Desafortunadamente para algunos y por suerte para muchos otros, la redonda no para. Se ha tomado un breve respiro, pero seguirá girando durante los próximos 30 días. Este viernes, 14 de junio, arranca – por fin – la Eurocopa 2024; la tercera desde la democrática ampliación de UEFA. 24 equipos llamados a luchar por la gloria europea en el segundo torneo internacional más prestigioso del mundo en la escala de selecciones. Una competición con mucho nombre propio y de gran tonelaje. La de Kylian Mbappé, la de Jude Bellingham, la del último baile de Toni Kroos y -esperemos- que sea la del encumbramiento de Lamine Yamal. Por alicientes que no sea. Cualquier clavo ardiendo al que agarrarse es bueno para borrar de la memoria el funesto Mundial de Qatar 2022.
Lejos de la soga totalitaria del petrodólar, Alemania acoge la congregación europea de los pacientes del doctor fútbol en un torneo en el que la Francia de Mbappé espera recuperar la hegemonía que le arrebató primero Suiza y un año después Argentina. Los galos tienen la vitola de favoritos, como en 2021 y en 2022, pero esto no es una ciencia exacta y enfrente tendrán la sempiterna sombra de una Inglaterra frustrada desde 1966, pero renovada con el aura inmaculada de Jude Bellingham. Nueva ensoñación de los inventores de un deporte que los trata con la insolente rebeldía de la adolescencia. En otro peldaño quedan los tetracampeones mundiales germanos, que buscan aún la tecla que resucite el tópico de que el fútbol es un juego de once contra once en el que siempre gana Alemania.
Precisamente serán los anfitriones quienes abran boca en el último baile de Toni Kroos. Su brújula guiará el destino de una Alemania dominada por Baviera y motorizada por la Aspirina que ha convertido la temporada del mismísimo Bayern de Múnich en un dolor de cabeza constante. La juventud de la estrella del Leverkusen, Florian Wirtz - oscuro objeto de deseo de la élite europea-, y de Jamal Musiala mezclan con la experiencia del propio Kroos o de los inmortales Thomas Müller y Manuel Neuer. La Mannschaft presenta su candidatura como contestatario al atribuido favoritismo francés y británico ante una Escocia que aguó el debut del actual seleccionador español, Luis de la Fuente.
¿A por la Cuarta?
Hace algo más de tres lustros, no muy lejos de tierras germanas, un grupo de violinistas bajitos comandados por un Sabio incomprendido no sólo vertebró a todo un país propenso a la trinchera, sino que elevó el fútbol a la categoría de arte. El 14 de junio, pero de 2008, la España de los 47 millones de seleccionadores se ponía la venda antes que la herida tras un inicio brillante contra Rusia (4-1) y un partido agónico contra Suecia que desatascó David Villa en el último minuto. Lo que sucedería después de esa dubitativa fase de grupos en Innsbruck (Austria) no se lo imaginaba ni el más optimista de los españoles. Cuatro años de sometimiento que empezaron con aquella delicada picadita de Fernando Torres que castigaba -causalidades de la vida- la frialdad de una Alemania que amenazaba con ser indestructible.
Dieciséis años después, el cuento ha cambiado. Nada queda ya de aquel vals a la temible Italia en Polonia y Ucrania 2012. Tan sólo reflejos de un pasado que se resiste al inquebrantable paso del tiempo. España vive con un síndrome de Estocolmo perenne, presa de aquellos años de mano de hierro y fútbol champagne. La pelota evoluciona y castiga al negacionista del progreso balompédico. Pero eso es harina de otro costal y, puestos a seguir con los dichos, no hay más cera que la que arde o con estos bueyes hay que arar.
Luis de la Fuente ha congregado a un elenco de futbolistas -para muchos los que hay y para otros mejorables- alejados de la destreza de los bajitos, pero con los que ya se han cosechado triunfos. Con otro Luis (Enrique), la Selección llegó a rozar con los labios las mieles de la gloria europea, pero un compendio de inexperiencia en grandes citas y la indeleble competitividad de Italia les privó de luchar con Inglaterra por la cuarta Eurocopa de su historia tras un torneo de lo más irregular. Desde entonces, han transcurrido tres años en los que muchos de esos jugadores han alcanzado la cima bajo el paraguas de sus clubes. También de las Selecciones, con la menos glamurosa conquista de la Nations League, que no es sino otra ocurrencia de UEFA para incrementar su tesorería.
La Cuarta se asume hoy como -por mucho que duela- la 33 de Fernando Alonso. Es la vaga ilusión del que camina por el desierto agonizando por la inanición y vislumbra un oasis. Pero, por suerte, el deporte -mucho menos el fútbol- no es una ciencia exacta y siempre hay hueco para la sorpresa. Que se lo digan a Grecia en un año -el 2004- en el que la clase obrera del fútbol invadió el palacio de la jet set para proclamar su revolución, aunque resultó efímera. Quién sabe si, en unos años, los Rodrigo, Lamine Yamal, Nico Williams, Dani Carvajal, Nacho, Morata o Pedri capitalizan los recuerdos en las conversaciones de bar tras dejar a España como el país con más Eurocopas en sus vitrinas.
Para ello, sin embargo, tendrán que superar un camino serpenteante desde sus inicios. El sábado, el elenco de Luis de la Fuente debutará ante la Croacia del imperecedero Luka Modric, para, el jueves 20, mirar a los ojos a una Italia desnaturalizada, pero con cuatro Mundiales en sus camisetas. Momento para las cábalas del supersticioso: la última vez que coincidieron los tres en un mismo grupo, el combinado nacional alzó el trofeo al cielo de Kiev. Creencias aparte, el destino final de España lo marcará la a priori debilidad albanesa en el partido que mandará –o no- a la Selección al cara o cruz de las eliminatorias.
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