Parece haber pasado mucho tiempo desde que la “Policía Moral” iraní asesinó cruelmente a Mahsa Amini por no llevar el velo correctamente. Más lejos parece cuando los talibanes empezaron a negar el acceso al colegio a las niñas mayores de 12 años y a exigir que las mujeres salieran a la calle con un mahram (acompañante masculino). Incluso más distante resulta la eliminación en Arabia Saudí de la prohibición impidiendo conducir a las mujeres. Fue hace solo 1 año, 4 años y 5 años respectivamente.

Muchos en el mundo occidental se olvidan de ello. Importa hasta que ocurre otro desastre que le hace sombra y vuelve a surgir cuando hay una nueva limitación de derechos. La prohibición talibana a que las mujeres estudien en institutos médicos es la última novedad de un problema del que se deja de hablar demasiado pronto y cuyas víctimas son dejadas en la sombra una vez más para que el resto del mundo deje de sentirse incómodo.

Hay que tener presente que no es todo el mundo ni en todos los países. El trato de la mujer varía mucho de país en país, de familia en familia. Aun así, está claro que existen lugares en el mundo con un trato diferente entre hombres y mujeres, lugares cuya religión dominante es el islamismo, donde suceden cosas de las que no se debe dejar de hablar.

La polémica respecto al velo

El velo es una parte del islam objeto de mucha polémica. Mientras hay argumentos que defienden el deber de la comunidad internacional de permitir el velo (hiyab) porque proporciona una sensación de pertenencia a la comunidad musulmana, otros se oponen al velo por su control y demonización del cuerpo de la mujer. Esta cuestión es debatida ampliamente y la opción de llevarlo o no es más compleja de lo que parece. En algunos países, la modestia es impuesta. En Irán y en Afganistán es obligatorio el uso de un tipo de velo particular; el chador en el caso de Irán y el burka en Afganistán. El incumplimiento supone encarcelamiento, latigazos, multas y otras penalizaciones (como el caso de Mahsa Amini). Otros países no exigen una versión del hiyab, pero si el ocultamiento del cuerpo; Arabia Saudí tiene leyes que obligan a las mujeres a llevar vestimenta “modesta”, es decir, no se pueden ver hombros, tobillos, piernas, brazos, muñecas o escote.

Estas leyes vienen a raíz de dos versos del Corán: 

“¡Oh Profeta! Pídele a tus esposas, hijas o mujeres creyentes que se cubran el cuerpo con sus velos. Así serán reconocidas más fácilmente como virtuosas y no serán acosadas” (Corán 33:59).

“¡Oh Profeta! Diles a los hombres creyentes que bajen la mirada y que guarden su castidad. Eso es más puro para ellos. Sin duda Allah conoce todo lo que hacen. Y diles a sus mujeres creyentes que bajen la mirada y guarden su castidad y que no revelen sus encantos excepto lo que es normalmente obvio. Permíteles cubrir con sus velos su pecho y no mostrar sus encantos ocultos excepto a sus maridos, sus padres, sus suegros, sus hijos, los hijos de sus maridos, sus hermanos, sus sobrinos por parte de su hermano y de su hermana, las otras mujeres, las esclavas, sus sirvientes hombres que ya no tengan deseo sexual y los niños que todavía no sienten atracción por el sexo. No permitas que pisen fuerte llamando atención sobre sus encantos ocultos. Recurrir a Allah todos juntos en arrepentimiento, ¡oh, creyentes!, para que así tengáis éxito” (Corán 24:30-31).

Además de las leyes que gobiernan algunos países, no se pueden ignorar las leyes morales del islam, una religión compuesta por normas éticas y legales basadas primordialmente en el Corán y el Sunna, ni las presiones familiares y culturales que sufren muchas mujeres y niñas por las que el hiyab -o sus variantes- es impuesto. Esto no quita importancia ni mérito a las mujeres que, por su propia voluntad y con la suerte de proceder de familias tolerantes, deciden llevar el velo. Pese a este grupo afortunado, las críticas señalan el simbolismo de la vestimenta, que en su fundamento es una manera de demonizar el cuerpo de la mujer y verlo como un objeto que un hombre posee.

Históricamente, han existido líderes islámicos que, a pesar de su creencia en la adherencia a la sharía, estaban en contra del uso del hiyab. Durante el reinado de Amanullah Khan en Afganistán, la familia real y la aristocracia tenía una visión negativa sobre el hiyab; lo consideraban un símbolo que impedía el progreso de las mujeres (factor que contribuyó a su derrota, según el Consejo de Oriente Medio de Asuntos Globales).

África subsahariana es la región que menos cree que las mujeres deban decidir si llevar el velo o no, según un informe del Pew Research Centre. Asumir que esta opinión proviene de los hombres es incorrecto dado que la diferencia de opinión entre ambos géneros en 11 de los 23 países encuestados es casi nula. En general, es verdad que las mujeres son más partidarias de tener la opción, pero en algunos casos, las mujeres mismas no creen que debería haber una opción -en Afganistán, solo el 40% de mujeres, frente al 23% de hombres, considera que debería ser una opción-.

Las mujeres en la sharía

La religión se considera a menudo sinónimo de desigualdad, pero esto no es necesariamente correcto -a veces es la institución o sus líderes más que la religión en sí- pero en el caso del islam, la desigualdad es inherente a la religión, a pesar de que muchos académicos islámicos e incluso occidentales lo nieguen categóricamente. La diferencia entre el trato del hombre y la mujer en el islam es innegable y queda de relieve en materia de derechos.

El resultado del Índice de Estados Islámicos de Gutmann and Voigt lo comprueba: “El resultado demuestra que las mujeres son discriminadas en países donde la adhesión al islam es intensa; particularmente, los derechos sociales de las mujeres son pobres” y añade que “[sus] resultados comprueban que la sharía no es compatible con los derechos humanos correspondientes con la igualdad de género”.

Siempre hay que proceder con la perspectiva de “no todas”, es decir, no todas las mujeres se encuentran en las mismas circunstancias, ni están sujetas al mismo trato; factores como la familia, el poder adquisitivo y el país de residencia son muy influyentes. No se puede comparar a una mujer de Arabia Saudí, donde se le impone por ley la modestia en la vestimenta, a una mujer de Túnez que puede viajar y vestirse como quiera. 

Un ejemplo del trato diferencial es el derecho a la herencia. El Corán dice: “Allah te ordena con relación a tus hijos: la porción [de herencia] del hombre será el doble de la de la mujer” (Corán 4:11). Más de la mitad de la población musulmana en Oriente Medio y en el norte de África piensa que los hombres y las mujeres no son iguales en materia de herencia, según el Pew Research Centre. También encontró que, en 15 de los 23 países encuestados, más del 75% de la población considera que las mujeres deben obedecer a sus maridos en todo momento; en 6 de estos países esta opinión supera el 90%.

La lectura detenida de la sección del Corán dedicado a las mujeres (4. Surah An-Nisa) evidencia la visión masculina que rige la cultura. Es cierto e innegable que es la primera religión en garantizar la seguridad financiera de las mujeres además de exigir que sean tratadas con respeto, pero, tiene profundas desigualdades. Si una mujer es “probada” de serle infiel a su marido, el Corán exige: “confinad a las ofensoras en sus casas hasta que mueran o hasta que Allah halle otro camino para ellas” (Corán 4:15). También se especifica que las mujeres deben ser “obedientes” y si se sospecha de una mujer “mala conducta”, como último recurso se le puede “disciplinar levemente” (Corán 4:34). Un hadiz que comenta la postración ante dios dice que: “Nadie debe postrarse ante nadie. Si hubiera sido aceptable que alguien se postrara ante otro, yo les habría dicho a las esposas que se postren ante sus maridos, a causa de la responsabilidad que Dios les ha encomendado sobre ellas” (Sunan Abi Dawud 2140).  

Muchos académicos defienden al islam diciendo que protege a las mujeres, algo que solo es verdad hasta cierto punto. A parte de lo citado previamente, si una mujer o un hombre comete adulterio, es legal y exigido por el Sunna que se les castigue brutalmente: “Si los involucrados están casados, recibirán 100 latigazos y serán lapidados hasta la muerte. Si los involucrados no están casados, recibirán 100 latigazos y serán desterrados durante un año” (Sunan Abi Dawud 4415). En los países en los que estos castigos son legales, la mayoría de las víctimas son mujeres –sin olvidar que en algunos lugares, el testimonio de una mujer vale la mitad de la de un hombre-. Un ejemplo es Iraq, dónde un informe del Departamento de Estado de Estados Unidos (DOS) contó que la Misión de Asistencia de las Naciones Unidas para Irak (UNAMI) “denunció que varios centenares de mujeres mueren cada año por asesinatos de honor”.

Los avances en derechos en países con ley islámica

La sharía hace hincapié en la necesidad de proteger a la mujer del acoso de los hombres en lugares públicos. Históricamente, mucha de la planificación urbana contemplaba la segregación de géneros de acuerdo con la sharía, lo que explica la procedencia de las leyes sauditas de segregación. Pese a ello, Arabia Saudí, junto con otros países islámicos, están dando pasos para aflojar las restricciones a las mujeres. 

Entre 2018 y 2019, Arabia Saudí eliminó determinadas medidas de sus leyes de segregación de género y modificó otras. Los restaurantes ya no están obligados a tener entradas y asientos separadas para mujeres y hombres (aunque siguen existiendo locales que presionan a mujeres para que se sienten en sitios separados), las mujeres ya no necesitan el permiso de su guardián para empezar un negocio o conseguir un trabajo (algunos sitios lo siguen solicitando) y las mujeres pueden viajar fuera del país sin el permiso de su guardián a partir de los 21 años, según un informe en 2019 del DOS y una noticia del AP. Pese a estos avances, sigue habiendo muchas desigualdades, especialmente en derecho familia; por ejemplo, una mujer tiene que demostrar legalmente un motivo de divorcio, pero un hombre no.

La educación saudita permanece segregada, pero actualmente las mujeres ocupan el 52% de las plazas de educación pública y educación superior (en 1990 era solo un 9%). El incremento en la educación de las mujeres musulmanas está abriendo las puertas a su inserción laboral, de acuerdo con el Real Instituto Elcano. Consecuentemente, ha habido un incremento del 50% de mujeres en el mercado laboral musulmán en los últimos 20 años.

El Observatorio para el Futuro de la Educación remarca que el caso de Afganistán de prohibir la educación de niñas mayores de 12 años no es un ejemplo ni consecuencia del islam; manifiesta que la religión no está en contra de la educación de las mujeres. La restricción de los talibanes al acceso de las mujeres a educación médica también es incongruente con los principios del islam. El Corán contempla el valor de la educación sin distinguir entre géneros: “Oh Profeta, “¿Acaso son iguales los que tienen conocimiento y los que no tienen conocimiento?” Solo reflexionan los dotados de entendimiento” (Corán 39:9). Por ello, el problema de la educación femenina en Afganistán no tiene una única atribución. Parte del rechazo de la educación de la mujer emana de la imposición cultural de Estados Unidos, según el Consejo de Oriente Medio de Asuntos Globales. El intento de cambiar leyes familiares durante la ocupación estadounidense fue percibido por la población como una amenaza a las estructuras tradicionales y una “invitación a la corrupción moral y religiosa”.

¿Y ahora qué?

Se sigue avanzando y retrocediendo en los derechos de las mujeres en países islámicos. Generalizar es una trampa en un asunto complejo y cambiar fundamentos de una religión es imposible. Afganistán es una manifestación de un extremismo que supera los límites establecidos en el islamismo. La ley del silencio para las mujeres afganas promulgada hace pocos meses es un ejemplo de un odio hacia la mujer que va más allá de una religión. Pese a que se presenten como los máximos representantes de la sharía, su mandato tiene muchas más vertientes que la religiosa, conviertiéndolo en un liderazgo tiránico para las mujeres.

La solución probablemente no se halle a través de la obligación de ideología occidental; podría tener éxito a corto plazo, pero no será duradera. Se ha probado en varias ocasiones que la implantación de creencias y costumbres occidentales causa rechazo y agrava las situaciones en vez de fomentar los derechos de las mujeres. Un cambio tendría que originarse internamente, de acuerdo con las respectivas culturas de cada país, pero el continuo derrumbe de sus derechos se tiene que frenar en vez de dejarlo en el olvido. 

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