Cualquier tiranía, del tipo que sea, se apoya en la irracionalidad que impone el fanatismo, la fe ciega en algo, es decir, en la sinrazón, para que sus abusos sean consentidos o aceptados por los ciudadanos. Los fanáticos pueden justificar, y, de hecho, justifican cualquier atrocidad. Decía el escritor y dramaturgo francés Jean François de la Harpe (íntimo amigo de Voltaire) que la superstición religiosa convierte al hombre en un canalla, y el fanatismo en una bestia.

En estas cuatro décadas desde que se empezó a instaurar el neoliberalismo allá por los años 70-80, los neoliberales han ido resucitando fanatismos políticos, ideológicos y religiosos; han ido imponiendo el ultracapitalismo que defienden, y han ido desgastando y desdibujando las democracias, a la vez que han llevado a cabo sus indecentes recortes, tanto económicos como sociales. De tal manera que estamos viviendo a día de hoy en un mundo mucho más empobrecido, más desigual y más injusto que lo era varias décadas antes. Un mundo que a mí me parece más cruel. La maldad necesita para expandirse de un contexto político-social que le sea favorable, dice en una entrevista el profesor e investigador argentino Fernando Ulloa, a quien se le reconoce como a quien, por primera vez, introdujo el concepto de ternura en el discurso político.

Y, efectivamente, todos somos testigos de cómo se han ido normalizando la hostilidad, la insensibilidad y la crueldad en muchos ámbitos. En cualquier tertulia televisiva se miente y se grita más que se habla, y sistemáticamente aparecen en ellas algún representante del terrorismo informativo soltando bulos, lo cual me parece estremecedor. Hasta en determinados magazines televisivos se dedican, de manera soez y superficial, a vender y comprar la vida privada de los demás, poniendo el interés en lo que Jesús Quintero llamaba “trapos sucios de portera”. Se criminaliza a los inmigrantes, se desprecia a los que se juegan la vida en las pateras. Los neoliberales han creado un mundo sin conciencia, un mundo psicopático en el que se premia la mentira y la maldad, y se castiga la ternura y la verdad. Y parece que nadie haga nada al respecto.

No es extraño, por tanto, que, en ese proceso de deshumanización, lleven tiempo proliferando “manadas” de jóvenes que violan a chicas en grupo, o movimientos neonazis, o actitudes violentas o agresivas en determinados sectores que identifican el exceso y la agresión como valores en alza que no sólo no restan, sino que suman, y que parecen necesarios para no quedarse rezagado en la marginalidad. Y no es extraño que un grupo de jóvenes universitarios, del colegio mayor Elias Ahuja, hayan sido grabados hace pocos días gritando lemas fascistas y nazis, y mensajes machistas, violentos y obscenos hacia las chicas del colegio mayor femenino Santa Mónica, ambas residencias universitarias hermanadas.

Y tampoco es extraño, aunque es penoso y muy triste, que muchas de esas chicas mostraban igual machismo que el de ellos al no sentirse ofendidas, sino halagadas, por esos insultos repugnantes. Se supone que estos universitarios forman parte de una élite cuya familia puede costear una supuesta educación “privilegiada”. ¿Ésa es la buena educación? ¿Tanto hemos retrocedido en el tiempo?

Un dato curioso, del que seguro que los que me leen ya tendrán conocimiento, es que en ese colegio mayor, Elías Ahuja (por cierto, regentado, dirigido y gestionado por una organización religiosa, la orden de san Agustín) estuvo residiendo en sus años de estudiante Pablo Casado, quien fue Presidente del Partido Popular hasta abril de 2022. Al respecto, diversos medios y redes sociales han difundido un texto que Casado, hacia el año 2000, escribió en la revista de ese colegio mayor, El Buho. Un texto del que el periodista Antonio Maestre ya había hablado hace varios años.

En ese artículo en cuestión, el ex presidente del PP escribía con ironía sobre las características innatas de los estudiantes que se alojaban en esa residencia religiosa, y decía cosas como que “hay que salir en manada a cazar lobas y zorras”. Es decir, como mandan los dogmas cristianos, el papel de la mujer que se defendía y se defiende en ese ámbito es absolutamente machista, y muestra un evidente desprecio hacia las mujeres y una repugnante cosificación de la condición femenina. Evidencia, ya digo, la ideología misógina de la religión que profesaba Agustín de Hipona, cuyo nombre regenta el colegio mayor; y que llegaba a decir cosas como “las mujeres no deben ser iluminadas ni educadas en forma alguna. Deberían ser segregadas, ya que son las causantes de insidiosas e involuntarias erecciones en los santos varones”. En fin, se trata del odio sempiterno a las mujeres, promovido por los ámbitos religiosos, en versión del siglo XXI.

Yo creo que no se trata tanto de actitudes de odio de los jóvenes universitarios protagonistas de estas barbaries, sino de las ideas misóginas, intolerantes, fanáticas y de odio con las que, desde la religión y desde su educación supuestamente elitista, son aleccionados y adoctrinados. Recordemos que Casado, en quien tienen cabida esas ideas de desprecio hacia las mujeres, podría haber sido presidente de este país. Aterrador. En este sentido me viene a la mente la película de Pedro Almodóvar, La mala educación (2003). Está basada en su experiencia personal en un internado católico. La recomiendo.

Coral Bravo es Doctora en Filología