‘ADVERTENCIA: Las siguientes imágenes pueden herir la sensibilidad del espectador’. ¿Alguien ha leído este aviso en los cientos de imágenes que corren por las redes sociales o que se muestran en televisión a diario sobre las miles de muertes que están ocasionando los bombardeos israelíes en Gaza? Es muy probable que la respuesta sea un no.

No es necesario seleccionar una cadena concreta. En cualquier programa informativo al que se acuda en estos días, -especialmente desde el pasado 7 de octubre, cuando se recrudeció el conflicto entre Israel y Hamás- se muestran, nada más arrancar, las duras imágenes que llegan desde la Franja de Gaza que, en la mayoría de las ocasiones, aparecen sin censura alguna. Sangre, gente herida de gravedad en hospitales, otras personas muertas en plena calle o niños, desesperados y desorientados, buscando a sus familiares, son ejemplo de estos contenidos.

Una situación que se extrapola, con aún mayor claridad, a redes sociales como X -antes conocida como Twitter-, Instagram o TikTok, donde los vídeos que llegan desde los canales y fuentes de Oriente Próximo son aún más crudos. Tampoco hace falta entrar a un perfil determinado: únicamente accediendo al time line ya aparecen, sin buscarlo, esta clase de contenidos de carácter violento y delicado, bien motivados por el algoritmo de las búsquedas propias o por las novedades que, frecuentemente, se cuelan en las preferencias de los usuarios debido a su alto consumo.

Cuentas como ‘Palestina Hoy’ son canales de difusión en redes en los que se muestran las peores realidades del día a día en la Franja de Gaza. En este punto entra en juego la doble vara de medir: Por el lado positivo, el hecho de que imágenes de tal dureza lleguen hasta todos los rincones del mundo es una buena señal del alcance que tienen estas plataformas para hacer reflexionar y, como se ha visto en estos días, llegar a movilizar a millones de ciudadanos para pedir un alto al fuego y el fin de la masacre. En la otra cara de la moneda, la facilidad con la que estos contenidos se deslizan a golpe de clic y, en cuestión de horas, minutos, o incluso segundos, pasan a un segundo plano para la atención de quien los ve.

Los usuarios, ¿en piloto automático?

¿Dónde ha quedado la sensibilidad para el público? ¿Y la empatía por el dolor ajeno ante la pérdida de un ser querido y todo lo que se podía llamar un hogar? El escenario que aquí se presenta es complejo: hoy en día, prácticamente nadie es indiferente al impacto e influencia de la conexión en red por lo que, directa o indirectamente, el ser testigos de imágenes tan crueles como las que acontecen en una guerra, por desgracia y ampliando la vista a otros acontecimientos recientes, no genera un impacto emocional o reflexivo que incite, de manera activa, a la movilización que haga cambiar las cosas.

La realidad se describe así misma: cuando un hecho pierde novedad, carece de poder. “Desgraciadamente, nos hemos acostumbrado a ver imágenes terroríficas. Llega un momento en el que, no es que te insensibilices, es que lo ves de otra manera”, señala Fátima Martínez, experta en redes sociales y autora de títulos como El libro de TikTok: La guía imprescindible para emprendedores, profesionales y empresas en conversaciones con ElPlural. “La gente quiere ver todo lo que pueda. Esto nos duele, pero nos hemos convertido en verdaderos diablos. No nos gusta, pero tenemos la necesidad de ver las imágenes, nos recreamos en ello. Un poco para seguir dándonos la razón a cada uno de lo que opinamos. Es terrible. Como seres humanos hemos caído en lo peor que podíamos caer”, añade.

Nos hemos acostumbrado a ver imágenes terroríficas

En este punto, vuelve a ponerse de relieve la ausencia de aquellas advertencias que, antaño, saltaban al primer plano de la pantalla para advertir de la sensibilidad de las imágenes. “Las redes sociales están consintiendo lo que antes no consentían. Antes, Twitter bloqueaba este tipo de vídeos y, en caso contrario, eran ellos los que te ponían que el contenido era sensible, no lo ponías tú”, subraya Martínez achacando este cambio, en parte, a influencias de corte ideológico. “Sí es verdad que el algoritmo de TikTok si detecta armas o peleas, normalmente, no bloquea los vídeos, pero sí que hace aparecer un aviso, aunque últimamente a ese algoritmo también se le está escapando mucho”, sostiene.

Entre toda la vorágine que se puede encontrar en estas plataformas, cabe sumar que, en acontecimientos de este calado como son las guerras, hay dos elementos que están teniendo aún más peso en comparación con otros hechos históricos recientes: la inteligencia artificial y las noticias falsas. Ambas, a la orden del día en las redes sociales. Por un lado, gracias al uso de programas de inteligencia artificial resulta más que sencillo hacer un montaje audiovisual y, con él, poder manipular una fotografía o vídeo real para cambiarle su sentido con una intención determinada. Pese a que esta práctica se ha convertido, en gran parte, en una forma de crear entretenimiento, en su cara B, ha conseguido ‘colarse’ en informaciones y canales de comunicación. Con este auge, ¿incentiva su difusión en redes sociales el desinterés y la desconexión de los usuarios por empatizar con la realidad de una masacre humanitaria’

¿Qué se censura y qué no?

Tan sólo hay que tener apertura de miras para darse cuenta de que los contenidos sensibles en el día a día ni son tan lejanos ni tienen por qué suceder en un escenario bélico. Pongamos un ejemplo. En el mismo periodo de tiempo en el que las redes sociales y los programas informativos trataban la preocupante situación en la Franja de Gaza, otra noticia se posicionó en primera línea en España: el caso de Álvaro Prieto.

El joven cordobés desapareció en la mañana del 12 de octubre en Sevilla, cuando, a primera hora de la mañana, se disponía a coger un tren con destino a su ciudad, pero, al quedarse sin batería en el móvil y sin billete para el viaje, se perdió su rastro por completo. Días después, se confirmaron las peores sospechas: el cadáver de Álvaro Prieto apareció entre dos vagones de un tren en marcha. La noticia saltó por los aires cuando una cámara de TVE captó el momento mientras realizaba una conexión en directo, unos instantes en los que se veía el cuerpo sin vida del joven futbolista y que, en cuestión de minutos, corrió por Twitter y otras redes sociales como la pólvora.

El 16 de octubre, se vivieron horas frenéticas en el time line de esta red social con usuarios -y algunos medios de comunicación-, por un lado, compartiendo las imágenes del cadáver sin censurar; por otro, un gran número de personas que condenaron la difusión de un contenido tan sensible en momentos de agitación mediática y confusión en el entorno cercano a Prieto.  

Llegados a este punto, la pregunta es obligada. Era necesario censurar las duras imágenes de Álvaro Prieto por respeto a la familia, pero, ¿por qué no hacer lo mismo con los palestinos que están siendo víctimas, por miles, de los bombardeos israelíes? ¿Por qué siguen retransmitiéndose vídeos de hombres, mujeres, niños y personas mayores ensangrentados, heridos en hospitales o desesperados en busca de un ser querido perdido? “Si lo hicieron por respeto a la familia -de Álvaro Prieto-, me parece bien, porque sería terrorífico. Al hablar de una guerra que te pilla lejos, es muy duro, son seres humanos, pero no es tu primo ni tu hermano, se ve con otros ojos. Si esas personas que mueren todos los días fueran de nuestra familia otro gallo cantaría”, añade al respecto la experta consultada por este periódico.

Ahora, cabe volver a preguntarse. ¿Dónde queda la sensibilidad?