Del Pleno escoba a la ídem que Alberto Núñez Feijóo aspira a pasar para “limpiar” los siete – de momento; nueve, si llega a 2027 – años de sanchismo socialcomunista del ordenamiento jurídico español. El líder del Partido Popular y el presidente del Gobierno se han solapado en el último día del curso político, que se toma unas merecidas y necesarias vacaciones de verano a la espera de rebajar los decibelios y la tensión que ha atenazado a un ejercicio ensordecido por la derecha judicial, política y mediática. En paralelo, Pedro Sánchez reivindicaba la hoja de ruta - cumplida y venidera – de la coalición, resucitando las promesas de sangre y sudor para aprobar, por fin en este periodo, unos Presupuestos Generales del Estado que, aunque vuelvan a naufragar, no provocarán un corrimiento electoral pese al “catastrofismo de los cenizos de siempre”.
La política española vive instalada en un bucle espacio-temporal desde hace siete años. Cambian protagonistas quizás – algunos (Casado o Feijóo, Rivera, Iglesias…) -, mientras el principal resiste en pantalla como lo hicieron los Alcántara. Puede que incluso la comparación sea más exacta con un capítulo de El Coyote y el Correcaminos o de Tom y Jerry, si se prefiere. Cuanto más cerca está uno de los primeros del segundo, antes llega el error de éste que permite al otro liberarse y coger resuello en una persecución eterna con idéntico desenlace.
En este nuevo episodio de la serie, Sánchez ha vuelto a coger aire frente a un Feijóo al que sus inventos marca ACME le explotan en la cara. La acción transcurría entre el Palacio de La Moncloa y Génova 13. Las cámaras conectaron con el primero de los escenarios, cuando el jefe del Ejecutivo, con sorprendente puntualidad, aparecía por la sala de prensa del Complejo presidencial, libreto en mano, para desbrozar un semestre de altibajos y dolores de cabeza que ha concluido en la casilla de salida. Poco después, mientras éste loaba las bondades del revitalizado proyecto de coalición progresista, el líder de la oposición hacía lo propio ante su flamante ejecutiva nacional para arengar a las masas conservadoras a no desfallecer en el intento de forzar el adelanto electoral.
Pero en Moncloa las cosas están más que claras. No hay fuerza divina que mueva al presidente a disolver las Cortes Generales antes de la fecha prevista. Quién sabe si humana. Por ahí transcurren las esperanzas del Partido Popular, precisamente en una mano judicial que vuelque la cuna sanchista a golpe de informe de la UCO. Aunque, pese a encomendarse a la acción de la Justicia, ésta ha respondido con un severo garrotazo a modo de macroprocesamiento de toda la cúpula del ex ministro de Hacienda Cristóbal Montoro, incluyendo a actuales – o futuros - colaboradores populares, hasta completar una lista de 28 investigados en uno de los mayores escándalos de la Democracia española.
Presupuestos y apuesta social
La consigna es clara en el Gobierno y así la ha dictado Sánchez en su última intervención pública pre vacacional: “Las legislaturas duran cuatro años”. Con contundencia, despachaba las preguntas de los periodistas que interrogaban por esta posibilidad. Una vía, por cierto, ligada a unos Presupuestos Generales del Estado que duermen el sueño de los justos, con desvelos muy puntales, desde hace dos años. Es decir, media legislatura; que es precisamente la efeméride actual, a la que se ha llegado sin Cuentas Públicas, pero con 42 proyectos legislativos aprobados por la maquiavélica composición del Parlamento. Dicho de otra manera, como subrayaba desde Moncloa el propio Sánchez, un 45% de los compromisos adquiridos cumplidos. Una melodía que suena bien de puertas para dentro, aunque son conscientes de la distorsión que sufre extramuros del Palacio presidencial. De ahí, que insista en mandar mensajes de activación constante a sus tropas para no dormirse en los laureles porque “aún no se ha conseguido nada” o, en su defecto, “queda mucho trabajo por hacer”.
En esa carpeta de deberes se acumulan, entre otras cosas, el recientemente vetado decreto antiapagones o proyectos legislativos de calado como la Ley de acceso a la carrera judicial, o visto de la óptica magenta, la reducción de jornada laboral. Al margen, claro, de unos Presupuestos que, según avanzaba Sánchez, no serán su epitafio en caso de que los socios se mantengan en sus trece torpedeando el techo de gasto o enmendando a la totalidad las cuentas. Compleja la tarea que se ha propuesto el presidente, pero si quiere cumplir con su promesa de acabar la legislatura, deberá engrasar las relaciones con la mayoría de la investidura que, ahora mismo, hace a tientas malabares sobre la cuerda floja. Trabajo, trabajo y trabajo para sudar la camiseta y evitar el desangre presupuestario. Pero, en cualquier caso, mensajito no exento de malicia hacia Génova: “Cuando gobierna el PP siempre son cuatro años. Cuando gobierna el PSOE, yo no sé qué pasa, pero son cuatro minutos a vistas del Partido Popular”.
Escoba ‘atrapaSánchez’
Las clásicas reivindicaciones socioeconómicas derivaron en promesas futuras para vigorizar el escudo social ante lo que pueda pasar. Es decir, ante el más que presumible desembarco de los “heraldos del apocalipsis”. O, menos literario, de la coalición PP-Vox. Precisamente en la primera de esas patas de la alianza “reaccionaria” se posaba el foco tímidamente. Mientras Sánchez hablaba para todo el país, Feijóo lo hacía para sus tropas en un mensaje dirigido a la renovada ejecutiva nacional de su partido. Ahí, en Génova 13, el líder de la oposición ha clamado contra la homilía de Sánchez en Moncloa, asomando su animadversión por lo que a las claras no es sino un acto de rendición de cuentas – más allá de la concordancia con el contenido -.
Feijóo se ha mantenido en la línea de los últimos meses: ruido, insultos y ni rastro de proyecto de futuro. O como acostumbran a decir en Moncloa: “Fango”. Ha recorrido los clásicos mantras de su recetario; comenzando con la “debilidad” parlamentaria del Gobierno, pasando por la corrupción con “las mordidas y audios” y a la “falta de escrúpulos”, que no puede faltar en su repertorio. A su modo de ver, el PSOE ha entrado “en barrena”, lo que les ha llevado a “romper lo más básico de la democracia” que es la “confianza institucional, las libertades e igualdad de todos”, en alusión a la amnistía o a la financiación singular – rebautizado como “cupo separatista en Génova 13 -.
Esa maquinaria sanchista recibirá una “oposición a su medida”, que pasa por la enésima voladura de puentes unidireccional: “Este Gobierno no está condiciones de ser ayudado por el primer partido de España”. Ha tratado de desmarcarse de los métodos que atribuye a los socialistas, aun pululando por Génova la espesa negrura del caso Montoro. En consecuencia, el líder de la oposición se ha aventurado a prometer – como hicieran antaño sus predecesores, aunque con engaños – que será él quien pase la mopa al ordenamiento jurídico para limpiar todo resquicio de Sánchez. “No tienen escapatoria, todo se sabrá y todo se limpiará”, concluyó, con un sonoro portazo a un curso político ciclotímico para el PP.