La historia tiene la habilidosa capacidad de avisarnos con señales de los cambios decisivos. Antes, cuando las humanidades eran importantes, y no materias que desmantelar, o eliminar de los planes de estudios, el común de los mortales tenía conocimientos para interpretar determinados signos. Hoy, con una tecnología de consumo entronizada, con un sinfín de posibilidades a nuestra mano para ser mejores como especie, somos pastoreados a golpe de click, de fake new, o de mentiras emotivas, mientras quienes manejan los hilos siguen enriqueciéndose, determinando los destinos del mundo y llevándonos a una debacle como cultura cuyas repercusiones están aún por ver. Entre estos signos, los más evidentes, además de realidades pandémicas, conflictos declarados en oriente medio, media África y en el este de Europa, inestabilidad económica y política en todo el mundo, la desaparición de líderes carismáticos y de opinión que encarnaron algunas de las realidades históricas más relevantes del actual y el pasado siglo son las más llamativas.

Si la pasada semana fallecía el líder de la extinta Unión Soviética Mijaíl Gorvachov, en esta ha sucedido el deceso de la reina Isabel II de Reino Unido. Por muy distintas razones. Ambos encarnaron el servicio público, el sentido de estado y la responsabilidad con sus países, de una forma ejemplar e íntegra. Aunque en el caso de la reina su cuna le favorecía una vida cómoda y entre algodones, su realidad biográfica y el contexto histórico, le llevó a vivir los bombardeos de Inglaterra por los nazis junto al resto de la familia real británica, así como encarar la pérdida de familiares en dicha guerra. Esta cuestión fue la que afianzó el sentido de la responsabilidad de la monarca, incluso en momentos más contemporáneos en los que los cambios de la sociedad inglesa y mundial le hicieron pasar aprietos importantes frente a la opinión pública, en especial en todo lo concerniente a su nuera, la fallecida princesa Diana de Gales. En momentos de confusión, crisis, y desconcierto social, consiguió concitar las simpatías de toda la sociedad entorno de ella, y de la institución que representaba, adaptándose, en cierto sentido, a los tiempos, sin perder el boato y el simbolismo del poder que los ingleses necesitaban. A pesar de las idas y venidas políticas, de las crisis de gobierno y los escándalos, su imagen y servicio público permanecía incólume, como una constante y referente de sus ciudadanos, siendo de las pocas mujeres reinas, reinantes y no consortes, que ha ejercido el poder, como monarca constitucional, en el mundo. Símbolo y marca de país, la reina Isabel II consiguió servir a su país, dándoles, incluso, la falsa sensación de ser un imperio, a través de los pactos de la Mancomunidad de Naciones, los países que fueron colonias británicas, gracias en gran medida, a la política de viajes y gestos de la reina.

Frente a los reconocimientos públicos de sus ciudadanos, Gorbachov ha sido despedido en sordina. Fundamental en la negociación que acabó, aparentemente, con la Guerra fría, y creador de la gran reforma económica y política de su país, la Perestroika, el actual presidente-dictador de facto- Vladímir Putin, lo consideró siempre un traidor a los ideales imperiales rusos, bajo cuyo espíritu se ha invadido Ucrania. Aunque fue reconocido con el Premio Nobel de la paz, en 1990, y el mundo ha ensalzado su figura como crucial en el intento de desarme atómico, así como de la geopolítica de bloques, el actual régimen ruso ha tratado su fallecimiento con la indiferencia, por no decir el desprecio, de un enemigo de los delirantes ideales bélicos del actual zar Putin.

En momentos tan confusos, con la retrospectiva del análisis histórico, uno piensa quienes serán los líderes, los referentes intelectuales, políticos o sociales necesarios ahora. Quienes serán capaces de pensar en el interés general, en el servicio público, en hacer lo que sea necesario para construir un mundo mejor, y no en el corto plazo, en las mezquindades de los réditos personales inmediatos, en el cicaterismo mezquino.  No soy optimista en esto. La revolución tecnológica impone una forma de vida inmediata, efectista, basada en los filtros y la ficción, y no en la asunción de responsabilidades y la toma de decisiones reposadas y necesarias. Vamos a una realidad virtual en la que, por el contrario, la escasez de recursos y el control de estos van a ensanchar aún más las brecas sociales. Es evidente, que estamos ante el fin de un ciclo histórico y que, el que se abre, es aún más incierto que los anteriores. Como escribió Don Antonio Machado “esperemos que lo que sabemos, no sea cierto”.