9 de Marzo de 2020, la irrupción de casos incontrolados de infecciones y muertes por coronavirus pone al país en alarma. La Comunidad de Madrid decreta el cierre de los colegios. Cinco días después, el gobierno de la Nación establece el estado de alarma y obliga al cierre de numerosos sectores económicos, intentando frenar el avance de la enfermedad. Otros países europeos hacen lo mismo en fechas similares. La sorpresa con la que nos coge la pandemia hace que en las medidas a tomar prime el principio de prudencia. No había mucho más que hacer en ese momento: o se frenaba en seco la economía y las interacciones sociales, o los resultados sanitarios serían catastróficos. Aún más catastróficos.

Han pasado dos meses desde ese momento y comenzamos a conocer más de la dinámica de la pandemia. Sabemos por ejemplo que en España sólo el 5% de la población tiene anticuerpos, lo cual significa que estamos lejos de la inmunidad de grupo. Sabemos que haber pasado la enfermedad no inmuniza automáticamente y que personas que la han pasado han recaído. Sabemos que la mortalidad es mucho mayor en las personas mayores, pero que aparecen extraños casos en niños pequeños que se están estudiando. Tenemos una estimación sobre el tiempo que tardaremos en tener una vacuna, probablemente más de un año y medio en el caso más optimista.

También conocemos el impacto económico de este (de este, insisto) parón: para España, más del 9% PIB, y una tasa de paro que se disparará hasta el 20%. Sabemos ya que el impacto económico afecta más a la población más vulnerable. Los trabajadores de los servicios personales, la hostelería y el comercio son los que más han sufrido el impacto. También sabemos que las mujeres son las que están experimentando el impacto de la conciliación y el cuidado de los niños que no van al colegio, en un país donde el 18% de las familias no tiene un ordenador en casa para que puedan seguir las clases, en colegios en los que, salvo honrosas excepciones, no había ningún programa para convertir la enseñanza presencial en enseñanza online. No tenemos cifras estimadas de incremento de pobreza pero intuitivamente suponemos que la pobreza se podría incrementar en varios puntos.

Bien, este es el mapa, más o menos detallado, de la situación en la que España comienza a abrirse al mundo otra vez. Hoy sabemos más del virus y de su impacto sanitario, y sabemos más de sus efectos económicos y de su impacto social. Quizá haya llegado el momento de afinar más el tiro. La actuación brutal, basada en la fuerza, del coma inducido en la economía, debe dejar paso a un análisis más fino, en el que las decisiones de brochazo comiencen a ceder ante las decisiones de bisturí.

Hoy sabemos que la desescalada y el establecimiento de un nuevo marco socioeconómico resiliente al virus requiere de un análisis más adecuado de las posibilidades de actuación. En el portal del Centro para la Investigación de la Política Económica, probablemente el portal con mejor información económica sobre el Covid-19, profesores de la escuela de economía de Tolouse han establecido un marco de política económica tendente a minimizar el coste económico de la política antipandemia, diferenciando entre sectores que requieren apoyo público, restricciones, gestión directa o libertad de mercado. Es una aproximación que, adaptada a la realidad de cada país, bien podría suponer un plan de recuperación compatible con los cuidados médicos.

No es el único avance que merece consideración. En un paper paper recién publicado, el afamado economista Daron Acemoglu propone un marco de confinamiento alternativo al cierre general, focalizando las restricciones únicamente en los sectores poblacionales más afectados por el virus. De acuerdo con el mismo, los resultados sanitarios y económicos serían mucho mejores que un confinamiento generalizado.

Sin duda, la comisión de desescalada y recuperación tiene mucho trabajo: tiene que afinar mucho, evitando la brocha gorda, examinando la relación coste-beneficio de cada una de las medidas -¿cuánto costaría abrir el turismo con medidas de mitigación? ¿cuál es el coste alternativo de no abrir? -, valorando la evidencia de políticas alternativas puestas en marcha en otros países -¿qué se ha hecho en Alemania o Portugal que podamos aprender aquí? ¿es aplicable? -, deliberando seriamente sobre el significado ético de decisiones donde todas las respuestas son malas y que a nadie le gustaría tomar - ¿Y si no hubiera más remedio que elegir entre la seguridad de las personas más vulnerables al virus y la seguridad de las personas más vulnerables a la pobreza? - y comunicando sus decisiones de una manera transparente, pedagógica y clara a una población cansada, abatida y poco acostumbrada a decisiones tan difíciles.

Como ciudadano, quien escribe estas líneas le desea el mayor de los éxitos a la comisión y al gobierno en esta nueva etapa. No será fácil afinar y requerirá de mucho análisis, paciencia y concentración, en un contexto de ruido y furia como el que estamos viviendo. Lo único que no es aceptable es mantener una política de brocha gorda por falta de análisis, capacidad, medios o voluntad. Eso sí sería un gravísimo, imperdonable error que esperemos no ocurra.