En Marzo, la pandemia global azotó con rapidez a todas las economías desarrolladas, truncando la marcha de la economía y mandando al planeta a una recesión global que no se veía desde los tiempos de la guerra mundial. La expectativa de una recesión intensa pero breve abrió pronto las puertas a una recuperación en forma de V, que llevaría a un fuerte crecimiento durante el tercer y cuarto trimestre. La expectativa de una gestión rápida de la crisis del coronavirus planteaba un escenario de control de la epidemia para el verano, permitiendo reabrir negocios, dinamizar mercados e impulsar la economía desde nuevas bases. Desde esta perspectiva, la política económica de choque estaba bien definida: otorgar liquidez a las empresas, proteger el empleo y fomentar la reactivación una vez pasado el bache -o socavón- inicial.

Así, todo el discurso vinculado a la política económica giraba hacia la reconstrucción, la reactivación o la recuperación. Hemos tratado de establecer unas bases para la puesta en marcha de una etapa de transformación de las economías europeas, apoyadas en los recursos movilizados en el marco de la iniciativa Next Generation Europe, dirigidas a la transición ecológica y digital, la cohesión social y la mejora de la competitividad. La política económica europea se ha basado, durante los últimos meses, en encontrar la manera de hacer una salida controlada de los mecanismos de apoyo inmediato -liquidez, apoyo al sector sanitario, protección de empleos- para comenzar cuanto antes las tareas de reconstrucción y estímulo

A nivel global, las condiciones no han sido muy diferentes: la narrativa de la política económica avanzaba hacia la recuperación verde, con influyentes espacios de opinión, como el Foro Económico Mundial, sugiriendo que la pandemia del Coronavirus era básicamente un “Gran Reset” que permitiría reiniciar nuestras economías y nuestras sociedades sobre nuevos fundamentos más sostenibles e inclusivos. En definitiva, la política económica ha dicho “supongamos que tenemos el virus controlado”. Pero la realidad nos dice que no es así.

Sin duda, los esfuerzos de reconstrucción de la economía avanzan en la dirección necesaria: reorientar la economía sobre nuevas bases implica efectivamente actuar sobre las infraestructuras energéticas, los medios de transporte y la digitalización de las empresas para lograr un sistema más sostenible y productivo.

El problema no surge con la dirección, sino con el ritmo y la intensidad: a estas alturas, es evidente que la crisis del coronavirus no está ni de lejos resuelta y amenaza con volver a tumbar las expectativas de reactivación. Tras un comienzo esperanzador del tercer trimestre, lo que empezaron siendo rebrotes en agosto y es ya una segunda oleada del virus nos hace pensar que todavía estamos muy lejos de superar la crisis sanitaria, y por lo tanto la economía volverá a resentirse, y es probable que veamos un cuarto trimestre con malas cifras de crecimiento, situación que además se amplifica por el efecto en las expectativas de consumidores e inversores, en plena fase de animal spirits.

En otras palabras, es bastante probable que haya que mantener durante bastante más tiempo las medidas de choque previstas en la primavera, e incluso tengamos que amplificarlas. No hacerlo llevará consigo un peor ritmo de recuperación económica y alargará el plazo de recuperación hasta bien entrada la década. Si no se actúa de nuevo con intensidad, los problemas de liquidez terminarán siendo de solvencia, los ERTE se transformarán en ERE y la solidez del sistema financiero se resentirá.

En definitiva, puede que el debate sobre la reconstrucción esté siendo prematura. Puede que no hayamos salido todavía del bache económico y que las medidas de apoyo mantenidas sigan siendo necesarias durante unos trimestres más. Conviene tener esa situación en cuenta en la elaboración de los futuros Presupuestos Generales del Estado, pero también en las orientaciones de la política económica europea, que no puede basarse en el erróneo principio de que la crisis sanitaria está bajo control cuanto no lo está. Dado que es probable que no lo esté hasta finales de 2021, no podemos descartar nuevos rebrotes y nuevas oleadas una vez hayamos pasado esta segunda.

Diseñar la reconstrucción de nuestras economías sobre nuevos fundamentos es importante y sin duda tendremos que aplicarnos en la ejecución de los fondos europeos y en la puesta en marcha de las nuevas reformas, pero no debemos llamarnos a engaño: la hemorragia del coronavirus no está taponada, y tendremos todavía que prestar atención a los efectos sociales y económicos más inmediatos: destrucción de tejido productivo, pérdidas de empleo, empeoramiento de balances, y deterioro de los ecosistemas económicos de los barrios y ciudades.

Es por lo tanto una prioridad volver la vista a los instrumentos de apoyo que necesitamos en el muy corto plazo para ajustarlos y, probablemente, intensificarlos, antes que olvidarse de ellos y ponerse a pensar en una reconstrucción que, con los datos en la mano, todavía le queda tiempo para llegar.