiar la forma en la que hacemos las cosas. Para desarrollarlas, hace falta formación y predisposición, estrategias empresariales que no estén solo focalizadas en los costes, que miren más a largo plazo”, señaló.

No obstante, Sanchis enfatizó en cómo gestionamos el tiempo y la conciliación, principal clave de llevar a la práctica la jornada laboral de cuatro días. “Nuestra calidad de vida está muy vinculada al tiempo. El derecho al tiempo tomará relevancia en los próximos años, porque sin tiempo no puedes hacer nada: no puedes ejercer tus derechos democráticos, sin tiempo no se puede desarrollar una vida familiar sin condiciones, no se puede hacer prácticamente nada. La gente es consciente de que ha surgido una nueva precariedad: la falta de tiempo”, subrayó el economista.

Pese a que es primordial contar con todas las valoraciones posibles para abordar el debate con todo lujo de detalles, la voz de empresarios y trabajadores debe ser la cantante en el mismo. El economista, asesor de empresas, Carpóforo Fernández, por un lado, y a grandes rasgos, como trabajador de una empresa privada, valora que el llevar a cabo esta medida, en ciertos sectores como el sanitario u hostelero -como han señalado los expertos- podría resultar “demoledora para la calidad del servicio”: “Pensemos en la atención sanitaria. Si establecemos estas jornadas tendríamos que incrementar la plantilla, imposible por falta de médicos e incrementaría el gasto en personal sanitario en una situación actual de infrafinanciación”. Como puntos positivos, sí que ensalza la dedicación a “gestiones personales” al contar con más tiempo libre y ganar, a la par, más calidad de vida sin tener que “emplear un tiempo considerable en acceder al puesto de trabajo”, en señal de los desplazamientos desde el hogar hasta el punto laboral.

De hecho, señala que en su empresa se trabajan en la actualidad 4,5 días a la semana con un total de 36 horas semanales, incluidos periodos de descanso.

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El ejemplo francés y proyectos piloto en España

Posturas y estrategia de negociación aparte, lo cierto es que la reducción de jornada lleva años instalada en el debate público. En Francia se aplicó hace más de 20 años. La idea era el reparto del trabajo y la teoría es que se crearían muchos empleos. Se llegó a hablar de dos millones, pero el servicio de estadísticas del ministerio de Trabajo lo cifró en 350.000 empleos. Además, resaltaban que los costes salariales han aumentado lo mismo que la media de la zona euro. Grandes empresas llegaron a deslocalizar en Lisboa y Oporto decenas de miles de puestos de trabajo.

También se produjo un desbarajuste entre trabajadores. Los cuadros y las profesiones liberales siguieron trabajando jornadas mucho más largas y acabaron por transformarse en 10 días de vacaciones extra. Por otro lado, empleos menos cualificados como el de cajero de supermercado no ganaron días extra de vacaciones sino mañanas de días laborables, cuando hay pocos clientes. Es decir, ganaron esas horas libres en el tiempo que mejor le venía a la empresa.

Tampoco tiene efectos 100% positivos. Aunque hay más pros que contras, la semana pasada se hacía público el resultado de un estudio piloto que se realizó hace unos meses en Valencia. Se hizo coincidir cuatro días festivos los lunes para conocer los efectos que tenía en la sociedad y la economía.

Los trabajadores que han participado en este proyecto piloto han visto reducidos “los niveles de estrés y mejores sensaciones con respecto al cansancio, la felicidad, el estado de ánimo y la satisfacción personal”, a la par que “la conciliación y el equilibrio entre la vida laboral, personal y familiar”, extendiendo así el tiempo dedicado a familiares y seres queridos.

Concretamente, el 34,9% de los encuestados ha tenido menos estrés durante la duración de la jornada de cuatro días laborables, una diferencia del 30% con los que no participaron. Las mejoras en la salud mental y física también han sido notables, ya que cerca del 65% han señalado que han tenido mejor conciliación del sueño.

Salud mental, descanso personal o emplear el tiempo extra en otras actividades de ocio son algunos de los puntos que destaca el documento oficial del proyecto; a la contra, el aumento del consumo de tabaco o alcohol también manchan levemente el plan piloto. No obstante, y desgranando punto por punto cada unas de las conclusiones que se han derivado de su aplicación, son más los pros que los contras.

También en ámbitos de consumo la cosa cambia. El sector comercial ha sido uno de los grandes afectados en clave menos positiva. Según el informe, se ha producido un 20% menos de ventas en los pequeños comercios en el periodo de aplicación de la reducción de la jornada laboral. Una medida que, en este ámbito, ha generado importantes pérdidas en materia económica, incluso el 11,7% de los encuestados lo califican como la peor parte de la experiencia. Por contra, sube el ocio en lugares como cines.

En paralelo, el sector sociosanitario también ha visto cómo se ha agravado el problema de saturación “en los servicios de urgencias médicas debido al cierre de los centros de atención primaria” durante este periodo.

Uno de los aspectos que más debate ha generado en torno a la aplicación de la jornada reducida es el aumento tanto de tabaco como de alcohol. Debido a que ambos se entienden dentro de un marco social, su consumo se ha visto incrementado por aquellas personas que han contado con más tiempo libre. En ambos casos, quienes ya lo consumían previamente, han sufrido un aumento del mismo durante este tiempo.