La presidenta de la Comunidad de Madrid quiere ser España. No Madrid, con “d”, ni Madriz, con “z”, ni la plaza de Las Ventas, ni la ceja de Ancelotti, ni las meninas en El Prado, ni los tenores del Real, ni su noche inacabable, ni un blues de Sabina, ni las gallinejas de Embajadores, ni sus dos dedos de espuma, ni lo que queda del Nebraska, ni los churros, ni la vida de sus parques, ni la chulería del centro, ni la bondad de la periferia, ni el sobrenombre de castizo para salvar lo que se cae a cachos, ni el chotis ni la horterada de sus versos en los pasos de cebra. No, Isabel Díaz Ayuso quiere ser España.

Y por eso mismo no lo es, pero sí es Madrid. Porque el madrileño común es fiel reflejo de su presidenta. Porque Madrid es de todos y no es de nadie, pero todo es de Madrid. La atención mediática, la influencia política y la economía, pensarán algunos. No es así. Para el madrileño la paella lleva guisantes y cuatro dedos de arroz, la costa levantina es el este de Madrid, que se quiten los tablaos flamencos del Sacromonte que Malasaña queda más cerca, los pucheros no son más que una imitación del cocido, Aquaservice debe cargar sus bidones con agua de Madrid, el pescado es el más fresco y el frito de los calamares debe hacerse con harina molida entre piedras de molino quijotesco, por lo menos, porque todo lo que no sea comerse su bocadillo en El Brillante, El Ideal o La Campana es poco menos que masticar una masa chiclosa.

De la cuna a Madrid y de Madrid al cielo, dijo Luis Quiñones de Benavente. Así nació el refrán popular y así se siente cualquiera que pasea por sus calles. Los que son “más chulos que un ocho” -la frase es originaria del trayecto en metro de los “chulapos” a San Isidro- o los que “dan más la lata que Cascorro”. Los que son “tontos del bote”, mote de un mendigo de finales del siglo XIX que se ganó el cariño de la ciudad, y los que son “más orgullosos que Don Rodrigo en la horca”.

Con todas estas referencias se ha catalogado a Isabel Díaz Ayuso. Y no es extraño, porque para ser España hay que ser infinidad de cosas la vez. Basta apreciar sus políticas para ver que todas esconden la voluntad de tener eco más allá de las fronteras fijadas por pueblos como Casarrubuelos o Somosierra. Si baja dos impuestos anecdóticos para el erario compara la situación fiscal con Cataluña. Si cede ante Vox pide al Gobierno que revise el grave problema, según ella, de las denuncias falsas. Si no sabe qué hacer, abre una Oficina del Español para hacer de Madrid la capital mundial de la lengua castellana. Porque Madrid no tiene acento, pero se aceptan todos ellos, según el vídeo promocional difundido por el organismo creado ad hoc para colocar a un Toni Cantó que ha encontrado en el regazo de Ayuso su último acomodo: un chiringuito por el que percibirá 75.000 euros para buscar oportunidades al español en la misma ciudad donde tienen su sede la Real Academia Española o el Instituto Cervantes, que al parecer no son suficiente.

La creación del nacionalismo madrileño no es novedosa. Ayuso es Aguirre y su “yo destapé la Gürtel”, Ignacio González y su “Madrid no se entiende sino es como parte de un gran proyecto nacional” o Cristina Cifuentes y su “me llevé por error y de manera involuntaria, sin ser consciente de ello, unos productos por importe de 40 euros; me lo dijeron a la salida, los aboné en su momento y el asunto no tuvo mayor trascendencia". Es el liberalismo en lo económico, las cadenas en lo social y la cuna de la corrupción. “Nos va la marcha”, dijo este jueves en el primer pleno del nuevo curso político en referencia a su batalla fratricida por la presidencia del PP de Madrid. Sabe que ganará, porque tiene el aliento de las calles, una victoria aplastante con la que acreditar su candidatura y juega con el miedo de sus compañeros, que siguen sin atreverse a presentarse frente a ella y le piden de rodillas que acuda a la convención nacional del PP para que su ausencia no eclipse la presencia de Pablo Casado.

Ayuso ganó en Madrid y volverá a ganar en su pugna por la presidencia del PP. Veremos si la delegación mayoritaria del partido es suficiente para calmar sus ansias. Casado espera que sí, pero teme que Miguel Ángel Rodríguez espere lo contrario.