"La maldición de la eterna juventud”, ese es el nombre que recibe un estudio realizado por la Juventud de España y Oxfam Intermón, y que refleja que los jóvenes españoles experimentan la mayor precariedad, inestabilidad e incertidumbre de los últimos 60 años. Es más, el mismo documento pone de relieve que una de cada tres personas de entre 16 y 29 años se encuentra en riesgo de pobreza y/o exclusión social.

Los salarios insuficientes para el coste actual de vida o la remota posibilidad de acceder una vivienda son las realidades y preocupaciones más extendidas entre los jóvenes españoles. Sara, una Community Manager y madrileña de 28 años, explica: “Incluso teniendo un contrato fijo, veo imposible comprarme una casa o independizarme sola en un piso de alquiler. Tendría que irme con mi pareja o compartir piso con gente desconocida, porque un alquiler para mí sola supondría el 80% de mi sueldo”. Carlos, cocinero de 25 años, reivindica: “Nos llaman frívolos, por viajar y comer en algún restaurante ocasionalmente, pero realmente lo que ocurre es que hemos reordenado nuestras prioridades, ya que nos resulta imposible tener lo que tenían nuestros padres a nuestra edad; una casa, un coche, o, incluso, hijos”.

Si algo tienen claro los jóvenes es que sus proyectos vitales están paralizados y que llevan mucho tiempo asumiendo malas condiciones laborales. “En tiempos difíciles la gente es más propensa a permitir que se le explote, con tal de poder llenar la nevera y pagar el alquiler. Se aceptan condiciones precarias porque, si no eres tú, otro lo va a hacer e incluso por menos dinero. Por eso los sueldos son tan bajos pese a que las facturas y el coste de la vida aumenta cada mes”, señala Adrián a sus 28 años. Lo mismo piensa Berta, una joven de 28 años que se encuentra opositando para poder ser profesora: “Nos hemos acostumbrado a una falsa sensación de bienestar, en la que nos vale simplemente con tener trabajo. Mi padre solo tuvo que ahorrar un año para poder comprarse una casa”.

Andrea, de 26 años, es leonesa y residente en Madrid, pues como muchos otros jóvenes, se ha visto obligada a ir a una gran ciudad buscando una oportunidad. “Somos una generación que ha crecido entre crisis y pocas oportunidades. A pesar de ser una de las más formadas académicamente, cada vez nos cuesta más acceder al mundo laboral por la exigencia de una experiencia que no se nos permite adquirir. Y cuando conseguimos un contrato, nos encontramos con salarios bajos con los que apenas se puede llegar a fin de mes y una inflación que hace que todo cueste más dinero. Llevamos años atrapados en un círculo vicioso que no nos permite prosperar”, señala. Una opinión que comparte con María, autónoma de 28 años, que es muy clara: “Lo noto en mi entorno. A mi prima de 44 años le costó mucho menos comprarse una casa, conseguir un buen trabajo y formar una familia que a mi hermana de 35. Todo ello teniendo los mismos estudios y contando las dos con el apoyo de su pareja”.

Muchos hablan de la dificultad a la hora de romper el llamado “techo del becariado”, pues no es inusual tener que empalmar cuatro o cinco becas en empresas distintas, unas becas que no siempre son pagadas. Por ejemplo, Natalia estudió ciencias ambientales y a sus 28 años es becaria en el sector farmacéutico. “Terminé la carrera justo en 2020, coincidiendo con la pandemia, así que trabajar de lo mío se volvió imposible. Al final acabé trabajando en una tienda para poder independizarme, en una casa de 30 m2 de Carabanchel y al pagar el alquiler me quedaban para mí 200 euros al mes”. “Ahora mismo he conseguido un puesto en una empresa farmacéutica, en la que trabajo 35 horas a la semana de lunes a viernes y me pagan al mes 300 euros brutos, ya que me dicen que estoy en un contrato de formación, pero realmente les quito carga de trabajo. Gracias a que tengo pareja puedo pagar el alquiler que ahora compartimos, pero llevamos dos años sin irnos de vacaciones”, sentencia.

Los padres no son ajenos a la situación de sus hijos. Victoria, administrativa de 59 años y madre de dos hijas de 28 y 26 años, indica: “En mi época encontrábamos trabajo más fácilmente y teníamos la posibilidad de mejorar nuestro salario más rápido. Ahora los jóvenes están bien preparados y los salarios no son nada acordes. Se utilizan a becarios para puestos de formación y responsabilidad y no se les paga”. En cuanto a la vivienda, explica que “cuando a nosotros nos tocaba, hubo un boom de facilidades en los bancos para adquirir viviendas, algo que hoy en día no existe. Es prácticamente imposible juntar los ahorros necesarios actualmente para dar la entrada de una casa. Los que nacimos en los años sesenta definitivamente tuvimos mejores condiciones, tanto laborales como para acceder a la vivienda”.

Algunos, como Fernando, con 27 años y un puesto en recursos humanos, temen que el día que consigan la estabilidad económica suficiente para empezar a construir un proyecto de vida de manera autónoma, ya no sean jóvenes.

Este panorama tan desalentador, además, empieza a impactar en la salud mental de los jóvenes. Más de la mitad de los jóvenes españoles (56,4%) considera que ha sufrido algún problema de salud mental en el último año, si bien casi la mitad de ellos (49%) no pidió ayuda profesional, precisamente por motivos económicos (aseguraron un 37,3%), estos son los datos del “Barómetro Juvenil. Salud y Bienestar” de Fundación Mutua Madrileña y Fundación FAD. Unas cifras que cuadran con el testimonio de Marcelino, psicólogo particular y que asegura que en su consulta ve “las dificultades que tienen que afrontar algunos jóvenes para abrirse camino”.

Tener vocación se convierte en un lastre

“Al ser actriz, estoy acostumbrada a convivir con la precariedad y con la intermitencia”, señala Ana, sevillana de 38 años. “Después de la crisis de 2008, encontrar un sueldo de mil euros ha sido la panacea para todo el mundo. Pero encima, en el sector artístico, lidiamos con la falta de respeto a nuestro trabajo, pues no se nos ve ni como una profesión real. Como si por gustarnos lo que hacemos, no se nos tuviera que pagar”, apostilla con hartazgo. En la misma situación se encuentra Lalo, interiorista de Cantabria de 32 años, que también dice con resignación: “Estoy pensando en mudarme a Londres, ya que allí se valora mucho mejor mi trabajo económicamente hablando. No hay color”.

Incluso las profesiones más respetadas, como las relacionadas con la medicina, llevan años de capa caída. Así lo denunciaban en octubre de este año los representantes de los médicos jóvenes de España, que avisaban de que “el incumplimiento de derechos laborales y la precariedad provocará una fuga masiva de cerebros”, ya que en Europa se ofrecen mejores condiciones laborales a los profesionales de la Medicina.

Varios son los economistas que llevan años avisando de los peligros de la precariedad en los salarios y de la inestabilidad de los contratos de los jóvenes. Gracias a medidadas como la reforma laboral y la subida del salario mínimo esta situación empieza a corregirse, pero estos mecanismos aún no resultan suficientes para que los jóvenes puedan permitirse comprar un inmueble en el que vivir o formar una familia.