El 26,4% de españoles encuentra incómodo hablar de cuánto tiene ahorrado en el banco, y al 23,3% le resulta muy complicado negociar una subida de sueldo, según una encuesta realizada por Revoult y Dynata en el último trimestre de este año. “Qué ordinario hablar de dinero”, esta bien podría ser una frase indicada en una invitación de boda junto al número de cuenta: todo el mundo sabe que hay que pagar, pero nadie quiere decir cuánto.

Tras más de 30 años siendo responsable de auditoría en una entidad bancaria, Pedro, jubilado de 66 años lo tiene claro. “Casi nadie dice lo que gana”, asegura, antes de añadir, “no queremos que se sepa y nos parece indiscreto, pero también hay mucha parte de envidias”. Por su parte, María, crítica de ficción con 30 años, va más allá y piensa en la herencia recibida, pues “es algo que ha pasado de generación en generación, nos viene dado. Nos han enseñado desde bien pequeños a aparentar. Si es que hasta el simple hecho de llevar un determinado tipo de ropa crea estereotipos”.

En estas fechas tan señaladas, de celebraciones, juguetes y mesas llenas de comidas y adornos, también habrá comparaciones de los menús que se han servido en cada casa, así como de los regalos que ha recibido cada niño. De hecho, ese es un aspecto en la cultura española a la hora de hablar de dinero, ya que, como dice Iván, ejecutivo de cuentas de 33 de años “a los españoles nos encanta juzgar y tendemos a la comparación”. Algo con lo que Sara, consultora creativa de 30 años, está de acuerdo: “En mi empresa nos han pedido que si nos suben el salario no lo comentemos con nadie, para evitar comparaciones y mal ambiente”.  

En este sentido, cabe tener en cuenta que las sociedades individualistas fomentan la competitividad y las envidias, motivos que pueden llevarnos a proteger nuestros bolsillos y a ser recelosos con nuestra cuenta bancaria. Una idea con la que coincide Sergio, filósofo de 40 años, “ha calado la idea de que valemos tanto como ganamos y nos da miedo admitir lo que cobramos por si refleja que valemos menos de lo que en realidad nos merecemos”.

Los jóvenes, más dispuestos a hablar

Ha compaginado sus estudios con trabajos de camarera y dependienta, ahora, a sus 28 años, Adriana es muy directa. “A mí siempre me ha dado vergüenza hablar de dinero porque siendo realistas, nunca lo he tenido. El dinero aportado en mi casa ha sido por parte únicamente de mi padre, pues mi madre falleció cuando yo tenía diez años, y él se hizo cargo de mí y de mi hermana. Por eso traer dinero a mi casa siempre ha supuesto muchísimo esfuerzo y me he tenido que perder cenas o fiestas, ya que, si me dejan dinero, la situación me genera aún más estrés, incluso he tenido que ir al psicólogo por este tema. Ahora lo hablo para desahogarme”.

De hecho, la precariedad de los jóvenes se ha convertido en un punto de inflexión sobre el tabú social que existe respecto al dinero. Al hablar con Laura, organizadora de eventos musicales de 57 años, y su hija Daniela, especialista en marketing de 26 años, se puede observar que las cosas han cambiado con el paso de las generaciones. Mientras, Laura dice que nunca ha comentado su sueldo a sus amigas, “ni siquiera a las más cercanas, ellas han estado dispuestas a ayudarme en alguna mala racha, pero no saben lo que cobro, ni yo lo que cobran ellas”; Daniela, su hija, aclara: “Pues yo hablo con mis amigas de eso con mucha naturalidad. Quizás porque somos más jóvenes y tenemos asumido que nuestro salario no es el más boyante. No tenemos miedo a compararnos, sino a que nuestras condiciones no mejoren. Nos apoyamos entre nosotras porque todas lo tenemos difícil”.

Si en algo coinciden todos los preguntados es que el tema de las finanzas es muy íntimo y personal. No obstante, parece que los más jóvenes van perdiendo la vergüenza a la hora de hablar de sus posibilidades económicas, de igual manera que van perdiendo el miedo a pedir aumentos. Cuando la necesidad aprieta, el sonrojo queda a un lado.