Famoso por ser uno de los pueblos más bonitos de Extremadura, Guadalupe descansa entre montañas que susurran leyendas y calles empedradas que conservan la memoria del tiempo. Este rincón mágico, puerta de entrada al Geoparque Villuercas-Ibores-Jara, es también un territorio donde el silencio habla: en el murmullo del bosque, en el agua que corre entre piedras y raíces, y en las estrellas que iluminan el cielo nocturno. Su imponente monasterio, la hospitalidad que se transmite de generación en generación y una naturaleza que susurra en voz baja, hacen de Guadalupe un refugio donde la espiritualidad, la ciencia, la arquitectura y la vida rural conviven en armonía. Aquí, cada piedra tiene algo que contar, cada plato un sabor que emociona y cada noche estrellada, una historia por escribir.
Cuando uno pisa por primera vez los adoquines de este municipio cacereño, la Plaza de Santa María de Guadalupe te eclipsa, te deslumbra, te seduce. Allí descansa impertérrito al paso del tiempo un santuario de ocho siglos de antigüedad, que dio vida, carácter y espiritualidad a esta zona de limitada población que se alimenta desde siempre de la llegada de peregrinos y viajeros. El Real Monasterio de Santa María de Guadalupe es su razón de ser. El origen de esta localidad medieval, de arquitectura serrana, que fue tejiendo a su alrededor su entramado urbano con mimo, con pausa, sin diligencia. Con el margen que otorgan tantas centurias de historia. Se nota en sus soportales de madera, en sus fuentes y plazuelas, en sus calles empedradas, en su gente, en sus tejados rojizos. Así es "la Puebla", como muchos la conocen. Se nota incluso en la monumentalidad de su icónico monasterio. Que es mucho más que historia y fe —como veremos más adelante—. Es arte y cultura. Allí, en su interior, luce la expresividad del Greco, el misticismo de Zurbarán y la disconformidad de Goya, por citar algunos de los artistas presentes. Y en el exterior, muy cerca del imponente cenobio, a apenas unos pasos, por la calle del Marqués de la Romana, se alza imponente otro recinto con alma. Que concentra la esencia de la ciencia y el saber. Hablamos de dos edificios. Por un lado, el antiguo Hospital de San Juan Bautista del siglo XIV. Y, por otro, el Colegio de Infantes, del siglo XV. Ambos dependientes del cenobio.
El hospital fue la primera escuela de cirujanos del país donde "se llevó a cabo por primera vez en los reinos de España la disección del cuerpo humano, por especial privilegio de Roma", como reza en una placa. Y pronto se convirtió en uno de los centros con más prestigio científico, donde los monjes ejercían la medicina. Su influencia llegó hasta la corte. Y su existencia, junto a la de la escuela aledaña, llegó hasta hoy. Eso sí, convertidos ambos en el Parador de Guadalupe desde 1965, cuando fue restaurado recurriendo a técnicas tradicionales mudéjares. Lo que hoy percibe el viajero es respeto al pasado. Arquitectura. Calma. Un remanso de paz que atesora un bonito claustro adornado con naranjos, un tranquilo jardín, y un huerto como el que custodiaban los monjes para disponer su botica particular. El Parador es un regalo para el viajero. Y también lo es para la localidad. Una fuente estable de empleo, que dinamiza la economía local.
Con más de 20.000 pernoctaciones anuales en un municipio de menos de 2.000 habitantes, el impacto del Parador en la vida local es notable, favoreciendo el desarrollo de proyectos como rutas guiadas, experiencias en la naturaleza o actividades gastronómicas. "Es mucho más que un alojamiento: es un motor económico, social y cultural para el municipio y la comarca", afirma su director, Juan María Moreno Verdugo. "Actúa como dinamizador del destino, atrayendo visitantes que buscan calidad, patrimonio y experiencias auténticas"
Este emplazamiento histórico y hospitalario, que como el 70% de los Paradores está situado en un municipio de menos de 35.000 habitantes, también impulsa el desarrollo local con empleo, cultura y gastronomía regional. “Hemos logrado generar un gran número de empleos, lo que ayuda a fijar población y mantener viva la economía del municipio durante todo el año”, añade Moreno Verdugo.
Quien viene a Guadalupe lo hace por muchos motivos. Por devoción mariana. Por interés histórico. O por la búsqueda de un destino imperturbable al paso del tiempo, que conserva aún el trazado de los doce caminos históricos que, desde cualquier extremo de la península, terminaban aquí, en el segundo centro de peregrinación más importante tras Santiago de Compostela. Este rincón espiritual de corazón extremeño, se rinde hoy a la calma, a la serenidad, a la autenticidad de un destino rural que también ofrece muchas posibilidades al aire libre.
Sea cual sea el ánimo de la visita a este municipio, la monumentalidad del Real Monasterio de Santa María de Guadalupe, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1993, es indudable y su principal seña de identidad. Su crisol de estilos arquitectónicos, a caballo entre el gótico, el mudéjar, el renacentista, el barroco y el neoclásico —más personalidad no se puede tener—, evidencia un prolífico pasado de esplendor, de siglos de vivencias y acontecimientos históricos que han pasado a la posteridad desde 1389, año en el que pasó de ser santuario (lo era desde 1340, gracias a Alfonso XI) y se convirtió en monasterio.
Desde entonces: Juan II de Castilla, los Reyes Católicos, Carlos V, Felipe II, Felipe IV... por este lugar han desfilado los más ilustres peregrinos. También escritores, cronistas y viajeros, como Miguel de Cervantes, que tras ser liberado de su cautiverio en Argel se acercó hasta aquí para entregar sus cadenas a la virgen. O Miguel de Unamuno, como narra en su obra "Por tierras de España y Portugal". O incluso Cristóbal Colón, que en cuatro ocasiones pisó este lugar. Es más, fue aquí donde le arranco a los Reyes Católicos la promesa de contar con sus carabelas para iniciar esa aventura al Nuevo Mundo. Y fue aquí donde bautizó a los primeros nativos americanos en suelo español.
Tras su imponente fachada, el Real Monasterio de Guadalupe guarda dos claustros mudéjares, un claustro gótico, varias capillas y siglos de historia por descubrir
La historia dialoga a cada paso con el visitante. Rincones como la Fuente de los Tres Chorros, los soportales, la Plaza Santa María, la Plazuela de la Pasión o el Palacio de Mirabel invitan a pasear sin prisas por el casco antiguo, dejándose sorprender por la belleza de sus calles empedradas y su cuidada arquitectura tradicional. Guadalupe también se escucha y se respira. Lo hace también a través de una red de rutas de senderismo que conectan con ermitas, cumbres y miradores naturales como el Risco de La Villuerca o el Mirador del Valle de Santa Lucía. Estos caminos, de dificultad media y bien señalizados, son los mismos recorridos durante siglos por peregrinos, reyes y pastores. Los mismos que permiten al visitante descubrir la naturaleza extremeña en estado puro. Incluso cuando cae la noche y el cielo, reconocido como Destino Turístico Starlight, se siembra de estrellas y brinda las condiciones perfectas para la observación astronómica.
Guadalupe está abrazado por uno de los paisajes más antiguos de Europa: el Geoparque Mundial Villuercas-Ibores-Jara, un enclave reconocido por la UNESCO donde el tiempo geológico es el protagonista. Este entorno de valles, riscos y bosques puede descubrirse a través del programa 'Naturaleza para los sentidos', una iniciativa que vincula a los Paradores con el territorio mediante experiencias guiadas por expertos locales, como la empresa Natrural, con la que el Parador colabora. “Creamos experiencias conjuntas, como las visitas teatralizadas nocturnas al Parador, o recomendamos sus rutas como garantía de calidad turística”, explica su director.
Una de las rutas más evocadoras es 'El susurro del bosque', que propone caminar entre castaños centenarios con los cinco sentidos bien abiertos. Por la noche, 'Bajo el manto estrellado del Geoparque' invita a mirar al cielo desde un destino Starlight, donde las estrellas parecen contar su propia historia. También es posible descender a la mina de fosfatos Costanza, adentrarse en el antiguo sistema hidráulico con la ruta 'En busca del Arca del Agua' o embarcarse en una salida en 4x4 hasta las cumbres donde el cielo y la tierra parecen encontrarse.
Todas estas experiencias refuerzan la colaboración del Parador de Guadalupe con su entorno y dinamizan la economía y el turismo local, como explica su director, Juan María Moreno Verdugo: “Muchas empresas locales encuentran en nosotros un apoyo directo a su actividad, ya sea prestando servicios al Parador o a nuestros huéspedes”.
El impacto positivo que percibe Guadalupe no solo alcanza el ámbito económico —con entre 35 y 50 empleos directos y otros 10 a 15 indirectos, según la temporada—, sino también la puesta en valor del patrimonio inmaterial, la artesanía local, la gastronomía regional que prioriza el producto de cercanía y el turismo sostenible. El Parador actúa como fuente estable de empleo en una comarca donde la estacionalidad del turismo dificulta la creación de empleo continuo.
En Guadalupe, la cocina no es una moda pasajera, sino una expresión viva de su historia y cultura. Los sabores se heredan, pasando de generación en generación, desde las antiguas recetas del convento hasta las mesas locales que se sirven con cariño cada día. Aquí, la tradición se degusta en cada plato, con productos populares, recetas de temporada y una despensa generosa que refleja el entorno.
El ajo blanco, las migas, la caldereta de cordero o el pollo al estilo “Padre Pedro” son solo algunos ejemplos de una gastronomía auténtica y duradera. A ellos se suman los dulces de siempre, como los muégados, el pudding de castañas o los repápalos con leche, pequeñas joyas que también forman parte de la identidad del pueblo.
Muchos de estos platos nacieron bajo la influencia del monasterio, como el bacalao monacal, que ha trascendido los muros religiosos para instalarse en los fogones locales. “Es una receta recuperada de la tradición local, con origen en el Monasterio, que hemos actualizado sin perder su sabor de siempre. Hoy es una de las más populares de nuestra oferta”, comenta el director del Parador.
La tradición sigue viva en cada casa, en los bares y restaurantes del pueblo, y también en el Parador, donde los sabores históricos se reinterpretan con respeto, destacando productos como el cerdo ibérico, la caza o los quesos con Denominación de Origen. “Nos basamos en la cocina de la zona, poniendo en valor productos de proximidad como la miel, los quesos o la carne de caza”, añade Moreno Verdugo.
Ensalada de zorongollo, uno de los platos más populares y sabrosos de la cocina tradicional extremeña
Finalmente, el vino y el aceite completan esta experiencia culinaria. Guadalupe forma parte de la Denominación de Origen Ribera del Guadiana, y bodegas como Ruiz Torres o Carabal invitan a descubrir sus vinos a través de visitas y catas. También las almazaras, como Ecolibor, Oleoext o Santa Catalina, abren sus puertas para mostrar cómo se elabora un aceite de calidad mediante métodos sostenibles y en armonía con un paisaje de olivos centenarios.