¿Alguna vez te has preguntado qué se siente al mirar dentro de la mente de un criminal? El true crime nos lleva por ese camino oscuro, ofreciendo una mirada sin filtros a los misterios más sombríos de la realidad. Es como si nos convirtiéramos en detectives desde el sofá, intentando resolver casos que a veces parecen sacados de una película. Y es que este género, con su mezcla de misterio y realidad, ha conquistado a audiencias de todo el mundo, convirtiéndose en una obsesión para muchos. De hecho, este género es ya la segunda opción preferida de los espectadores únicamente por detrás de la comedia, según los datos del estudio TGI Global Quick View de Kantar, realizado sobre usuarios de vídeo en más de 35 mercados de todo el mundo. De esta manera, El Caso Asunta, El caso Alcàsser, Making a Murderer, ¿Dónde está Marta?, El Cuerpo en llamas o Nevenka (por mencionar algunos ejemplos) se han convertido en cintas imprescindibles para los fanáticos de la pequeña pantalla.
Sin embargo, esta sed de conocimiento no está libre de controversias. La representación detallada y, a veces, sensacionalista de crímenes reales ha generado un debate ético sobre los límites del entretenimiento. Y es que, pese al auge evidente de este tipo de ficciones, no hay que olvidar que detrás de cada historia hay una vida real afectada. Así, las acusaciones de morbosidad excesiva y falta de respeto hacia las víctimas y sus familias han puesto en entredicho la integridad del género.
Un exceso de sensacionalismo y morbosidad de este género que vuelve a estar de debate después de que Patricia Ramírez, madre del niño Gabriel Cruz, asesinado por la expareja de su padre, Ana Julia Quezada, en febrero del año 2018, haya vuelto a alzar su voz para declarar la guerra a estas producciones audiovisuales. “Desde el principio no hemos querido protagonismo con esto, hemos rechazado todo tipo de ofertas que se nos han hecho y hemos manifestado continuamente que no queríamos participar de hacer ni documentales ni series con la muerte de Gabriel”, subrayaba Ramírez en un vídeo difundido en redes sociales en el que pedía el apoyo popular para evitar que se consuman este tipo de proyectos. “Desde el principio no hemos querido protagonismo con esto, hemos rechazado todo tipo de ofertas que se nos han hecho y hemos manifestado continuamente que no queríamos participar de hacer ni documentales ni series con la muerte de Gabriel”, continuaba denunciando.
“Os ruego que nos ayudéis una vez más porque solos este viaje no podemos […] Lo que se nos avecina va a ser difícil de soportar”, sentenciaba. En este sentido, cabe recordar que la madre de Gabriel Cruz ya realizó una campaña mediante una recogida de firmas para solicitar al Congreso que pusiera en marcha una ley que prohibiera “utilizar y beneficiarse” de la imagen de su hijo en medios digitales, páginas web o redes sociales como reclamo.
El mensaje de Patricia, la madre del pequeño Gabriel Cruz, en el que convoca una concentración contra las producciones audiovisuales de quienes "se están intentando lucrar con su muerte": "No queremos participar ni en documentales ni en series" https://t.co/5NtyDJzNbT pic.twitter.com/kcvAA1jpNH
— Europa Press (@europapress) May 7, 2024
Los factores psicológicos que explican esta fascinación
Pero, polémicas al margen, ¿qué es lo que provoca que este tipo de producciones estén sufriendo esta proliferación? Pues bien, como en prácticamente todo, esta fascinación no proviene únicamente de un hecho, sino que es un cúmulo de diferentes motivaciones. “Las razones por las que una persona puede consumir el true crime son tan diversas como las personas. Podríamos hablar de una fascinación por el crimen, por conocer detalles de casos pasados que fueron mediáticos y a los que difícilmente podríamos tener acceso sin estos documentales. También podríamos hablar de una recomendación de un amigo o familiar, que en el pasado nos ha recomendado otras series y documentales que ahora nos gustan y apasionan y “damos la oportunidad” al true crime. Nos puede mover esa curiosidad por saber cómo se desarrolló la investigación o la expectación de obtener respuestas que solo el/los culpable/s puede darnos”, explica a ElPlural.com Edgar Artacho Mata, psicólogo forense. “La variabilidad de motivos es muy grande, tanto que resulta casi imposible -e incluso erróneo- incidir y centrarnos en unos pocos de ellos”, insiste.
“A las personas nos inquieta lo desconocido y lo amenazante. Algunas personas encuentran una falsa sensación de control y de seguridad exponiéndose a información detallada de todo aquello aterrador y extraño”, apunta, por su parte, Mireia Cabero, profesora colaboradora de los Estudios de Psicología y Ciencia de la Educación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) en un reciente reportaje de Núria Bigas Formatjé que se titula ‘Engancharse al true crime afecta a la salud mental’.
Por otra parte, pese a que el consumo de este género ha aumentado exponencialmente en todo el planeta, esta fascinación es especialmente pronunciado en lo que respecta a la cuota de audiencia femenina. Así, en España, según un estudio, cerca del 80% del público del true crime es femenino. “En general, la investigación, estadounidense e inglesa en su mayoría por lo que no podemos asegurar que los resultados se repliquen con población española, señala que el principal motivo, aunque no único ni general, por el que consumimos este género y, particularmente las mujeres, es por una sensación de miedo que les pueda ocurrir y saber escapar de esas situaciones, pudiendo detectar indicadores que las pongan en peligro”, subraya Edgar Artacho Mata. “Los hombres, por su parte, pese a poder compartir esta motivación parecen ser más proclives a dar una variabilidad más amplia de razones y motivos”, contrapone.
“Las mujeres nos sentimos fácilmente más identificadas con los crímenes. La violencia de género nos ha hecho sentir más vulnerables y susceptibles de ser agredidas. Así que por identificación nos sentimos más llamadas a estar alerta de este tipo de información”, destaca Elena Neira, profesora colaboradora de los Estudios de Ciencia de la Información y de la Comunicación de la UOC.

El true crime como método de aprendizaje
Pero, ¿puede el true crime también ser una forma de aprendizaje sobre la naturaleza humana y la psicología del crimen, más que una simple fascinación por el morbo? De nuevo, pese a que cada persona es un mundo y cada uno tiene sus razones, cada vez hay más investigaciones que abogan por esta teoría. “Desde diferentes teorías se plantea que el acceso a esta especie de documentales nos permite acercarnos, de manera controlada y sin consecuencias negativas o aversivas más allá del malestar que nos cause el propio documental, serie o libro, a una realidad muchas veces desconocida por la gente, a casos mediáticos de los que todo nuestro alrededor ha opinado alguna vez y a tener cierta sensación de control de lo que pasa”, explica Edgar Artacho Mata. “En última instancia, la incertidumbre puede generar mucho malestar y tener conocimiento sobre escenas terroríficas o bizarras pude ayudarnos a rebajar estos niveles de malestar y ganar sensación de control”, añade el experto.
“Las mujeres nos sentimos fácilmente más identificadas con los crímenes. La violencia de género nos ha hecho sentir más vulnerables y susceptibles de ser agredidas. Así que por identificación nos sentimos más llamadas a estar alerta de este tipo de información”, apostilla Mireia Cabero, profesora colaboradora de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC.
Los límites y las fronteras éticas del true crime
Asimismo, volviendo a las reclamaciones de las víctimas, otro aspecto sobre el que merece la pena detenerse y analizar es si deberían trazarse límites -y dónde deberían de ubicarse- en el true crime. “Sin ninguna duda. De hecho, en una investigación australiana en 2022, el equipo de Grahan y Stevenson con una muestra de 1200 oyentes de podcast, señalan que la percepción de la ética por quienes hacen los podcasts de true crime es el factor al que los oyentes dan más importancia. Es decir, los propios consumidores de esta clase de podcast señalan la importancia de la ética en cómo esta información se traslada al espectador”, empieza aclarando Edgar Artacho Mata.
“La afectación sobre las víctimas de estas series puede ser muy grave y muy revictimizante, y tanto la sociedad, como los medios de comunicación (plataformas audiovisuales incluidas) así como las instituciones, debemos ser conscientes de este daño que podemos estar ocasionando en víctimas, a las que no solo impedimos que vivan su vida con normalidad después de los hechos sino que las privamos de algo vital, como es el anonimato y las convertimos en una especie de personajes públicos de los que, encima, opinamos”, incide el psicólogo forense. “Recientemente, la Sala Civil del Tribunal Supremo, en una sentencia, indica que no todo vale en relación a la libertad de información. Brevemente, la sentencia pondera el derecho al honor del culpable y la propia imagen del condenado por un delito cometido en el año 1984 y la libertad de información del periódico. El true crime no solo puede generar problemáticas en las víctimas sino también en el derecho, recordemos que constitucional, de reinserción que todo agresor y condenado tiene, por cruel y macabro que sea el delito que ha cometido”, añade.
“Lo previo no significa que deba prohibirse el true crime sino que haya una ética, unos valores y unas intenciones detrás, que sea consciente del daño que pueda ocasionar y que, como sociedad, entendamos todo lo anterior”, resume.
El papel de las redes sociales en el auge del true crime
Por otra parte, Artacho Mata también llama la atención sobre el influyente papel que han tenido -y continúan teniendo- las redes sociales en todo este auge del true crime. “El papel de las redes sociales tampoco puede ignorarse. Estar en grandes comunidades y plataformas como Twitter (ahora X), Instagram o TikTok y ver toda tu timeline llena de recomendaciones y mensajes acerca documentales y lo geniales que son y lo mucho que han gustado, generan también esa atracción y ese deseo de querer ver más”, señala.
“Por supuesto, no todos los true crime son iguales. Ya no en referencia al delito que cuentan (agresión sexual, asesinato serial o asesinato en masa, atentados, etc.) sino también relación al enfoque que se le da. Una serie basada en hechos reales, expertos ajenos al caso hablando sobre ello o los propios protagonistas dando cara y voz a los hechos son algunas de las tipologías que existen. Por ello, el análisis psicológico que pueda hacerse no solo va a depender del espectador y consumidor de este género, y sus preferencias individuales, sino también del género concreto que se esté escuchando o consumiendo”, sentencia.
El true crime y la atracción por el mal
Por último, la fascinación por el true crime no solo se limita a la comprensión de los crímenes desde una perspectiva externa, sino que también puede despertar un interés más profundo y complejo en las figuras de los criminales. Esta atracción, aunque controvertida, es un fenómeno que ha sido observado y estudiado por psicólogos y criminólogos. Algunas personas sienten una curiosidad que trasciende el mero interés por los detalles del caso; se sienten atraídas por la personalidad y las acciones de quienes han transgredido las normas de la sociedad de manera tan extrema.
“La hibristofilia se define como un tipo de parafilia (atracción sexual considerada fuera de lo ‘normal’, ‘común’ o ‘esperable’) en la que la persona puede generar cierta atracción sexual por delincuentes y criminales varios. Lo hemos visto en España, el verano pasado, con el caso de Daniel Sancho y los diferentes mensajes en redes sociales. Desde luego, esta atracción no es en absoluto un fenómeno nuevo y es un tema en el que se lleva investigando décadas”, explica Artacho Mata.
“La atracción, en general, tiene diferentes razones y explicaciones. Dependerá, en primer lugar, del tipo de atracción de la que estemos hablando […] Pero la atracción puede abarcar otras áreas ajenas a la sexual, como lo puede ser la cognitiva, donde esa atracción puede confundirse con admiración o con curiosidad de querer entender las razones que han llevado a la persona a cometer esos actos. En cualquier caso, existe cierto consenso en que el “miedo controlado” es un factor de relevancia que nos ayuda a explicar esta fascinación general”, sentencia el experto.
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