El Cáucaso Sur, una región históricamente marcada por conflictos étnicos y territoriales, se encuentra nuevamente en el centro de la atención internacional debido a las crecientes tensiones entre Armenia y Azerbaiyán. Ambos países comparten una larga historia de disputas por el territorio de Nagorno Karabaj, y recientes desarrollos geopolíticos han exacerbado la situación, planteando la preocupante posibilidad de un nuevo conflicto en la región.

En noviembre de 2020, Armenia y Azerbaiyán firmaron un acuerdo de paz para poner fin a seis semanas de combates por el control de Nagorno Karabaj, una región montañosa del Cáucaso Sur poblada mayoritariamente por armenios pero reconocida internacionalmente como parte de Azerbaiyán. El acuerdo, mediado por Rusia, supuso una victoria para Azerbaiyán, que recuperó gran parte del territorio que había perdido en la guerra anterior de 1988-1994, y una derrota para Armenia, que tuvo que aceptar la retirada de sus fuerzas y el despliegue de cascos azules rusos. Sin embargo, el conflicto no se ha resuelto definitivamente y sigue siendo una fuente de tensión e inestabilidad en la región.

El contexto histórico del Nagorno Karabaj

Pero, antes de entrar a exponer los motivos de que el conflicto vuelva a estar de actualidad, es necesario entender el contexto histórico de esta región. Nagorno-Karabaj ha sido históricamente un territorio disputado entre los imperios persa, otomano y ruso, que se alternaron su dominio hasta el siglo XX. En 1918, tras la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa, Armenia y Azerbaiyán se declararon independientes y se enfrentaron por el control de Nagorno Karabaj, donde los armenios eran mayoría pero los azerbaiyanos también tenían presencia. La guerra terminó con la intervención soviética en 1920, que anexionó ambos países a la Unión Soviética.

En 1923, el líder soviético Iosif Stalin decidió otorgar a Nagorno-Karabaj el estatus de región autónoma dentro de la República Socialista Soviética de Azerbaiyán, lo que generó el descontento de los armenios, que reclamaban su unión con la República Socialista Soviética de Armenia. Durante el régimen soviético, las tensiones se mantuvieron latentes pero controladas por el poder central.

En 1988, aprovechando la política de apertura y reforma impulsada por Gorbachov, los armenios de Nagorno Karabaj iniciaron un movimiento para exigir su incorporación a Armenia. Esto provocó una ola de protestas y violencia entre armenios y azerbaiyanos, que se intensificó tras la disolución de la Unión Soviética en 1991. Ese mismo año, Nagorno Karabaj declaró su independencia como República de Artsaj, aunque no fue reconocida por ningún país.

Entre 1992 y 1994 se libró una guerra abierta entre Armenia y Azerbaiyán por el control de Nagorno-Karabaj y los territorios circundantes. La guerra causó unos 30.000 muertos y más de un millón de desplazados. Armenia logró imponerse militarmente y ocupar el 14% del territorio azerbaiyano, incluyendo Nagorno Karabaj y siete distritos adyacentes que crearon un corredor con Armenia. En 1994 se firmó un alto el fuego bajo los auspicios del Grupo de Minsk, copresidido por Rusia, Estados Unidos y Francia, que debía facilitar una solución pacífica al conflicto. Sin embargo, las negociaciones no prosperaron y se produjeron frecuentes violaciones del alto el fuego, generando durante décadas periódicas tensiones entre Armenia y Azerbaiyán.

El bloqueo de las fuerzas azeríes del corredor Lachín

Las razones por las que el conflicto ha vuelto a estallar en esta zona se encuentran en el corredor humanitario de Lachín, una vasta carretera de montaña que es la única que une Armenia con el Alto Karabaj y que es vital para el abastecimiento humanitario y económico de la región. Según el acuerdo de paz firmado en 2020, Armenia debía ceder el control del corredor a Azerbaiyán, excepto por una carretera de cinco kilómetros que quedaría bajo la protección de las fuerzas de paz rusas. Además, se estableció la apertura de un nuevo corredor entre Azerbaiyán y su exclave de Najicheván, situado entre Armenia e Irán, que también estaría custodiado por Rusia. Sin embargo, desde diciembre del año 2022, aprovechando la debilidad de las fuerzas rusas por la guerra de Ucrania, el mencionado corredor ha sido objeto de bloqueos y tensiones por parte de las fuerzas azeríes, que han impedido el paso de ayuda humanitaria, medicamentos y alimentos a Nagorno-Karabaj.

El bloqueo comenzó el 12 de diciembre de 2020, cuando un grupo de manifestantes azeríes ocupó un puente en el corredor y acusó a la Cruz Roja Internacional de contrabando y ecocidio. Posteriormente, el bloqueo se convirtió en una construcción militar de hormigón en el lado azerí, que ha restringido el acceso a los civiles y a las organizaciones humanitarias. En estos más de nueve meses de bloqueo, la población, de mayoría armenia, está privada de atención médica, agua o electricidad, ya comienza a sentir los efectos de una inminente hambruna y un completo desabastecimiento.

El bloqueo del corredor Lachín ha sido denunciado por Armenia y por varias organizaciones internacionales como una violación del acuerdo de paz y una amenaza para la vida de los habitantes de Nagorno Karabaj. “La situación político-militar en la región se ha agravado considerablemente. La causa radica en que Azerbaiyán los últimos días concentra tropas en la línea de separación de fuerza en Nagorno Karabaj y en la frontera con Armenia”, subrayaba recientemente el primer ministro armenio, Nikol Pashinián, instando a la comunidad internacional a adoptar medidas urgentes para evitar un “nuevo estallido” en la región. “Azerbaiyán muestra su intención de lanzar una nueva provocación militar contra Nagorno Karabaj y Armenia (...) La comunidad internacional y los países de la ONU deben adoptar medidas para impedir un nuevo estallido en nuestra región”, añadía.

Por su parte, el presidente azerí, Ilham Aliyev, preguntado por este bloqueo, se ha limitado a echar balones fuera y a señalar que el bloque no es con fines militares, sino que responde a una acción del gobierno ante “protestas ambientalistas”.

La alianza Azerbaiyán-Turquía y su impacto en la guerra

Uno de los actores claves en este conflicto es Turquía, que ha apoyado abiertamente a Azerbaiyán tanto políticamente como militarmente. Turquía y Azerbaiyán comparten lazos étnicos, culturales y lingüísticos, y se consideran "una nación con dos estados". Turquía no tiene relaciones diplomáticas con Armenia desde 1993, cuando cerró su frontera en solidaridad con Azerbaiyán. Además, para añadir una capa más de complejidad y sensibilidad al asunto, se encuentra el legado del genocidio armenio de 1915, en el que entre un millón y un millón y medio de civiles armenios fueron exterminados por el Imperio Otomano y que Turquía sigue sin reconocer.

Durante la guerra de 2020, Turquía suministró armas, entrenamiento y asesoramiento a Azerbaiyán, e incluso envió mercenarios sirios para combatir junto a las fuerzas azeríes. Según algunos informes, oficiales turcos dirigieron ataques con drones que resultaron decisivos para inclinar la balanza a favor de Azerbaiyán. El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, expresó su respaldo incondicional a Azerbaiyán y acusó a Armenia de ser "la mayor amenaza para la paz regional".

La victoria de Azerbaiyán supuso un triunfo para Turquía, que consolidó su papel como potencia regional y como aliado estratégico de Azerbaiyán. Además, Turquía logró ampliar su presencia e influencia en el Cáucaso Sur, una zona de interés geopolítico para Ankara. Con la apertura del corredor entre Azerbaiyán y Najicheván, Turquía podrá acceder directamente al mar Caspio y a Asia Central, donde tiene intereses económicos y energéticos. Asimismo, Turquía podrá contrarrestar la influencia de Rusia e Irán en la región.

La alianza entre Azerbaiyán y Turquía también tiene una dimensión ideológica e histórica. Erdogan ha manifestado su ambición de recuperar la gloria del Imperio Otomano y de liderar el mundo musulmán suní. En este sentido, la guerra en Nagorno-Karabaj se inscribe en una serie de conflictos en los que Turquía se ha involucrado recientemente para defender sus intereses y proyectar su poder, como Siria, Libia, Grecia, Chipre y el Mediterráneo oriental. Así, la guerra en Nagorno-Karabaj se ha convertido en un escenario más de la rivalidad entre Turquía y Rusia, que compiten por la hegemonía regional y por el control de los recursos energéticos.

Rusia, entre la espada y la pared

Rusia ha sido el actor más influyente e interesado en el conflicto de Nagorno Karabaj, donde ha desempeñado un papel ambiguo y contradictorio. Por un lado, Rusia ha actuado como mediador y garante del acuerdo de paz, que puso fin a la guerra y evitó una catástrofe humanitaria. Por otro lado, Rusia ha alimentado el conflicto y ha aprovechado la situación para reforzar su presencia militar y política en la región.

Rusia tiene una relación compleja con Armenia y Azerbaiyán, que son antiguas repúblicas soviéticas. Con Armenia, Rusia tiene una alianza estratégica basada en lazos históricos, culturales y religiosos. Armenia es miembro de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), una alianza militar liderada por Rusia, y alberga una base militar rusa en su territorio. Con Azerbaiyán, Rusia tiene una relación pragmática basada en intereses económicos y energéticos. Azerbaiyán es un importante proveedor de gas y petróleo para Rusia y para Europa, lo que le da cierto margen de autonomía frente a Moscú.

Durante la guerra de 2020, Rusia mantuvo una posición equidistante entre Armenia y Azerbaiyán, sin intervenir directamente ni apoyar a ninguna de las partes. Esto se debió a varios motivos. Por un lado, Rusia no quería romper su relación con Azerbaiyán ni con Turquía, con los que tiene intereses comunes en Siria y Libia. Por otro lado, Rusia no quería respaldar al gobierno armenio de Pashinián, que llegó al poder tras una revolución popular en 2018 que desafió la influencia rusa en Armenia. Además, Rusia esperó a que Azerbaiyán recuperara parte del territorio perdido para forzar a Armenia a aceptar un acuerdo favorable a los intereses rusos.

El discreto y significativo papel de Estados Unidos y Europa

Por otra parte, en lo que respecta a Estados Unidos y Europa, ambas potencias han tenido papel marginal y pasivo en el conflicto de Nagorno Karabaj, lo que ha evidenciado su falta de interés y de influencia en la región. A pesar de ser copresidentes del Grupo de Minsk, Estados Unidos y Francia no han desempeñado un papel activo en la mediación ni en la prevención del estallido de la guerra, pese a que la diáspora armenia de ambos países ha intentado hacer presión para que las administraciones de Biden y Macron tuvieran una mayor implicación en el conflicto.

Tampoco han ejercido presión sobre Turquía para que cesara su apoyo a Azerbaiyán ni han ofrecido apoyo a Armenia, que es miembro de la Asociación Oriental de la Unión Europea y socio de la OTAN.

De hecho, a diferencia de la guerra de Ucrania, donde ambas potencias se han posicionado claramente en contra de Rusia desde el primer momento, en esta guerra han optado por una postura ambigua, limitándose a contadas declaraciones pidiendo la paz. ¿El motivo de esta inacción? La relación compleja y contradictoria que tienen con Turquía. Por un lado, Estados Unidos y Europa consideran a Turquía como un aliado estratégico en la región, por su pertenencia a la OTAN, su papel en la lucha contra el terrorismo, su posición geográfica clave entre Europa y Asia, y su potencial económico y energético. Por otro lado, Estados Unidos y Europa ven con preocupación las acciones de Turquía en el conflicto de Nagorno-Karabaj.

Además, Estados Unidos y Europa también tienen una relación ambivalente con Azerbaiyán, al que consideran un socio estratégico por sus reservas de gas y petróleo, pero al que también critican por su falta de democracia y derechos humanos.

Ante este dilema, Estados Unidos y Europa han optado por una postura ambigua y pasiva ante el conflicto de Nagorno-Karabaj, que ha evidenciado su dependencia y su debilidad frente a Turquía. Estados Unidos y Europa no han condenado ni sancionado a Turquía por su intervención en el conflicto, ni han ofrecido apoyo diplomático ni militar a Armenia. Tampoco han participado activamente en la mediación ni en la prevención del estallido de la guerra, dejando el protagonismo a Rusia. Así, Estados Unidos y Europa han perdido credibilidad e influencia en el Cáucaso Sur, donde se han quedado relegados a un papel secundario y reaccionario. Asimismo, ha supuesto una oportunidad perdida para contribuir a una solución duradera y justa al conflicto, que garantice el respeto a los derechos humanos, el derecho a la autodeterminación y la seguridad de todas las partes.

Armenia se acerca a EEUU ante la debilidad de Rusia

Por otra parte, esta nueva crisis humanitaria en la región de Nagorno Karabaj ha provocado que Armenia cada vez se distancie más de Rusia. De hecho, el pasado domingo Nikol Pashinyan concedía una entrevista al diario italiano La Repubblica en el que sorprendía la dureza con la que se pronunciaba sobre el Kremlin. Y es que, el primer ministro armenio admitía que depender únicamente de Rusia para garantizar la seguridad del país fue un “error estratégico” porque Moscú no solo no ha sido capaz de cumplir sus promesas, sino que en los últimos meses está reduciendo su papel en la región.

Pashinyan sugirió que Moscú, que tiene un pacto de defensa con Armenia y una base militar allí, no consideraba a su país suficientemente prorruso y dijo que creía que Rusia estaba en proceso de abandonar la región más amplia del Cáucaso Sur. Por ello, Ereván está intentando diversificar sus acuerdos de seguridad, dijo, en aparente referencia a sus vínculos con la Unión Europea y Estados Unidos y a sus intentos de estrechar lazos con otros países de la región. Unas palabras que este miércoles se materializaban en hechos concretos, puesto que el gobierno armenio anunciaba que llevará a cabo la semana que viene unas maniobras militares conjuntas con EEUU que implicará “tareas de estabilización entre partes opuestas durante una misión de pacificación”.

“El objetivo de estas maniobras es incrementar el nivel de interoperabilidad en la unidad que participe en misiones internacionales de pacificación en el marco de operaciones de pacificación, intercambiar las mejores prácticas en control y comunicación táctica e incrementar la preparación de la unidad armenia para la evaluación sobre capacidades operativas de la OTAN”, ha explicado el gobierno armenio.

Un acercamiento de Armenia a Estados Unidos y a la OTAN que no ha sentado nada bien a Rusia. Y el gobierno de Vladímir Putin no ha tardado en expresar su descontento por estos entrenamientos militares. “La realización de estos ejercicios no contribuye a estabilizar la situación. Eso es lo primero. En cualquier caso, no ayuda a fortalecer, digamos, la atmósfera de confianza mutua en la región”, declaró recientemente el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, preguntado sobre el asunto.

Una guerra olvidada que amenaza la estabilidad de la región

Por último, a modo de resumen, el conflicto de Nagorno Karabaj sigue siendo una amenaza para la paz y la seguridad regional e internacional. El conflicto puede reactivarse en cualquier momento si no se respetan los términos del acuerdo o si se producen provocaciones o incidentes entre las partes.

Además, un resurgimiento del conflicto entre Armenia y Azerbaiyán tendría consecuencias que se extenderían más allá de las fronteras de estos dos países. Podría influir en las relaciones geopolíticas y estratégicas en la región del Cáucaso y podría tener un impacto en las dinámicas internacionales entre actores clave como Rusia, Turquía, Irán y potencias occidentales. La estabilidad y la paz en el Cáucaso seguirían siendo una prioridad para la comunidad internacional.

Por ello, es necesario impulsar un proceso de diálogo y negociación que aborde las causas profundas del conflicto y que busque una solución basada en el derecho internacional, el respeto a los derechos humanos y la cooperación regional.