Las cuestiones sociales -muchas de ellas- no son nuevas. Tampoco los problemas de la gente. Un ejemplo de ello es la especulación inmobiliaria, aspecto que relata el escritor y militante del PCE Ignacio Marín (Madrid, 1984) en su segundo libro, Nadie corre más que el plomo. En él, a través de la novela negra, critica las dificultades para acceder a un hogar a partir de la situación de una familia de pescadores de Valencia en los años 80.

El tema central del texto y la convicción del que canaliza la protesta y, por qué no decirlo, la rabia, en lo que escribe da para una conversación/debate de lo más interesante en el que se habla del individualismo y capitalismo en su máxima expresión con nombres propios como el de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. También se analiza a la izquierda más allá de las siglas como un ente que por momentos parece desvanecerse, e incluso se habla de música. Todo ello con la mirada puesta en el pasado -reciente- de la Transición y los retos que nos quedan delante. ¡Ah! y con un ojo puesto en Ferraz y la escalada de tensión de los últimos días.

PREGUNTA (P): Lo primero que llama la atención de la novela es el lugar. De Madrid a Valencia, dos reductos en los que la lucha antifascista ha sido clave. Con todo, la especulación inmobiliario -tema en el que se centra el libro- fue y es una realidad en todo el país. ¿Por qué eliges la Ciudad del Turia? ¿Cómo explicas esa especulación urbanística dentro del libro en la zona del Levante?

R: La historia de Nadie corre más que el plomo arranca precisamente donde termina la de Edificio España, en la costa valenciana, un lugar que eligen ciertos personajes para refugiarse y no es casual, ya que durante décadas el Levante ha sido el único lugar al que los madrileños se nos ha ocurrido para escapar, con el que hemos soñado, ya no para irnos de vacaciones, sino también para fantasear una nueva vida. Esto enlaza con la especulación inmobiliaria, ya que fue en esta época cuando comenzó a ponerse en marcha ese turismo de masas al que estamos, por desgracia, tan acostumbrados hoy en día. En la novela, este fenómeno es presentado con la crudeza con la que se dio y se da hoy en día. Un poder que está por encima de la política y de la justicia, y que arrasa con los espacios naturales, la forma de vida tradicional y de las mismas personas. Novelo algo que ya fue descrito sin cortapisas en las páginas de los periódicos y que llega hasta nuestros días. En la Comunitat Valenciana, además, son bien conscientes de ellos y sufrirán secuelas durante décadas por aquella voracidad desmedida.

P: El título (Nadie corre más que el plomo) tampoco es casual, entiendo…

R: El título hace referencia a una frase que pronuncia uno de los protagonistas. Transmite la crudeza de la situación que les ha tocado vivir: un poblado de pescadores que vive bajo la amenaza de la constructora que quiere echarles para construir esas torres de apartamentos que por desgracia tanto abundan en nuestras cosas. Su modo de vida, sus trabajos, sus recuerdos… todo va a ser arrasado por ese progreso que solo hace progresar a los mismos y que es capaz de todo para cumplir con sus objetivos.

Pero la novela se iba a llamar en un principio “La Polseguera”, que en valenciano significa “La Polvareda”. Es un fenómeno natural, con tintes mágicos, en el que los vecinos confían que les salvará de esa amenaza especulativa. Combinar en una misma historia la fuerza de un capitalismo salvaje y la fuerza de lo sobrenatural me parece muy interesante y original.

P: La novela transcurre en un pueblo pesquero, durante la Transición. ¿Cuántas historias hay sin contar de una época que a veces parece que sólo ocurrió en Madrid, no? Pasa un poco, si se me permite el símil, como con la música, que parece que la Movida madrileña tapó el rock radical vasco y otros movimientos.

R: Tu símil con la Movida madrileña es bastante oportuno. La periodista Patricia Godes la definió como "la juerga universitaria mejor documentada de la historia" y lo fue, ya desde mi opinión, por dos motivos que son recurrentes en todo lo que genera interés en nuestro país. Motivos que son ausencias: ausencia de motivación política y ausencia de sensibilidades periféricas. Es decir, lo madrileño, el centralismo, es más universal y más inteligible porque no acarrea una sensibilidad regional, y si la hubo se ha diluido por las distintas oleadas de migración, a las que pertenezco, por cierto. Y, por otro lado, el fenómeno de la Movida no tenía un componente reivindicativo, eran en buena parte chavales de familias acomodadas. No es un concepto alejado al que vende Ayuso con lo de que "Madrid tiene el mejor estilo de vida del mundo". Siempre y cuando tengas dinero, claro, vivas despreocupado y no te metas en política porque no tengas nada por lo que protestar más allá de que te cierran los bares durante la pandemia. Por eso es más amable la figura de Alaska, que hablaba de fiestas, que la de Rosendo Mercado, que trataba temas sociales muy complejos. Y ni hablar si ahondamos en el rock radical vasco, como bien dices, y analizamos las letras desesperadas de Eskorbuto o de Kortatu.

Efectivamente, deslocalizar la Transición de los lugares habituales nos va a permitir tener una idea más rica de lo supuso este reajuste del sistema. En la Comunitat Valenciana se produce el despertar de una lengua proscrita, se empieza a caminar hacia el estatuto de autonomía, pero se sigue cargando con la losa de una sociedad profundamente desigual, de terratenientes y grandes empresarios, para los que la Transición iba a garantizar que continuaran gozando de sus privilegios. Y perfectamente posicionados, además, para repartirse el pastel inmobiliario que iba a llegar. De aquellos polvos, estos lodos.

"La Movida madrileña no se alejaba mucho de lo que vende Ayuso (...) Por eso es más amable la figura de Alaska que la de Rosendo"

 

P: Hablando de Madrid. Tú eres de Vallecas (de hecho, escribes en un periódico local). Me gustaría dedicar una pregunta a la situación de la Vivienda en Madrid. Este medio, ha sacado noticias relativas al Plan Vive de Isabel Díaz Ayuso, al bono del alquiler, que muchos beneficiarios siguen esperando… ¿dónde reside el problema principal en la capital, una comunidad que parece inhabitable?

R: Mi primera novela, Edificio España, planteaba ya el debate de la vivienda en la ciudad de Madrid y si me apuras en todo el país. Pensemos que el bloque de pisos, la vivienda en alturas, es abrumadora mayoría frente a las viviendas unifamiliares, con un peso muy superior al resto de Europa. Esto significa que se ha priorizado más, desde hace mucho tiempo, el hacinamiento que la calidad de vida. Se ha exprimido el beneficio construyendo en altura en lugares como Madrid que no tiene ninguna limitación geográfica. Se podría llegar a entender en un momento como los años 60, 70 y 80, en los que la ciudad tuvo que gestionar una migración que hizo duplicar la población. Pero el problema es que la tendencia ha continuado y los planteamientos urbanísticos son los mismos que hace medio siglo. Si vemos que se sigue construyendo frenéticamente sin atender al crecimiento moderado de la población, sin que importe que existan viviendas vacías que harían más accesible este derecho constitucional, comprobaremos que este sector responde únicamente al negocio. La gestión neoliberal, con elementos fanáticos como Ayuso al frente, la falta de una planificación a medida de las necesidades de los ciudadanos, y la ausencia de la más mínima regulación que aportase algo de cordura, llevan este negocio a límites insospechados. Gracias a ese individualismo exacerbado, a esa competición entre iguales, a los ciudadanos nos parece ya normal la situación y tratamos de sobrevivir en una ciudad que demuestra ser hostil cada día.

P: Dices una frase sobre la Transición: “Se nos ha vendido una farsa de consenso y paz, cuando fueron los años más represivos”. Si me permites la opinión, creo que se dio paso a la democracia de la forma que se pudo, atendiendo al momento... También mantengo, como tú, que hay mucho ocultismo que arrastramos desde entonces y puntos que como mínimo hoy cuestionamos: la figura de Juan Carlos I, la amnistía del 79 (que viene muy al caso). ¿Qué se podría haber hecho mejor y qué acierto/s apuntarías? Por destacar también la parte menos crítica.

R: El Estado siempre ha reaccionado de manera virulenta cuando se ha puesto en duda el poder establecido. Todo el siglo XX fue un ejercicio para que ese poder continuara intacto, y la Transición, por supuesto, no iba a ser una excepción. La Corona, la Iglesia y los poderes económicos son intocables, cualquier amenaza es atacada por todos los medios posibles. Ahí está el caso de Podemos, que fue perseguido de manera judicial y mediática con causas que se demostraron después que eran todas falsas. ¿Y qué es lo más radical que pedían? ¿Un banco o una energética pública? Imaginemos qué hubiera pasado si la amenaza hubiese sido real.

Por otro lado, sufrimos hoy en día una serie de mantras que proceden de la Transición y que a su vez se heredaron de la Dictadura. Desde el de que la Guerra Civil fue un conflicto entre hermanos, pasando por el de que Franco convenció a Hitler de no invadir a España hasta el de que Juan Carlos I detuvo el 23F. La información que desmonta todas estas mentiras está ahí, pero no queremos asumirlas porque nos han educado así, no es nuestra culpa. España se ha convertido en una fábrica de equidistantes, de apáticos hacia los problemas que nos rodean. Y lo somos por el peso de la mochila que llevamos arrastrando demasiado tiempo. El problema no es la Transición, es su producto, el Régimen del 78.

Por supuesto que muchos trabajaron con buena voluntad y que se dieron avances, pero el desarrollo de la Democracia está aún pendiente. No es posible que se nos venda que un día nos acostásemos franquistas y nos levantáramos demócratas. Aquí no se purgó el sistema judicial ni el policial. El sistema autonómico está por desarrollar. Al Senado le falta, precisamente, llevar el peso de la representación autonómica. Nunca se decidió entre Monarquía y República porque, según Adolfo Suárez y está grabado, “perdía la Monarquía”. Se criminalizó estudiar y reparar el tremendo genocidio político que se llevó a cabo al acabar la guerra y ya solo se analiza desde el extranjero, habiendo aportado más los jueces y académicos argentinos que nosotros. Y ni hablar de la guerra sucia que se hizo durante décadas por parte del Gobierno, en buena parte del PSOE. En definitiva, la Transición está a medio hacer, pero conviene así, no vayamos a encontrar fango en los cimientos sobre los que está construido este país.

Sufrimos una serie de mantras que proceden de dictadura y Transición, desde que la Guerra Civil fue un conflicto entre hermanos hasta que Juan Carlos I detuvo el 23F

P: Siempre es positivo que la gente critique en base al escenario actual, ¿no? Me explico, seguramente la gente de izquierdas de nuestra generación se echa las manos a la cabeza cuando ve ciertas cosas de la izquierda de la época de nuestros padres. Felipe González es un ejemplo claro de ello. ¿En qué más aspectos notas tú que pasa esto? (feminismo, salud mental, ecologismo…)

R: Sin duda, los derechos y la dignidad de la mujer es la gran deuda de las últimas décadas, para los que, por suerte, estamos avanzando mucho en estos años y seguiremos avanzando si no lo evitan los reaccionarios que vemos tan activos estos días. Es muy difícil desembarazarse de tantos años de esa pesada mochila de catolicismo y machismo absolutamente estructural. Y no olvidemos que los avances sociales en materia de feminismo, que provocan la norma y no al revés, son fruto exclusivo de la organización y la lucha de las mujeres, y no patrimonio de determinadas siglas.

En cuanto a otros aspectos, está claro que la sociedad avanza y tiene reivindicaciones, totalmente lícitas, que no existían. Pero sí que envidio del pasado la reivindicación estrictamente materialista de los partidos de clase. Es decir, los partidos de izquierda pedían trabajo, vivienda, artículos de primera necesidad asequibles, sanidad y educación públicas y de calidad. Esto debería seguir siendo la absoluta prioridad. Si no, las clases trabajadoras pierden a sus referentes políticos, repudiándolos como izquierda bobó (del francés bourgeois bohème, burgués bohemio), que se pierde en reivindicaciones postmaterialistas y provocan esa desmovilización de la izquierda que tanto sufrimos hoy en día.

Seguiremos avanzando si no lo evitan los reaccionarios que vemos tan activos estos días

P: Como militante del PCE, ¿qué le ha pasado o está pasando a la izquierda de este país, sobre todo a los partidos a la izquierda del PSOE? ¿Se ha ido desinflando el globo con el que se asaltaron los cielos? ¿La irrupción de Sumar ha dificultado las cosas?

R: Yo soy militante de base, me interesa mi barrio y sus problemas, e ignoro los conflictos políticos que se están produciendo a nivel estatal. Mi opinión es que existe una lucha de egos, una guerra por poltronas que poco va a beneficiar a la clase trabajadora. Creo que la situación actual está muy relacionada con lo que comentaba en la pregunta anterior sobre las reivindicaciones postmaterialistas y esa izquierda bobó. El trabajador ya no tiene referentes, porque no cree que le pueda ayudar ese candidato que ve en la televisión. Se está perdiendo el contacto con la calle, con el barrio, y eso tiene un daño gravísimo, no solo para organizaciones centenarias como a la que pertenezco, sino también para la democracia. Una organización política debe tener una base, unos cimientos donde sustentarse y por supuesto respetar los procesos internos. Tengo la suerte de militar con gente con unas capacidades increíbles que podrían ser representantes políticos, pero están formando parte de la base, luchando cada día por un barrio mejor, echando de Vallecas las casas de apuestas, la incineradora de Valdemingómez, defendiendo la sanidad y la educación públicas. Porque el problema de la izquierda es que ha olvidado que la política no es exclusivamente electoral, sino que es crear poder popular en los barrios y en los pueblos. Mientras se siga produciendo esa lucha por cargos, nosotros continuaremos creando ese poder popular para amortiguar en cierta medida el descrédito de la izquierda y mantendremos esos cimientos, esa base, para cuando se recupere la coherencia y volvamos a ser una herramienta útil para la clase trabajadora.

P: A nivel personal, como escritor, ¿qué mejorías te has notado respecto de la publicación de Edificio España?

R: Esta novela me la he tomado como un desafío, un reto a nivel creativo. Quería probar a introducir la narración en primera persona por parte de dos personajes, jugar con los tiempos verbales, introducir episodios oníricos -que siempre me han fascinado-, incluir lo mágico y lo sobrenatural, ahondar en los sentimientos o hasta en la salud mental de los personajes.

Aunque el principal reto fue la concreción, algo que siempre me ha costado y creo que he conseguido. He pasado de las 363 páginas de Edificio España a las 200 de Nadie corre más que el plomo, porque quería probar a hacer una novela ágil, rápida, al estilo del autor sueco Henning Mankell, sin perder en la profundidad de la trama ni en la profusión de las descripciones, que es un rasgo que ya me caracteriza. Quería crecer y aprender, y para ello siempre hay que salir de lo habitual, escapar de lo que controlamos. Estoy orgulloso del resultado, pero el veredicto me lo tienen que dar los lectores.

P: En aquella ocasión lo tuviste más sencillo porque te inspiraste en historias de tu barrio, pero ahora la cosa se desarrolla a 400 kilómetros. No sé si tienes allí familia, has tirado de hemeroteca… ¿Qué o quiénes te han inspirado en esta ocasión?

R: Este era otro reto, sacar la trama de mi cotidianidad, para obligarme a imaginar otras realidades. Efectivamente, escribir de mi barrio y su historia me resultó sencillo, porque tenía testimonios e historias en las que basarme. Pero en este caso, me lo impuse para esforzarme y perder ese miedo a la página en blanco. Y no, nada me relaciona con esa zona, simplemente me parece un lugar interesante, con una idiosincrasia única que ha sufrido de manera especial el azote de la corrupción. He tenido que documentarme sobre esos años y aquel lugar, pero preferí crear un pueblo ficticio que me permitiera ajustarlo a lo que quería contar sin cometer inexactitudes con la realidad. Se llama Benissa de la Safor, en homenaje al genio estadounidense de la novela negra Chester Himes, que está enterrado en la localidad alicantina de Benissa. Por cierto, el punto auténticamente valenciano de la novela lo pone la artista Gem Díaz, que se ha ocupado del diseño de la portada y es precisamente de la comarca valenciana de la Safor. Ha sabido combinar con maestría el folclore y las tradiciones valencianas con la sordidez que transmite la novela negra.

P: Sé que es una pregunta muy genérica, pero, ¿por dónde pasaría la solución, aunque suene hipotética, del problema de la Vivienda?

R: Desde mi opinión, con la intervención del Estado. Por un lado, impulsando la vivienda pública. España se sitúa a la cola en parques públicos de vivienda de toda Europa, ¿cómo es posible esto? Porque ni interesa a nivel económico, ni importan las condiciones de vida de las personas. Como comentaba con anterioridad, la construcción de vivienda y su especulación llevan años siendo uno de los principales motores económicos de nuestro país. Me parece estupendo, pero el trabajador no puede estar siempre sufriendo la voracidad de unos pocos con esos precios abusivos, tienen que existir alternativas. Esas alternativas, además, vendrían muy bien para incentivar que vivamos en la denominada España vaciada. La vivienda asequible siempre es un aliciente.

Por otra parte, se han de poner límites al precio tanto de compra como de alquiler. Medidas realmente serias, porque está claro que aquello de la autorregulación del mercado no está funcionando, y no valen teorías fallidas cuando está en juego la vida de las personas. Y por supuesto, aquellas viviendas vacías que no se están utilizando ni como segunda residencia, que solo tienen el objetivo de especular, o que el banco o el fondo no consiguen vender, se deben expropiar.

P: El primer libro tuvo buena acogida: ¿Qué esperas o cómo se está desarrollando la de este segundo?

R: Mi objetivo siempre es, por un lado, que lo que escribo guste, divierta o entretenga al lector, pero también que le lleve a hacerse preguntas. El ocio es mero entretenimiento, nos evade, nos distrae, es muy necesario. Pero la cultura, además de entretenernos, nos inquiere, plantea debates, y eso para mí es fundamental. La novela negra, además, es una herramienta muy útil, gracias a ese innegable trasfondo social que la define, para denunciar esa desigualdad, esa injusticia que parecen congénitas ya en este país.

P: ¿Y ahora, qué? ¿Alguna otra historia menos conocida para un próximo libro?

R: Pues ya estoy trabajando en la tercera novela negra, que cerraría esta saga. Los personajes volverán a Vallecas, ya en plenos años 80, para enfrentarse a una de las principales lacras que hemos sufrido en este barrio, la heroína, con todas las consecuencias sociales que además trajo. Mientras, sigo trabajando como coordinador del festival de novela negra y social Vallekas Negra, que celebrará su segunda edición del 22 de enero al 4 de febrero de 2024, con el objetivo de llevar la cultura, de forma abierta y participativa, a nuestro barrio.