Las elecciones europeas han provocado terremotos a ambos lados del tablero político. Si bien la izquierda a la izquierda del PSOE se desgaja, en la derecha del Partido Popular aparece una nueva alternativa para canalizar el voto ultra e incluso antisistema. La irrupción de Alvise Pérez ha acabado con la fiesta de Vox. La ultraderecha vivía con cierta comodidad en su coto privado de caza electoral, que ahora se ve amenazado por el mensaje aún más rupturista del que fuera activo de la extinta UPyD. Una aparición estelar que alimenta el nerviosismo y el miedo a perder potencia discursiva. En un intento por neutralizarlo, el partido que dirige Santiago Abascal ha ensayado un acercamiento postelectoral con Se Acabó la Fiesta.

La vida ya no es tan fácil para Vox. Hasta este domingo, el partido ultraderechista era pleno dominador del espectro, canalizando incluso votos antisistema. El surgimiento de la agrupación de electores de Alvise provoca un corrimiento de tierras inesperado en el flanco diestro del tablero político. La línea discursiva de Se Acabó la Fiesta (SALF), más virulenta que la del partido de extrema derecha, pone en jaque a su prevalencia en la lucha de contrapesos con el Partido Popular. La fragmentación en este espacio ha generado altos niveles de nerviosismo en la dirección ultra, que ha ido in crescendo durante la campaña hasta certificar los 800.000 recolectados este pasado 9 de junio.

Nerviosismo en Vox

Durante la campaña, Vox evitó cualquier mención en público hacia su otrora simpatizante, al contrario que el Partido Socialista, quienes, a través del propio Pedro Sánchez, ya le introducían en sus últimos mítines. Pero ahora nace la necesidad imperiosa de taponar su crecimiento y la estrategia a la se abona la cúpula ultraderechista es la de reconstruir puentes. El candidato y vicepresidente del partido, Jorge Buxadé, salió este lunes a tender su mano a Alvise y admitió que su formación también “abraza” el “hartazgo” de los votantes de Se Acabó la Fiesta. De hecho, incluso admitió contactos con el propio Pérez en la noche electoral, tras confirmarse su aterrizaje en Bruselas.

El dirigente ultraderechista profundizó en la tela de araña diplomática para neutralizar su crecimiento, indicando que Alvise bebe de votantes coléricos por la “corrupción del PSOE, del Gobierno y de la familia del presidente”. El cabeza de cartel ultraderechista expuso que Vox y Alvise no sólo comparten “plenamente” el “hartazgo”, sino que también la batalla judicial contra el Ejecutivo o sus socios, reivindicando que muchos procesos judiciales tienen su sello personal o, en su defecto, ejercen la acusación popular.

Mano tendida

Vox y SALF coinciden en la batalla por el papel protagónico en la lucha judicial contra el Partido Socialista, aunque los de Abascal intentan evitar reclamar a votantes como propios. A juicio de Buxadé, Alvise no les ha robado votos porque los partidos “no tienen una bolsa de x millones de votos”. De hecho, remarcó que quienes “han votado hoy una cosa, mañana lo harán con otra”.

En cualquier caso, en la cúpula de Vox se aferran al frío dato para justificar el crecimiento en el espectro derecho sin necesidad de recurrir a guerras civiles. Esgrimen que el Partido Popular ha crecido 14 puntos gracias a la absorción completa de Ciudadanos y sus retales, quienes obtuvieron en 2019 un 11,5% de los sufragios. Por su parte, la fuerza ultraderechista ha engrosado sus arcas electorales con 300.000 votos y 3,41 puntos a pesar de la masiva bajada de participación en estos comicios.

Los 800.000 votos de Alvise, según exponen desde Vox, se nutren del grueso de población joven que acudía a las urnas por primera vez en su vida. Las encuestas, argumentan, ya lo detectaban. “Quitando a los separatistas y a la extrema izquierda son diputados españoles que representan votos de los españoles”, destacaba Buxadé sobre el electorado conservador y el de Alvise, a los que incluso mandó “un abrazo”. En consecuencia, sacó lustre a su posición de “pegamento” en el espacio ultraderechista europeo, tratando de conjugar las sensibilidades de la familia de Conservadores y Reformistas, del que forman parte junto con Giorgia Meloni, y la de Identidad y Democracia, que lidera Marine Le Pen. Un juego de equilibrios que tendrá que hacer también en España con el exasesor de Toni Cantó.

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