Hace justo ahora un año escribía en estas páginas un artículo titulado ¿Cuándo vendrá la próxima recesión económica? Con mi habitual cautela me atrevía a apuntar que sería en mayo de 2020 siempre de acuerdo con las opiniones de los expertos apoyadas en el comportamiento de la curva de tipos de Estados Unidos que se estaba invirtiendo y, por tanto, daba más rentabilidad a corto plazo que a largo. Este indicador había sido sucesivamente válido para adelantar procesos de destrucción de riqueza.

El coronavirus ha hecho realidad esta predicción, aunque estemos en un escenario que nada tiene que ver con el que apuntaban los especialistas y que yo recogía en el citado artículo. La situación actual tampoco muestra ningún parecido con lo que hasta ahora hemos conocido. Estamos en un escenario completamente nuevo como la evidencia que los mercados financieros de acciones no encuentren ningún límite en su caída. Lo esperado es tremendamente malo y cualquier previsión de lo que van a ganar las compañías es puro papel mojado. Los analistas rompen sus estudios más recientes porque son humo ante una situación de confinamiento de la población que nunca habíamos vivido y que afecta a todos los sectores de la economía. La parálisis, a fin de cuentas.

Ahora mismo, mientras este lunes, el Ibex 35 de la Bolsa española se deja otro 12% de valor y acumula una caída en el año (vamos, en las últimas tres semanas) del 39% se escuchan voces sobre la conveniencia de cerrar la Bolsa. Simplemente, recordar que en el nefasto 2008 de la crisis financiera este indicador cayó el 36,5% para ver la gravedad de lo que está ocurriendo. Cerrar la Bolsa siempre ha sido una pésima idea por un claro motivo: impediría convertir las acciones en dinero al igual que los fondos de inversión que tienen activos de renta variable o los mixtos. Ni siquiera se podrían valorar como conocimos cuando los atentados de las Torres Gemelas en Nueva York. La falta de liquidez es, en teoría, lo peor que le puede pasar a un mercado, mucho más malo que caigan sus precios.

Sin embargo, nos encontramos en una situación tan excepcional que pese a todos los inconvenientes de cerrar las Bolsas, ésta no sería una propuesta descabellada. Vivimos una crisis nueva y es posible tomar por vez primera decisiones. Y este ejemplo de la clausura del mercado de acciones es un paradigma para el resto de facetas de la realidad política y económica.

A escala europea sería conveniente, tal vez, una Comisión que estuviera al mando de controlar la pandemia y también de aunar esfuerzos para encontrar vacunas y remedios en una Europa que aún se jacta de ser uno de los cerebros del mundo. En cuanto a España no sería descartable un Gobierno de concentración que buscase las mentes más brillantes y eficaces para esta situación de emergencia sin hacer distinciones ideológicas. Sumar a todos aquellos que puedan aportar algo y dejar a un lado las críticas innecesarias que solo prolongan el problema. Y qué decir de una colaboración por fin leal y eficaz de todas las Comunidades Autónomas que forman el Estado.

En el mundo de la economía también se exige imaginación y nuevas propuestas. Hoy el Gobierno presentará un paquete de medidas, pero esas medidas deberían ser originales y estar a la altura del problema que nos ha creado el coronavirus. Cuanto más consensuadas estuvieran con Europa y con todas las fuerzas políticas y sociales, más efectivas serían.

A lo mejor es el momento de aplicar una renta básica para los trabajadores de los sectores más afectados como el turismo y la hostelería, por ejemplo. Suspender los pagos a la Seguridad Social de autónomos y de empresas en situación delicada hasta ver su impacto. Ligar el pago de impuestos al mantenimiento del empleo. Ofrecer un suplemento salarial a los trabajadores de la sanidad…. En fin, medidas nuevas e inexploradas para una situación nunca vista. Porque la bajada de tipos de interés, ya vemos que lo único que provoca, de momento, es aún más miedo.