Vivimos tiempos de agoreros. Tras la durísima crisis financiera y económica iniciada en 2007, vuelven a sonar las voces de economistas prestigiosos que apuntan a una nueva desaceleración de las economías mundiales. A fin de cuentas no se trata más que la vieja historia bíblica de los periodos de vacas gordas y flacas.

En la situación actual se mezclan factores propios. Los problemas comerciales iniciados por Donald Trump y sus aranceles a la industria foránea, las elevadísimas deudas públicas que no paran de crecer y crecer, y el cambio del modelo económico con la irrupción de las nuevas tecnologías a una velocidad de vértigo. Son los elementos de ahora cuando anteriormente fueron la crisis del petróleo, el exceso de capacidad instalada o los excesos de los mercados emergentes.

El dato que apunta a una nueva recesión económica, es decir, que no solo no crezca sino que caiga el Producto Interior Bruto (PIB) viene de Estados Unidos que para estas cosas gustan mucho de hacer estudios históricos. Pues bien, en las últimas nueve recesiones que ha vivido esta economía se ha producido antes que los tipos de interés de corto plazo de la deuda estadounidense (un mes) han sido superiores a los de diez años.

Este fenómeno se conoce como la inversión de la curva de tipo de interés y siempre que esto ha sucedido terminó en una recesión en el todavía gigante económico mundial. El contagio al resto del mundo ha estado casi siempre garantizado y más ahora con la globalización de las economías.

El pasado viernes el bono de Estados Unidos a plazo de un mes ofrecía una rentabilidad del 2,474%, superior al 2,467% que rentaba el bono a diez años. Esto no es lo normal en los mercados de bonos. Es fácil comprender que aquello de más corto plazo tiene menos riesgo (pueden pasar menos cosas) y se retribuye con una rentabilidad menor, frente a los plazos más largos que implican mayores riesgos y, sobre todo, compromisos a más tiempo.

Con el dato del viernes han saltado las señales de alarma sobre si la economía estadounidense entrará en una nueva recesión en los próximos meses, a sabiendas de que desde 1957 se ha cumplido esta premisa: curva de tipos invertida es igual a caída del PIB.  Además del mencionado 1957, la recesión se produjo también en 1960, 1969, 1973, 1980, 1981, 1990, 2001 y 2007.

Por término medio estos periodos de decrecimiento de la economía que arrastran como principal problema la caída del empleo y la destrucción de riqueza no se prolongaron por periodos superiores al año. Entonces se tiraba de la política monetaria, básicamente bajando los tipos de interés, y la economía volvía a recibir dinero barato solucionándose el problema. Las recesiones más largas en el tiempo fueron las de 1973 que se prolongó hasta 1975 y la más reciente de 2007 que duró hasta junio de 2009.

Pero la inversión de la curva de tipos y la caída del PIB no se produce de forma instantánea. De media entre que se produzca este fenómeno de tipos cortos más elevados que los de largo plazo y la caída de la economía, transcurrieron 14 meses.  O sea, podemos esperar que la economía de Estados Unidos entre en recesión en mayo de 2020, aunque en este sentido, en las situaciones pasadas los periodos han sido más largos o cortos.

Lo que realmente preocupa ahora a esas voces expertas que ven la llegada de otra recesión económica es cómo combatirla. Antes, como hemos indicado, se tiraba de la política monetaria y se bajaban los tipos de interés para animar las economías. Estados Unidos tiene algo de margen para llevar a cabo esta práctica. En Europa el tema se complica ya que el Banco Central Europeo (BCE) sigue con los tipos al cero por ciento, mientras los bonos a corto plazo ofrecen rentabilidad negativa. El caso más llamativo es el de Alemania. Hay que comprar un bono a 15 años para conseguir rentabilidad y solo del 0,229%. Desde el mes hasta ese periodo todo está en negativo, es decir, se pierde dinero por comprar el famoso bund alemán.