No sabemos, a ciencia cierta, cómo nos va a afectar la guerra en Ucrania. Sabemos que el precio del petróleo se ha disparado, que el precio del gas y del trigo también -Ucrania y Rusia son grandes productores- y esta combinación -subida de precios del petróleo y escasez de grano- puede suponer una crisis alimentaria en los países en vías de desarrollo. También sabemos que algunos materiales como el Kriptón, esenciales para el desarrollo tecnológico, se van a ver sometidos a un importante grado de carencia. En definitiva, tenemos una idea mas o menos precisa de una serie de recursos básicos -energía, alimentos, materias primas- que están sufriendo una importante subida amplificada por los movimientos en los mercados.

En términos financieros y comerciales, sabemos que los bloqueos al uso del SWIFT y el bloqueo de las reservas internacionales del Banco Central de Rusia han provocado el derrumbe del rublo y paralizando su economía, situación que se ha acrecentado con la retirada de inversiones estratégicas por parte de numerosas empresas. La paralización del comercio internacional con Rusia está impactando negativamente en numerosas empresas para las que el mercado ruso era importante: España vendía alrededor de 4000 millones de euros en el mercado ruso, de los que dependían 8000 puestos de trabajo directos. Las inversiones españolas en el país cuentan alrededor de 825 millones de euros. No son grandes cifras en nuestro caso, ya que Rusia ni siquiera está entre los 20 primeros compradores. El problema no es tanto el efecto que puede tener sobre nuestra economía que es relativamente menor, sino los efectos que se pueden trasladar desde los principales socios comerciales y los principales importadores de energía rusa a través del mercado único europeo. Adicionalmente, Rusia podría impagar su deuda externa denominada en dólares, algo que también podría causar perjuicios

El segundo nivel de problemática es el geoestratégico. Si China sostiene la economía rusa mientras esta se resiste a las sanciones, estamos dando pasos de gigante en la desintegración de los mercados financieros y del orden económico internacional. Las consecuencias pueden ser amplias y supondría una nueva fase en el proceso de globalización. Y es, respondiendo a los criterios geoestratégicos y geopolíticos, donde nos podemos encontrar una respuesta europea más decidida: una politica industrial mas activa para garantizar la autonomía estratégica, una política de rentas para evitar la escalada inflacionaria mientras dure la subida de precios, y una política fiscal que comprenderá mejor lainversión en material militar en una Europa, de nuevo, en situación de riesgo de guerra, como el anuncio realizado por el gobierno alemán de invertir 100.000 millones de euros en un rearme apresurado.

Los efectos sobre el crecimiento económico de este nuevo escenario se desconocen todavía. El riesgo seguramente será a la baja, aunque quien tiene ahora un verdadero problema encima de la mesa son los bancos centrales: con una economía amenazada por la guerra, y con estos altos precios, será difícil que aceleren hacia una política monetaria restrictiva, que podría hundir a la Unión Europea en una recesión si las cosas se dan muy mal.

Estamos por lo tanto en una situación de grandes incertidumbres, para la que no hay precedentes claros: afortunadamente, no hay ni un solo ministro de economía de la eurozona que haya vivido con anterioridad una situación de economía guerra como la que estamos comenzando a vivir, y aunque se están avanzando ya algunas reflexiones interesantes, no hay manual de política económica para esta situación: el futuro de la economía, como pasa también con la pandemia del COVID, depende hoy más de la evolución de los acontecimientos geopolíticos que de la propia dinámica de mercado. La situación es de una gran incertidumbre, sin lugar a dudas. Decía Isiah Berlin que a veces la historia avanza a ciegas, sin planes preconcebidos, y que quizá sea bueno reconocer que no tenemos ni idea de cómo va a terminar todo esto.

Sin embargo esta incertibumbre, sí podríamos señalar el riesgo de que el uno de los perdedores de esta crisis de seguridad sea la transición ecológica y social, que corre el peligro de desaparecer de la agenda política con rapidez. Lo que no consiguió la pandemia -bien al contrario, la aceleró y puso en primera línea- puede ser conseguido ahora por la crisis militar y de seguridad. No sabemos lo que puede ocurrir, pero pase lo que pase, cuando termine -y seguimos aquí para contarlo- la crisis climática habrá seguido su curso y probablemente tendremos que acelerar la transición. No deja de ser paradójico que si la Unión Europea hubiera sido más ambiciosa en el despliegue de energías renovables, hoy sería menos dependiente del gas ruso y estaría en mejor posición para jugar su papel geopolítico en el mundo. Se podrían acelerar ahora las inversiones para lograr esa autonomía estratégica, o se podría aparcar el objetivo por las urgencias del momento. De lo que hagamos en las próximas semanas, o incluso los próximos días, dependerá nuestro futuro.