Cuando salgamos de la crisis del coronavirus -que saldremos, aunque no sabemos cómo y en qué condiciones- las economías avanzadas tendrán que estimar si estamos realmente ante una nueva normal o si, como si de un paréntesis prolongado, nos encontraremos con una estructura económica similar -aunque deteriorada- a la que teníamos antes del comienzo de la pandemia. Se multiplican por doquier los análisis y las prescripciones sobre cómo debería ser el mundo después del virus: la digitalización, el crecimiento verde, los nuevos pactos sociales, el gran reset, son conceptos que se están manejando para entusiasmo de los optimistas y descreimiento de los cínicos.

Puede que el mundo no vuelva a ser el que era, y puede, también, que su parecido con el mundo previo a la Covid-19 sea asombroso. Las tendencias que emerjan de esta crisis tardarán tiempo en madurar y es bastante posible que se implementen en nuestra economía sin grandes manifestaciones, sino con un cambio que sólo se podrá examinar pasados los años y con cierta perspectiva. Igual que nadie se acostó en un estado social y se despertó en la revolución conservadora de los años ochenta, sólo la historia podrá evaluar acertadamente hasta qué punto la transición digital y la transición ecológica supusieron un punto de inflexión en la historia económica de la Unión Europea, si es que se materializan de verdad.

El Mecanismo de Recuperación y Resiliencia de la Unión Europea ha apostado claramente con las dos, con reservas de inversiones en ambos campos, de al menos un 37% en el caso de la lucha contra el cambio climático, y de al menos un 20% en materia de digitalización. En otras palabras, el Green deal se presenta como la palanca clave de la nueva economía. Son buenas noticias, aunque cabe destacar que la cifra invertida en transición ecológica -247 mil millones- y las cifras previstas por la Comisión para el conjunto del Green Deal -contando el presupuesto de la Unión y el mecanismo Invest-EU- añaden otros 500.000 millones, siendo la cifra total prevista para inversiones “verdes” alrededor de 750.000 mil millones en siete años, lo cual representa alrededor del 25% de las inversiones necesarias en ese período, según estimaciones de Naciones Unidas, para lograr la neutralidad climática en 2050. En otras palabras, los estados miembros deben también hacer su parte.

El sector privado también se está movilizando en esta dirección, con nuevas iniciativas dirigidas a potenciar la economía verde. La Comisión Europea determinó en junio de este año sus definiciones sobre el concepto de finanzas sostenibles, en un intento de precisar y delimitar el concepto para evitar malentendidos y malas prácticas. Los datos apuntan a un notable incremento de la inversión bajo criterios ambientales, sociales y de buen gobierno, aunque todavía existe un notable espacio para la mejora en estos ámbitos, tanto en términos de la cantidad invertida como en la calidad de los criterios aplicables para considerar sostenible una inversión.

Con todo, no debemos llevarnos a engaño: el desarrollo sostenible y su hermano pequeño, el crecimiento verde, no son el paraíso en la tierra. La lucha contra el cambio climático no garantiza, en absoluto, que viviremos en una cornucopia sostenible de economía circular, donde los problemas económicos y sociales desaparecerán. Seguirá habiendo impactos negativos en términos sociales y ambientales, seguiremos teniendo un alto grado de desigualdad y seguiremos asistiendo, de manera periódica, a escándalos económicos y riesgos de crisis financieras. Los costes de la transición todavía no están claramente definidos, y es muy probable que nos encontremos con grandes resistencias de aquellos que puedan salir en peor situación si no invertimos adecuadamente en una transición justa.

Los problemas de largo plazo de la humanidad no desaparecerán de la noche a la mañana: puede que logremos mitigar algunos, quizá lo suficiente para evitar el colapso climático, pero no lograremos el cielo en la tierra, por mucho de invirtamos el sentido y el capitalismo se convierta en un modelo más sostenible social y ambientalmente, aprovechando la digitalización y la transición ecológica como motores de cambio.

¿Significa esto que debemos abandonar el esfuerzo? Ni mucho menos: pero lo peor que podemos hacer es, de una manera ingenua o cínica, establecer expectativas desmesuradas en el cambio de modelo económico. Los defensores para maximizar su atractivo frente a la opinión pública. Los cínicos para apresurarse a mostrar su fracaso al primer contratiempo. Ambas posiciones son intencionadas, y ambas posiciones son dañinas.

No sabemos que nuevas tecnologías nos deparará el futuro, ni podemos predecir la evolución de las preferencias de consumidores y votantes. El green deal europeo supone una palanca de cambio que debemos aprovechar, pero no deberíamos hacernos demasiadas ilusiones sobre su alcance. Aun maximizando su impacto, quedarán muchas cosas por hacer, debatir y ajustar. Los partidarios de este cambio deberíamos asimilarlo desde hoy mismo, sabiendo que el paso puede ser necesario, pero probablemente no será suficiente.