La semana pasada, el Instituto Nacional de Estadística ofrecía dos estadísticas que nos servían para tener una visión panorámica del año 2021: por un lado, la Encuesta de Población Activa señalaba que, a finales de 2021, España sobrepasó los 20 millones de ocupados, cifra que no se veía en nuestro país desde antes de la crisis financiera internacional. En total, en 2021 se crearon 840.000 empleos, de los cuales más de 700.000 fueron empleos en el sector privado, certificando así la recuperación de la crisis del covid en el mercado laboral. La tasa de paro se situaba por debajo de la de diciembre de 2019, y tenemos que retrotraernos a 2008 para ver una tasa de desempleo menor. Las cifras, verdaderamente espectaculares, deben examinarse despacio para identificar algunas debilidades: la temporalidad vuelve a crecer, así como el empleo a tiempo parcial. El desempleo juvenil sigue siendo anormalmente alto, y las horas trabajadas en el cuatro trimestre de 2021 fueron un 3% menores que las trabajadas en el mismo período de 2019.

Estos datos significan que el mercado laboral español creó más empleo del esperado, pues tanto la Comisión Europea como el FMI apostaban por un desempleo por encima del 15% para 2021, cuando finalmente ha caído hasta el 13,3%. Esta diferencia, sin duda, tendrá un reflejo en los datos de desigualdad y pobreza: al mismo tiempo que se generaba empleo, el número de familias sin ningún tipo de ingresos caía, en el trimestre, en más de 100.000 hogares. Lamentablemente, tendremos que esperar a 2023 para tener datos fehacientes de la Encuesta de Condiciones de Vida para examinar el impacto en la pobreza monetaria. Pero en cualquier caso, los resultados no pueden sino ser considerados como muy positivos.

El otro indicador relevante que se presentó fue el PIB del cuarto trimestre: la economía española creció un 2%, en línea con lo esperado, y señalando que el PIB creció, en el conjunto del año, un 5%. Una cifra alejada de las previsiones de inicio de año (que se situaban por encima del 6%), pero que muestra un dinamismo que parece, en principio, prolongarse a lo largo de 2022, donde se espera un crecimiento algo mayor por el efecto de los fondos europeos.

El tercer dato que complementa estos dos es la recaudación fiscal, que ha crecido, en 2021, un 15%, y que se sitúa por encima de 2019, el año que deberíamos utilizar de referencia. Estos datos implican que el déficit público será menor del inicialmente estimado, de manera que la senda de consolidación fiscal será más suave en los próximos años.

Todos estos datos nos llevan a una palabra: perplejidad. El año ha mostrado unos resultados que configuran un escenario que sólo se parece lejanamente a las previsiones realizadas al inicio del año, algo a lo que tenemos que sumar la evolución de los precios, pues nadie -o muy poca gente- pensaba que la inflación iba a terminar por encima del 5%. En definitiva, un extraño año en el que las herramientas habituales de previsión y análisis han mostrado, como una brújula en una zona con un campo magnético, cierta incapacidad para orientar. El propio INE ha realizado una observación sobre su estimación del PIB que hace que hasta dentro de unos meses o quizá incluso 2023, no tengamos una cifra definitiva del crecimiento de 2021, posiblemente con un alza del PIB. Recordemos que fue una revisión a posteriori la que confirmó que el PIB creció en 2010, cuando inicialmente se había estimado que España seguía en recesión.

¿Significa esto que los métodos de medición de los indicadores económicos han dejado de tener sentido? En absoluto, pero si cabe hacer dos comentarios. En primer lugar, que los indicadores pensados para analizar la economía no estaban preparados para la montaña rusa que ha supuesto el período de la pandemia y la recuperación. Demasiadas incertidumbres y demasiados vaivenes. En segundo lugar que el análisis de la evolución de una economía necesita hoy de un set de indicadores que van más allá del propio PIB, y para los cuales, afortunadamente, tenemos cada vez más herramientas, tales como datos de tiempo real, el recurso a los macrodatos, o diferentes indicadores de sentimiento económico.

Cuenta el saber popular que los economistas nacieron para dejar bien a los meteorólogos. Sin embargo, decía Niels Bohr que predecir es una tarea ardua, y más difícil si se refiere al futuro. Lo que es una realidad para la más dura de las ciencias, la física, no deja de serlo para una disciplina como la economía. Tendremos que evaluar y analizar muy detalladamente no sólo los datos de estos dos años, sino también evaluar cómo y de qué manera las previsiones que desarrolla la economía se pueden adaptar a tiempos tan convulsos y tan diferentes como los que vivimos.